jueves, 31 de enero de 2013

Un monumento para dos orillas


No hay mejor sabiduría que la que se origina de nuestros antepasados. Generaciones ancestrales que provienen de distintas culturas y naciones. Desde lejanas tierras y diferentes geografías el hombre se va conectando con civilizaciones distantes.

Es un deleite reconocer en la cosmogonía algunas creencias que siguen vigentes. Que se adaptan y se siguen observando, a veces como algo curioso, otras como un signo que sobrepasa los tiempos.  

Los viajes siempre han amalgamado a las culturas. Los holandeses, por ejemplo, tomaron la idea de las culturas orientales para pintar con estaño sus famosas vajillas de azul cobalto. Con las cerámicas de Delf crearon una industria y una tradición que hoy día es copiada masivamente por los chinos para satisfacer el mercado turístico. Fue el mar el que llevó a los países bajos todo ese conocimiento, así como Marco Polo extendió el puente culinario, ida y vuelta, entre Europa y América.

Quedémonos en este continente, tan vasto y diverso, para aprender de los aborígenes. En el ártico canadiense, habita el pueblo de los inuit, que no son más que los esquimales. Inuit significa  el pueblo”, casi que una determinación tan sólida como el “ana karina rote” de los indios caribes (sólo nosotros somos hombres). Desde esas heladas tierras, y debido al éxodo familiar, los inuit ya no me fueron tan distantes.

Hace unos años, mi cuñado Miguel,  residente en Montreal, vino a Caracas para atender asuntos familiares. Entre sus recuerdos de estadía le trajo a mi hija Elvira un pendiente con una figura de un  Inukshuk.  Primera vez que veíamos esa imagen, que refiere a monumentos de piedra que los inuit erigen en señal de bienvenida a los cazadores, para orientar la ruta de desplazamiento del caribú, señalar un lago con abundancia de peces, o indicar pasajes para los exploradores en tierras prácticamente vírgenes. La tarjeta que acompañaba la prenda indicaba que ese monumento era la síntesis de un mensaje:  “Alguien ha estado aquí”, o también  “vas por buen camino”. Para una referencia más popular, el  Inukshuk  fue inspiración del logo de los Juegos Olímpicos de Vancouver 2010. 

Años después, en una playa del  estado Vargas, fuimos recibidos una mañana, por unos pilares de piedra que unos niños habían erigido en la arena. Inmediatamente, me transporté a Canadá y comencé a levantar un hombrecito de piedra al mejor estilo inuit. Lo hice con los recuerdos compartidos en mi primer viaje al hogar canadiense. Estaba dejando constancia de haber estado allí, de estar también en esta costa. Estaba señalando también caminos, frente a las azules olas que rompían fuertemente anunciando corrientes que se arrastraban desde otras tierras hasta esta orilla. Con el mar en la distancia de los quereres, cada piedra era un gesto de paciencia y equilibrio, de hermandad en mi pilar espiritual…

Por aquí estuvimos, en esas arenas blancas, bajo este cielo azul, extendiendo culturas, alimentando esperanzas, abrigando  afectos.















(Publico esta nota, luego de conocer la noticia de que la Embajada de Canadá cerró su departamento de visas en Caracas, transfiriendo este servicio a su embajada en Ciudad de México).








martes, 29 de enero de 2013

La maga sin magia


Decía Julio Ortega editor de la edición francesa de Rayuela y profesor de literatura de la Universidad de Brown, (cita reseñada en el diario La Nación, del 7 de marzo de 2004) que en 1963, en pleno furor de Rayuela "todas las muchachas de la Facultad querían ser la Maga, y todos los hombres querían buscar su Maga, la fantasía masculina de la mujer enigmática que se relaciona con las fuerzas más intuitivas con una sabiduría inocente".

Veinte años después, esa fantasía persistía en muchas adolescentes y yo era una de ellas. La Maga es un personaje que trasciende al romanticismo y a la necesidad de ser espontánea y libre. Julio Cortázar dibujó con pinceladas finas a quien le daría sentido al azar y al surrealismo en su emblemática novela. Pero todo parece que se diluye cuando se exhibe un rostro real para ese personaje, y mucho más cuando su historia se revela.

Miguel Herráez, en Julio Cortázar, una biografía revisada, afirma que “La Maga no deja de ser una entelequia, a quien se le ha querido dar rostro preciso, con nombre y apellidos, por esa insistencia que suele tener el lector en buscar elementos de causa efecto entre realidad y ficción”.

Pero aún así, es imposible desconocer que Edith Arón inspiró la Maga. “De padres alemanes, y de adopción argentina hablaba francés, inglés y alemán. Con ella anduvo por París y con ella descubrió las primeras claves (no las determinantes, que son del siguiente viaje) de la ciudad. Escuchó a Bach y vio un eclipse de luna desde Notre-Dame y botó un barquito de papel en el Sena… ”. (Herráez, pág. 134).

Mario Goloboff, en Julio Cortázar, La Biografía también describe con exactitud ese encuentro: “En el Conte Biancamano, que zarpó del puerto de Buenos Aires el día de Reyes de 1950, también se embarcó la que con los años habría de ser uno de los personajes más célebres de la obra de Cortázar (…) vislumbró a Edith (cuyo apellido siempre prefirieron ocultar)… se gustaron de lejos, durante la travesía apenas si intercambiaron saludos y algunas frases de ocasión. Sólo después, ya en París, con esa propiedad que tenía Cortázar de convocar al destino, dio con ella en una librería del Boulevard de Saint Germain, y más tarde, también casualmente, en la cola de un cine (…) Pero como para seguir el ritual no se dieron ninguna cita. Sabían que iban a encontrarse (…). La vez siguiente fue en los Jardines de Luxemburgo, una tarde en la que el frío los obligó a buscar refugio en un café donde charlaron durante horas, y desde entonces quedaron profundamente vinculados”. (pág. 92)

Pero lo cierto es que Julio Cortázar cometió un grave error que Edith Arón no le perdonaría: excluirla como traductora de sus cuentos al alemán, casi que llamándola ignorante en carta a su editor. Este episodio de la vida real abre el abismo entre la musa y el personaje. Ciertamente, el destino a veces juega esas volteretas en las que una amistad que se sostiene en el idilio se trastorna en eterno silencio. Y aunque muchas mujeres quisieron, como yo, ser la Maga, ninguna desearía vivir la decepción de Edith Arón, que le costó por un tiempo la reputación en su carrera.

Pero la ilusión supera estos hechos terrenales y seguiremos los lectores suspirando por el capítulo 7 de Rayuela, y yo seguiré recordando, casi que como un leiv motiv, el final del primer párrafo del capítulo 1: “...Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo del dentífrico”.  

sábado, 26 de enero de 2013

Una vida, dos libros



El 12 de febrero se cumplirán 29 años del fallecimiento del escritor argentino, Julio Cortázar. Para esa fecha yo contaba 18 años y ya me había leído gran parte de sus libros, Rayuela, Los Premios, Bestiario, Salvo el Crepúsculo, Todos los fuegos, el fuego, Historia de Cronopios y de Famas…, tenía una fascinación por los cuentos “Casa Tomada” y “La Autopista del Sur”,  y lloré su muerte como si se tratara de un gran amigo.

Pero realmente sabía muy poco de quién era Julio, hasta que llegaron a mis manos, recientemente, dos biografías; la primera escrita por Miguel Herráez, catedrático de Literatura Española en la Facultad de Humanidades y CC. De la Comunicación de la Universidad CEU Cardenal, Valencia, España (Julio Cortázar, una biografía revisada, editorial Alrevés, 2011 ) ; la otra, del poeta y novelista argentino, Mario Goloboff (Julio Cortázar, la biografía, Seix Barral, 1998).

Fue como hacer una disección a su figura idílica. Decantación y reconstrucción de una personalidad única e inmortal. Curiosamente, o quizás porque se trata del creador de los cronopios, leer ambos libros no fue tarea de desandar dos veces el mismo camino. Hablan del mismo J.C., pero el énfasis en ciertos episodios hace la diferencia. Me decepcioné de él un poco leyendo a Herráez, y lo reinvindiqué leyendo a Goloboff.

¿Cuál podría ser, entonces la diferencia? Me inclino a pensar en que las citas y entrevistas de conocidos, amigos cercanos y familiares de Julio en la obra de Herráez, no hablan del hombre en sí, más bien de aquél que cada uno de esos testigos dibujó en su memoria y en sus afectos. 

En cambio, Mario Goloboff, teje la trama de su vida entre las líneas de su narrativa; cada cuento, poema, novela tiene su conexión con la transformación humana y política que moldea el carácter de Cortázar. Intuyo, desconociendo el vínculo afectivo de ambos autores con Julio Cortázar, que Goloboff es más cercano, más íntimo, sin entrar en pequeños detalles privados como lo hace Herráez. Los testimonios de Aurora Bernárdez son fundamentales en la obra de Herráez, así como las citas epistolares del escritor. En  la obra de Mario Goloboff, también habla J.C. a través de su correspondencia, pero es más del hombre público y el transcurrir de su vida en forma paralela a su obra y la exposición ante los medios masivos, en entrevistas, ensayos y artículos de opinión. 

Herráez se extiende más que Goloboff en la vida del escritor antes de ser el escritor. Su infancia, sus paranoias, sus gustos y aversiones, aquellos padecimientos físicos que llegaron a inspirar varias historias… También hace entrever algunas posturas cómodas e interesadas del escritor con sus amigos, habla más del desapego con el padre y sus razones, de sus relaciones sentimentales, de algunos viejos amigos, fuente de inspiración de sus personajes. También se refiere a sus viajes por el mundo, facilitados por su trabajo como traductor de la Unesco y el alejamiento de su patria en momentos cruciales para su carrera. “Bestiario establece el antes y el después, un antes que se desintegra al punto de interrumpir su correspondencia, tan cara un lustro atrás, con las Duprat o con Mecha Arias o con Gagliardi (…) y un después que mira hacia Europa, pero qué, curioso, no olvidará Banfield”. (Una biografía revisada…pág. 139).

Al terminar de leer la obra de Herráez sentí un leve distanciamiento, me envolvió en la idea de que  no-te-quiero-definitivamente-tanto,-Julio. Pero, al volver a su vida, en las páginas de Goloboff aparece esta bipolaridad que me hace admirar su pluma, a compadecerlo por el desaire que recibió al regresar a la Argentina, tras la asunción del presidente Raúl Alfonsín, y a comprender que el valor que siempre le di a Cortázar fue por su prosa y poesía y no por sus posiciones políticas.

Revolución en los 60

Las inclinaciones de Cortázar a las causas cubana y sandinista eran conocidas, pero en ambos libros se puede medir el alcance de sus compromisos. Herráez describe a un escritor que confiesa no saber nada de política, como le dirá a Paul Blackburn, pero admite haberse enfermado incurablemente de Cuba, (carta al poeta y periodista cubano Antón Arrufat). “Con Cuba descubrió y llegó a entender el fenómeno de las masas y la devoción al mito, que sin embargo, tanto había aborrecido del peronismo…”, dice Herráez (Pág. 205) y sobre este tema, Goloboff se extiende y nos ofrece la propia explicación en palabras de Julio Cortázar: “En estas islas terribles en que vivimos metidos los sudamericanos (pues Argentina o México son tan insulares como su Cuba) a veces es necesario venirse a vivir a Europa para descubrir por fin las voces hermanas. Desde aquí, poco a poco, América va siendo como una constelación, con luces que brillan y van formando el dibujo de la verdadera patria, mucho más grande y hermosa que la que vocifera el pasaporte”. (Pág. 160)

Ciertamente fue un momento estelar para la determinación de los pueblos latinoamericanos aquellos años de luchas revolucionarias, mismo tiempo en el que también se esparció el boom de los escritores de este continente, algo que no resulta casual y que encaja en el análisis de Goloboff.  

Necesario mencionar el distanciamiento de J.C. con sus colegas latinoamericanos, relacionado con el pronunciamiento contundente en contra de  la detención del escritor cubano Heberto Padilla y  su esposa, la también poeta Belkis Cuza, acusado de contrarrevolucionario a principios de 1970.  Cortázar firmó la primera, más no la segunda carta de protesta, ésta última redactada por Vargas Llosa, Hérraez no da mayores razones de este  episodio, y queda la sensación de una postura poco solidaria del escritor argentino. Por su parte, Mario Goloboff precisa la influencia que ejerció J.C. para suavizar los términos de la primera misiva, que aún así no fue del agrado de las autoridades cubanas. Luego estaría el distanciamiento de  intelectuales, tanto de derecha como de izquierda,  con Cortázar. Mejor aún es leer su respuesta en el texto “Policrítica en la hora de los chacales”, prácticamente un poema, que en algunos casos pudiera ser críptico: “…Hay que gritar una política crítica, hay que criticar gritando cada vez que se lo cree justo, sólo así podremos acabar un día con los chacales y las hienas”. (valioso el aporte del libro de Goloboff, en el  apéndice, donde se puede leer este texto completo, además de los artículos completos en reacción por el premio Medicis que recibió el autor en Francia, 1974 , por El libro de Manuel y cuyo valor en metálico fue donado a la izquierda chilena). 

Sobre el episodio de Padilla también escribe Herráez: “Si es verdad que firmó, como hemos adelantado, una primera misiva pidiendo explicaciones a Castro por la detención de Padilla, no lo es menos que simultáneamente trató de justificarse frente a Fernández Retamar y Haydée Santamaría emisarios e interlocutores entre las autoridades de La Habana y él mismo”. (Pág. 212).

Lo mejor de ambos libros es que nos ofrecen la oportunidad de conocer lo que Julio Cortázar opinaba de su propia obra  (por cierto, no resulta creíble su desdén ante la crítica, bajo el argumento de estar demasiado ocupado en escribir). Una de esos análisis lo encontramos cuando se hace referencia a la novela Los Premios. “Un viaje que nunca, realmente se realizará… Las intrigas, las relaciones nuevas que se tejen, las viejas que se destejen, la personaldad de algunos de los integrantes del grupo, la lucha contra la tripulación (que mantiene a la gente en la ignorancia sobre los verdaderos motivos por los que el viaje no se realiza)”. (Goloboff, pág. 116). Y entonces vemos esta frase de J.C. tan contundente: “Se me ocurre que Los Premios es un espejo sin pretensiones, pero bien azogado. La gente se puede mirar, afeitar y peinar con confianza delante de él, porque a cada uno le sale su propia cara, que es lo que necesitamos algunos argentinos, hartos de tanta cara prestada”.

Con o sin Borges

Ambas biografías, era inevitable que fuera así,  también hacen mención al vínculo intelectual y afectivo entre J. Cortázar y J.L. Borges. El cuento Casa tomada se hizo público por primera vez en Los Anales de Buenos Aires (diciembre de 1946),  que tenía como secretario de redacción a Jorge Luis Borges, quien no conocía personalmente a Cortázar, pero además le solicitó a su hermana, Norah Borges, la ilustración, que finalmente no fue del agrado del autor del cuento.

En un viaje a la India, cumpliendo compromisos profesionales para la Unesco, en el año 1956, Julio Cortázar, escribe un poema que le dedica a Jorge Luis Borges, y que es la introducción del texto “The smiler with the knife under the cloak”, en el que se manifiesta el afecto que siente por él, y cito las mismas comillas de Goloboff: “a lo mejor, Borges, alguien se lo lee en Buenos Aires y usted se sonríe, lo guarda un segundo en su memoria que conoce mejores ocupaciones, y a mí eso me basta desde lejos y desde siempre”.

Curioso este análisis comparativo que hace Goloboff entre ambos escritores: “El mundo de Borges es … ´profesionalmente irreal´. No hay para él otra realidad que la irrealidad. Ni otra causalidad que la fantástica (…); la realidad, como tal, no tiene existencia alguna. (…) Para Cortázar, en cambio, la realidad, nuestra realidad, lo abarca todo, inclusive lo fantástico. (…) El mundo fantástico, para Cortázar, está dentro del nuestro” (Goloboff, pág. 79). 

Pero si algo se observa de esta relación es que más allá de sus posiciones políticas (lo mismo ocurre con Mario Vargas Llosa), y manteniendo firmemente sus convicciones, ambos escritores conservaban el respeto y el aprecio.

“Julio jamás le hubiera negado un saludo a Borges”, señala Aurora Bernárdez en el libro de Herráez, pero de seguidas el catedrático relata lo siguiente: “ En 1968, Borges dictó una conferencia en Córdoba, sobre literatura contemporánea en América Latina. En ella ensalzó a Cortázar como un espléndido escritor, como un autor ya de obra consolidada e importante. En la conferencia, no obstante, Borges lamentó que Cortázar  militara en la ideología en que lo hacía, pues ello le imposibilitaba considerarlo amigo porque ´desgraciadamente nunca podré tener relación amistosa con él, porque es comunista´ (no queda claro si efectivamente Borges dijo eso o fue una “tergiversación periodística”). Sobre ese asunto y acerca de cuál era el valor que el Borges literario despertaba en él, Cortázar le comentó a Fernández Retamar, en octubre de ese mismo año, ´cuando leí la noticia en los diarios, me alegré más que nunca del homenaje que le rendí en  La vuelta al día… Porque yo, aunque él esté más ciego ante la realidad del mundo, seguiré teniendo a distancia esa relación amistosa que consuela de tantas tristezas”. (Herráez, pág.  226).

Ugné Karvelis, entregó para el libro de Mario Goloboff una foto de ella con Borges, con la siguiente nota: “La foto con Borges tiene una historia: él no había estado en Francia desde hacía un buen tiempo, y Julio, habiéndose negado a asistir al almuerzo que Gallimard organizó en su honor, me encargó de decirle a Borges que seguía siendo un gran admirador del escritor y de su obra, pero que le resultaba imposible encontrarlo por razones que ciertamente él comprendería. Transmití el mensaje a Borges y él estaba contento”. 

No he pretendido resumir la vida de J.C. en estas líneas. Se puede comenzar por leer estos dos excelentes libros, para compartir sus pasos y vivirlos a su lado, como una sombra que lo extraña en un futuro sin él. Me quedo con la fragancia que me dejó  Mario Goloboff (realmente agradezco mucho a Victoria de Stefano, por haberme prestado su libro), aunque seguiré abriendo las páginas del libro de Miguel Herráez, para reojear citas, imágenes y seguir recordando a Julio como el escritor de mi adolescencia.

La Caricatura del encuentro entre Borges, Cortázar y Kodama frente a "El perro semihundido" de Francisco de Goya en el Museo del Prado, por Juan Lázaro Rearte, fue tomada del blog A través del Uniberto, del cual recomiendo un  texto que escribió Borges al morir J.C., en 1984, que se ofrece en ese magazine de Humberto Acciarressi.

Escuche a Cortázar en "Me caigo y me levanto" aquí.

La literatura y el jazz en Julio Cortázar.

viernes, 25 de enero de 2013

El campo tiene nuevo canto


Publicado en Facebook el 21 de marzo de 2012

Estamos en la noche del equinoccio de primavera, martes 20, con ánimos de encontrarnos una vez más con la voz de Fabby Olano, joven valenciana, cantautora, quien viene acompañada de otros tres grandes músicos Roberto Koch, en el bajo, Klever Camero y Leowaldo Aldana en el piano y la percusión.
Vaya forma de comenzar un concierto, con el escenario vacío y unas palabras que dominan sin presencias, sólo verbo y poesía que habla de la naturaleza, leiv motiv de muchas canciones de Fabby, aunque habrá quien me quiera corregir y diga que no, que ella le canta al amor ¿y qué es la naturaleza si no es amor?
Hay una energía que se cuela en la audiencia con cada tono, puede ser optimismo, esperanza, alegría, ternura… Fabby anuncia que este es su estreno como cantautora, se confiesa nerviosa, pero la hemos escuchado en diversas tablas, una de ellas para rendir homenaje a Otilio Galíndez.  Esta vez es tiempo de salir al ruedo completa y toda ella, estrenarse con el anuncio de que muy pronto saldrá su primer disco…sólo faltaba grabar su voz (cuando originalmente escribí esta nota, ahora, le falta menos, masterizar...).
La primera canción fue una sorpresa hasta para sus más allegados, un tema compuesto cuatro días antes, audacia que tuvo como cómplice a Roberto Koch. “Olvidé traerme la letra, pero como soy la compositora, puedo cambiarla y además ustedes no se darán cuenta, porque nunca la han oído”, bromeó. Y fue tan fluido el canto como para no poner en duda que no hubo improvisaciones, memoria de autor confirmada... Eso creo.
Fabby explica que en sus temas va recreando tonadas, compone una gaita perijeña para no dejarla extinguir, cantos de ordeño, de pilón, del mohín campesino,  en dulces letras que nos invitan a convertirnos en su coro confidente.
También tomó prestado dos temas de dos compositores latinoamericanos: Francesca Ancarola (Chilena) y Carlos Aguirre (Argentino), nombres desconocidos para mí, pero que en la voz de Fabby invitan a seguir recorriendo estas tierras del sur unido.
Cuando llego a casa, enciendo el laptop y veo una cita en Facebook, que se le atribuye a José Martí:  “La música es el alma de los pueblos”. Y recordar versos y melodías me hace pensar en mi país que con nuevas voces va recordando esencias y raíces. Algo de los que somos, pero renovados. Convertidos todos de orugas a mariposas, desgajando mandarinas, despegando como gaviotas,  alcanzando sus estrellas, persiguiendo los rayitos del nuevo amanecer.  Porque es como si Fabby Olano arara esta tierra para sembrarle  cantos, que son los mismos que escuchamos al crecer, pero con los ánimos y experiencias contemporáneos. Y la naturaleza le retribuye, en el equinoccio de Noches de Guataca, con el simple gesto de su público que ya es cautivo:  un fuerte aplauso.

Escuche Amanece, de Fabby Olano.

Una guía en la oscuridad


Publicado en Facebook el 6 de marzo de 2012

Estaba desesperada por la oscuridad solitaria, silente y tenebrosa de las calles de Las Acacias. Buscábamos un lugar, otras veces visitado, pero que por falta de costumbre, siempre se nos perdía del mapa. A punto de tirar la toalla, apostamos por el último intento.  Finalmente, llegaban las pistas de un GPS del inconsciente:  El árbol de tronco grueso, el abasto pasando la esquina, la reja azul sin señas, pero reconocible, rodeada de  unos cuantos carros estacionados en señal de presencia grupal.
En un instante, pasamos de la tensión al entusiasmo. Hugo y yo nos encontrábamos  en la inauguración de la colectiva de fotografía que la  Organización Nelson Garrido (ONG) realizó en  homenaje a Bárbara Brändli, “La memoria del olvido”.
El nombre de Brändli era hasta entonces desconocido para mí, neófita como soy de las artes visuales. Pero del  grupo de fotógrafos venezolanos reunidos en esa colectiva, si tenía referentes, aunque fuera la primera vez que veía las fotos que conforman la Colección de la ONG: Luis Brito, Ricardo Armas, Carlos Germán Rojas, Torito, Cristian Belpaire, Ricardo Jiménez, Roberto Fontana,  Antolín Sanchez y Peter Maxim.  

Donde la cultura es libre

Montar esta exposición fue casi una epifanía cuando, Nelson Garrido y su hija Gala, se encontraban en una charla magistral sobre la fotografía venezolana.  En la transición de cada diapositiva, la voz de su padre confirmando la existencia en físico de esas imágenes en su colección de fotografía venezolana sólo terminaba por concluir en una determinación.  “Tenemos  material suficiente para la primera exposición de 2012”.
La muestra ofrece una variedad tan amplia como las personalidades de los autores. Geografías, retratos históricos, personajes que recorren  arquitecturas,  fauna y paisajes venezolanos. En el piso superior de la casa aguardan, como para sellar el pacto con la luz y las sombras, 10 fotografías de Bárbara Brändli.  Al mismo tiempo,  en la Biblioteca de la ONG descansan sobre la mesa, esperando a quien abra sus hojas, los libros de la misma autora, con el recorrido de sus experiencias.
Esta mujer de nacionalidad sueca, se dedicó a retratar a las comunidades yanomamis y otras etnias del Amazonas.  Un dato curioso, mientras la ONG preparaba la exposición, una triste noticia sorprendió a los Garrido: el 27 de diciembre de 2011, fallecía esta mujer a la edad de 88 años. Sus cenizas fueron esparcidas en la tierra que nunca quiso dejar, Mucuchíes, estado Mérida.
Cuando comenzó a anunciarse la exposición, el restaurador y digitalizador de la obra de Brändli, Eduardo Castro, se enteró por radio del proyecto de la colectiva. Se puso en contacto con los organizadores y se ofreció para presentar, ya montadas, las 10 piezas que impactan en su sobriedad y talento, bajo el nombre "Vestidos de sol".
Fue así como la ONG reunió a tantos historiadores de imágenes y transformó la oscuridad de una ciudad en luz del blanco y negro perpetuo, bajo una noche que ya nunca más me pareció lúgubre sino de una hermosa  luna llena.