domingo, 30 de noviembre de 2014

Igor Barreto: “En toda obra reunida hay un peso de muerte”

En estas fechas se está celebrando la Feria Internacional del Libro en Guadalajara. En algún momento de los próximos días, el poeta Igor Barreto estará hablando de la sopa. La sopa como alegoría del contexto político y económico que se vive en Venezuela. La sopa de una taguara cercana al Mercado de Coche, lugar al que el escritor apureño solía acudir porque la sazón bien valía la pena, amén del entorno entre dueños y comensales. Lugar que quizás le sea extraño ahora, porque tanto gusto como buen trato han cambiado. “No sé cómo me saldrá ese discurso, pero ya lo tengo escrito”, me cuenta como introducción a este diálogo, previo a su partida.

El viaje de Igor Barreto a México viene con ocasión de la presentación de su antología poética El Campo/El ascensor, bajo el sello de la editorial española Pre-Textos, y que recoge su obra de 1983 a 2013. Allí se reúnen diez poemarios, entre ellos Soul of Apure, Carama, El Llano Ciego y Annapurna.

Igor Barreto (Foto: Carlos París)
¿Dé donde sale el título de la antología?
El poeta brasileño Carlos Drummond de Andrade dice algo así “cuando estoy en el campo pienso en el ascensor, cuando estoy en el ascensor pienso en el campo”,  un poco para dar cuenta de esta dualidad, de la conciencia en la cultura latinoamericana que es una suerte de mestizaje  geográfico entre elementos del mundo rural y elementos del mundo urbano y moderno. Esta antología también es el encuentro de esas dos cosas. La naturaleza sigue acompañando muy de cerca al latinoamericano y cuando digo acompañando pienso en la idea del compañero, del otro que está a tu lado, de tú a tú.  Joseph Brodsky dice en una conferencia sobre Robert Frost que su escritura es aterrorizante, porque es una poesía donde el hombre comparte su espacio con la naturaleza a iguales.

El campo, el paisaje, la naturaleza está en parte de tu poesía.
En toda mi obra está presente el tema de la naturaleza.  Yo diría que está presente el tema de la representación, para no circunscribirlo sólo a la relación con la naturaleza. Por supuesto, ese es el gran pretexto de la estrategia del libro. Lo que está en el fondo de todo eso es el problema de la representación verbal del mundo y de la incapacidad del lenguaje para representar el mundo.

Mi trabajo literario comienza como una suerte de constatación romántica del paisaje, y luego esa constatación inicial entra en crisis, como ha entrado en crisis en occidente, o bien porque para el lenguaje es difícil representarla, porque el mundo no cabe en las palabras, sólo una parte muy pequeña, y por otro lado esa crisis de la representación de la naturaleza tiene que ver con los problemas mismos de la relación entre el hombre y la naturaleza. Uno tiene una imagen de la naturaleza, pero la naturaleza desde el punto de vista concreto, percibiéndola en su grado de existencia más específico se comporta de otra manera. Entonces nosotros nos debatimos entre esa representación de la naturaleza y lo que realmente la naturaleza es.

El objeto deja de ser objeto y pasa a ser otra realidad.
Así es. Una cosa es el objeto y otra la representación del objeto, en el caso de la naturaleza es más crítica esa relación entre existencia y representación, porque nosotros tenemos una relación de convivencia y nuestra supervivencia depende de esa relación. En el caso de la relación con la naturaleza es más compleja porque tiene que ver con nosotros mismos como parte de una red, de un sistema.

Uno de tus versos en Soul of Apure dice “la poesía nace de cientos de kilómetros de tierra analizada, al mirar los ríos formando cadenas unos con otros y ser la vida tan semejante”.
Así es.

¿Esta sería tu ars poética?
Uno no tiene una sola ars poética, porque uno no es una sola persona, un solo poeta. Uno es muchas cosas, y está tratando siempre de que no hablen demasiadas personas en uno, pero sin duda esa es una de las voces mías. En este libro te vas a encontrar con otras definiciones, por ejemplo hay un poema que se llama Ars Utópica en la que digo que los carpinteros deberían tener su propia academia de la lengua, y los guardabosques también, me parece que la realidad está llena de grandes conjuntos lexicales. Hay un léxico que manejan los que reparan radios, los constructores de casas tienen léxicos, yo creo que se podría hacer poesía con todos esos léxicos. En el caso de una poesía referida al paisaje, sobre todo el paisaje de los desiertos del sur, que ya no diría Los Llanos, porque esos son unos desiertos, en ese caso me he preocupado por analizar y repensar ese mundo y ese paisaje.

¿Se puede hablar de palabras clave para la poesía?
Bueno, yo hago un esfuerzo por adecuar el léxico al tema que trato, me interesa mucho que exista un léxico, que tiene que ver con la representación que me propongo y me parece que ese es un tema de estudio y de investigación para el poeta.

Creo haberte escuchado decir alguna vez que el poeta es un profeta, en tanto crea un nuevo universo.
No creo que sea propiamente un profeta. Sí creo que la poesía tiene la capacidad de avizorar en el futuro, en uno de sus poemas William Blake dice “veo el pasado, presente y futuro que existen simultáneos ante mis ojos" . Claro, la imaginación es una gran herramienta para predecir el futuro, porque nuestro futuro es absolutamente predecible, tiene que ver con una combinatoria de posibilidades, elementos, circunstancias que están registradas ya en nuestra historia, y lo que han hecho a través del curso de la vida es repetirse.

La historia es circular, como decía Giambattista Vico...
Yo creo que más bien es una espiral. Me interesa más el concepto de Sarte, al decir que nuestra vida pasa siempre por los mismos sitios pero a diferentes grados de integración y complejidad. Así que la vida es demasiado predecible.

Cito palabras tuyas durante el taller de poesía: “Lo que diferencia al poeta de los demás hombres es la visión cósmica, que habla de un universo mayor, que logra hacer asociaciones insospechadas”
Así es, el poeta tiene una visión total, y entendiendo como poeta el artista en general, tiene una visión mucho más abarcante. Por eso el tema político tiene muchas dificultades para ser tratado en poesía, porque hay que tratarlo con esa entonación, sin perder ese contexto. Recuerdo una película de los clásicos japoneses “Harakiri, la muerte de un samurái”, de Takashi Miike. Allí se cuenta la vida de un maestro armero cuya vida está consagrada a hacer sables para los samuráis y en una oportunidad a su taller llega una de las espadas más famosas de Japón, que la había hecho su maestro. Cuando la tiene en sus manos él se pone a llorar, en parte porque recuerda a su maestro pero también dice que es una espada imperfecta. Los artesanos le preguntan por qué si es tan famosa en toda Japón, y él les responde, porque fue hecha para un solo hombre, y una espada maravillosa se hace para la humanidad. Igual pasa con el poema, se hace para todos, debe tener esa entonación cósmica, es producto de esa visión.

Igor Barreto (foto: Carlos París)
Pero hay una fase muy individual del poema, del autor con sus anotaciones. ¿Sólo al ser compartido se vuelve un poema?
Es cuando el poema adquiere su mayor potencia significante,  antes no. Antes el poema es un esbozo, un impulso, bien sea del conocimiento, o un impulso emocional, luego el trabajo sobre el poema lo va a convertir en otra cosa, el poema es producto de un trabajo artesanal. De hecho, cuando T.S. Elliot le dedica a Ezra Pound su poema Tierra baldía, por haberlo ayudado en su corrección, él se lo dedica “al gran artesano”.

¿Y cuándo lo que se escribe deja de ser un borrador para convertirse en poema?
Para el poeta es difícil saber con precisión o justeza cuando el poema ha dejado de ser un borrador. Paul Valéry no cesaba de trabajar un poema, lo trabajaba casi infinitamente. Pero sí hay un momento donde el poema tiene el carácter de un objeto más completo,  a partir de ese momento el poeta podía seguir trabajándolo o podía soltarlo. Está la anécdota de Armando Reverón a quien  le hacen la misma pregunta, ¿Cómo sabe usted cuándo un cuadro ya está listo? Y él respondió, “bueno, yo pinto, y pinto y pinto, y llega un momento en que la tela me dice: suéltame”.

¿Y para esta compilación llegaste a revisar algunos de tus poemas?
¡Si, cómo no! Revisé todo. Imposible que uno no revise. Y si propusieran otra volvería a revisar y  a cambiar, o volvería a agregar cosas, quitar y modificar. Yo creo que nunca perdería la ocasión de revisar y darle gusto a la gente que se ocupa de hacer análisis genético de la poesía.

Entonces, leer esta antología será como leer nuevos libros.
Es siempre leer nuevos libros. Uno trabaja también como una imagen total, hay un peso de muerte en toda obra reunida o entera publicada, porque uno se permite esa cosa pavosa de poner un término, este es el orden, y estas son las partes organizadas de esta manera, y tiene este sentido…eso se hace sólo en un momento de muerte. La muerte tiene ese poder de organizar la vida y de poner las partes en su lugar.

¿No te parece que es una aseveración catastrófica?
No, para nada. La muerte no es nada catastrófica, yo creo que a la muerte hay que tratarla con ternura. Claro el momento de tránsito de la muerte es un momento difícil. El poeta José Watanabe decía “no es de la muerte que quiero huir sino de sus terribles modos”. Yo igual, pero de todas maneras, la muerte es como la carta del ahorcado (en el tarot), es un momento de cambio, un momento crucial.

Todo cambio es una muerte.
Así es, es un hito. Entonces, atreverse a publicar un libro como éste es ponerse también una alternativa de cambio. ¿Qué voy a hacer? Es la gran pregunta, ¿qué le voy a agregar? ¿Qué voy a hacer ahora?

¿Y en esta antología también se incluyen tus nuevos poemas basados en Osip Mandelstam?
No. El Muro de Mandelstam, se llama. Ese es un libro inédito que no está aún concluido. Está casi a concluir…

¿Ese es el cambio, lo que viene después de la muerte? La transformación.
Claro, eso es lo que está detrás de la montaña, lo que está detrás de Annapurna. Lo que hay detrás es ese gueto, ese barrio, esa favela y Mandelstam en ella. Él es un hombre ligado a la idea del gueto desde sus orígenes. A pesar de que se sintió siempre como un hombre de San Petesburgo, él nació en Varsovia, y Varsovia siempre fue de alguna manera un gueto… un gueto de alguien, de los rusos, de los otros países, de Alemania, todos se han querido repartir a Polonia.

¿Felix Grande decía que el sentimiento de exilio es uno de las más vastas y reales obsesiones de todos los grandes poetas?
En mi poemario, Mandelstam llega en su calidad de exilado a ese gueto que yo le propongo como lugar, en Ojo de Agua. Brodsky dice que uno se exilia siempre desde un lugar y una condición, es terrible, acosante. Uno se exilia de una tiranía o de un totalitarismo para ir a una democracia, no lo hace al revés.

En la palabra también hay un suerte de exilio.
Siendo la palabra un espacio de representación y de virtualidad, uno podría decir que el poeta es un exilado en el sentido de decir que es un obsesionado, empecinado en convertirse en una persona verbal, despersonalizarse. Cobo Borda decía  “todos los poetas son santos e irán al cielo”, quizás lo que quería decir  es que todo proceso poético y de escritura es un acto de despersonalizarse para asumir una personalidad verbal. Comportarse y actuar según las pautas de ese personaje que no somos.

¿Pensando en el contexto histórico y político, te parece que hoy día se lee y se habla más de poesía, como una forma de expresión?
No, yo no tengo esa impresión. Ahora se habla tanto de poesía como en cualquier momento. Yo creo que la poesía es un lenguaje que está planteando un debate. Me parece que un momento de la depresión de la poesía venezolana fue la década del 70, durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez. La vida buena que llevaban los poetas, los viajes… Yo desconfío mucho de la generación de poetas de esa década, que roza tanto el oportunismo.

¿Entonces no crees que haya una aproximación mayor del lector hacia la poesía en esta época?
No, yo pienso que se siguen manteniendo los 300 lectores de siempre. No creo que haya más.

Igor Barreto (Foto cortesía de Carlos Parìs)



Off the récord

Le pregunto a Igor por su pasión por las peleas de gallos. “Desde los diez años he criado gallos. Tenía un padrino que me regalaba dinero, podía darme hasta 100 bolívares, ¡eso era mucho dinero en aquella época! Y yo apostaba o lo invertía en los gallos. Llegué a tener hasta 200 animales”… Eso fue ya de adulto, pero tuvo que salir de ellos, porque se le presentó un problema de salud. Ahora tiene quien le cuide las aves, en Ojo de Agua, y hasta la gallera de ese barrio se va el poeta a ver el duelo a muerte, el triunfo o la derrota, de su crianza. ¿Cómo un poeta puede tener un hobby tan rudo? Eso es parte de la cultura popular, es una tradición del país, dice quien viene del campo, de las sabanas de Apure, o los desiertos como él los ve, y quien también ha transitado buena parte de su vida en ascensores caraqueños, imaginando desde un computador diferentes realidades.



ÍGOR BARRETO (1952) es uno de los poetas venezolanos más importantes de su promoción. Cofundador, en 1981, del grupo Tráfico. Cursó estudios de Teoría del Arte en el Instituto Caragiale de Bucarest. Profesor de la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Editor de la colección de traducciones de poesía Luna Nueva de la Universidad Metropolitana de Caracas. Ha publicado diez libros de poesía entre 1983 y 2013. Ha ganado el Premio Municipal de Literatura, Mención Poesía, en 1986, y el Premio Universidad Central de Venezuela, Mención Poesía, en 1993. Ha sido traductor de Lucian Blaga, investigador de etnomusicología y autor de cuentos infantiles. Obtuvo la beca Guggenheim en 2008. Funda en los años 80 la editorial Sociedad de Amigos del Santo Sepulcro para difundir la obra poética de autores emergentes. Su obra ha sido traducida parcialmente al inglés, italiano, francés y alemán.


domingo, 23 de noviembre de 2014

Tres estilos de autorretratos en Photopirata

Durante la celebración de un taller de fotografía en la Organización Nelson Garrido, en el año 2007, Alberto García-Alix sufrió un accidente. Una lámpara se cayó, golpeándole la cabeza. Profesores y alumnos con cierta angustia trataban de auxiliarle mientras la sangre le brotaba por el rostro. Él llamó al orden: “Primero tomen la foto”. Al parecer, según me contaron, quien le asistió en ese autorretrato fue Andreína Mujica.

El  nexo de García-Alix con la ONG se ha mantenido vivo desde esos años. Por eso, el fotógrafo le envió recientemente a Gala Garrido, directora de este espacio contracultural, un correo electrónico en el cual manifiesta sus plácemes por ser uno de los artistas que integran la exposición Photopirata, junto con Francesca Woodman y Pierre Molinier, que se inauguró el 15 de noviembre en las salas de la quinta Carmencita, en Los Rosales, y que se podrá visitar hasta el 13 de diciembre. "Piratéame cuando quieras, para mí es un honor”, dijo, palabras más, palabras menos.

García-Alix es el único que puede opinar sobre esta nueva incursión rebelde de Gala Garrido. Woodman y Molinier no pueden hablar desde sus tumbas, pero sí dicen mucho de su estilo a través de las imágenes seleccionadas, en el que la irreverencia, una erótica sin límites e incluso la sordidez, reta la realidad y convierte la psique en objeto imaginado.

Definido como un espacio para los que no tienen espacio, la Organización Nelson Garrido surge de la necesidad de compartir conocimientos, experiencias, ideas sobre el proceso creativo, y en ese espectro, la fotografía es uno de sus pilares fundamentales. En sus talleres combinan la práctica con la teoría, y desde esta última, afinan el ojo y el conocimiento de sus alumnos con la trayectoria de grandes fotógrafos. De allí que una trilogía de autores expuestos arbitrariamente en esta muestra Photopirata, que amenaza con ser la primera de muchas otras, viene a complementar la enseñanza y la discusión sobre el proceso fotográfico. La selección es de autores radicales que rompen a través de la imagen, y del autorretrato, con las normas establecidas.

Pierre Molinier (1900-1976), comenzó estudiando pintura con la natural evolución del realismo y del impresionismo a la abstracción. La cima de su obra se identificó con el surrealismo. En los años 40 se inició como retratista y  en 1955 entró en contacto con el líder surrealista André Breton, quien lo apoyó para exponer su obra en París. Sus autorretratos eran un elaborado montaje que para la época de la era analógica ya se consideraba una vanguardia al mezclar diferentes imágenes y posiciones de su propio cuerpo. Con la ayuda de un interruptor se presentaba como dominatrix, en escenas con cuerpos de múltiples extremidades, algunas veces apoyado por muñecas o modelos femeninas, además de la presencia de objetos fálicos, vestuarios “fetiche” de medias, corsé, ligueros, máscaras, con los que definía el propósito de su arte como: "mi propia estimulación". Los desnudos de Molinier, trasvesti o andrógino, lo ubican como precursor del body art, pero a pesar de los años transcurridos y la evolución de la imagen, no puede evadir el margen que cruza entre la erótica y lo pornográfico.  El artista abogó por cruzar las barreras entre lo masculino y lo femenino, la ambigüedad y el mestizaje de los sexos. Su obra fue inspiración para otros grandes fotógrafos como Robert Mapplethorpe y Cindy Sherman. Molinier se suicidió con un arma de fuego a los 76 años, cumpliendo quizás la sentencia que ideó veinte años antes cuando se fotografió acostado en una cruz con el siguiente epitafio: Aquí yace Pierre Molinier, nacido el 13 de Abril de 1900, muerto hacia 1950. Fue un hombre sin moralidad. Inútil llorar por él.

Francesca Woodman (1958-1981) se convirtió en un mito de la fotografía del siglo XX, cuando sus padres, los artistas plásticos George y Betty Woodman, dieron a conocer un legado de 800 imágenes, años después de que ella se suicidara, lanzándose al vacío en Manhattan. Su primer autorretrato lo realizó a los 13 años con una cámara instantánea. El estilo de su obra poco tiene que ver con el de Molinier, aunque guarda similitud – también con Alberto García-Alix – al recurrir a su propio cuerpo y forma de vida como expresión del arte. Su obra también está cargada de surrealismo, interpretando la identidad diluida, la desolación y un sentido fantasmal. La figura humana se mimetiza con el objeto, se quiebra ante la fuerza de las líneas del entorno. La melancolía se reinterpreta desde el
enfoque de una mirada  hasta el detalle del espejo que oculta. La obra de Woodman fue una constante experimentación, curiosamente, en el año que falleció Molinier se realizó su primera exposición fotográfica (1976), cuando tenía 18 años. La mayoría de su producción fotográfica fue el resultado de experimentar con luz, tiempo de exposición, combinar espacios vacíos y derruidos con su antipresencia, fundirse en la naturaleza. Fueron los ejercicios que concentraban sus estudios en Rhode Island School of Design, en Providence, y también en el Palazzo Cenci, en Roma, donde fue aceptada en el Programa de Honores que le permitió vivir por un año en esas instalaciones. Creció rodeada de artistas e intelectuales, diseñó libros con sus fotografías y uno de ellos se publicó en 1981: Algunas geometrías interiores desordenadas. El surrealismo de Woodman está cargado de sensualidad y misterio. Diez años bastaron para eternizar su nombre en blanco y negro, a través de imágenes que amenazaban con la ausencia. "Mi vida en este punto es como un sedimento muy viejo en una taza de café y preferiría morir joven dejando varias realizaciones, en vez de ir borrando atropelladamente todas estas cosas delicadas…", escribió en estado de depresión. No llegó a cumplir los 23 años.


Alberto García-Alix (1956-)  Premio Nacional de Fotografía (España, 1999) es de los tres fotógrafos expuestos, el único con tres originales que cuelgan en las paredes de la ONG, uno de ellos es un retrato a Nelson Garrido. Otro dato curioso, en 1981, mismo año del suicidio de Francesca Woodman, García-Alix exponía por primera vez su obra, en la galería Buades, de Madrid. Se trató de una selección de fotos realizadas entre 1976 y 1981, que llevó a la galería el poeta y crítico de arte Francisco Rivas (1953-2008), con quien comenzaba a trabajar en El País Semanal. Las drogas, los tatuajes (una rosa con la leyenda "Don' t follow me. I'm lost" fue su primer tatuaje), los trajes de cuero, las motos Harley Davidson, la calle, las noches irreverentes, son una constante en su trabajo porque refleja su propia experiencia de vida, como un protagonista de la Movida madrileña, en los años setenta y ochenta. También tiene una experiencia como editor: la primera en el año 1977, Cascorro Factory, para la edición y venta de prensa marginal, además de piratear comics americanos; en 1989 funda el colectivo y la revista El Canto de la Tripulación y en 2011 funda junto a Frederique Bangerter la editorial Cabeza de Chorlito. Se mantiene fiel al blanco y negro y al uso de la fotografía analógica porque considera que la fotografía digital le roba la fe y falsifica las emociones. En su página web escribe el fotógrafo: “El alma de la fotografía es el encuentro/…Si ayer fotografiaba silencios, hoy fotografío mi propia voz/… Hoy tengo la conciencia de que una forma de ver es una forma de ser/…La fotografía es un poderoso médium./ Nos lleva al otro lado de la vida./ Y allí, atrapados en su mundo de luces y sombras/, siendo sólo presencia, también vivimos./  Inmutables. Sin penas. Redimidos nuestros pecados./ Por fin domesticados… Congelados./ Al otro lado de la vida de donde no se vuelve”. 

jueves, 13 de noviembre de 2014

A este blog se le llega sin @


Vamos por partes. No conocía a nadie en esas cuatro paredes, salvo a Roberto Mata y Marjorie Sanabria. Ni siquiera conozco a la señora que gentilmente suele atender a los invitados desde la cafetería. Apenas si he cruzado un par de palabras con ella, quizás el recurrente “¿puedo?”. Así que mi única compañía era un vino tinto en vaso de plástico danzando en mi mano izquierda y el celular aferrado en mi mano derecha salvando el silencio con mensajes de texto. Lo único que existía, entonces, era la imagen y mi presencia invisible a los demás.

Había conducido hasta la Av. Trieste de La California con la intención de ver expuestos los trabajos de los ganadores del concurso UnaFotoxDíax28Días. Es una conexión divertida y amena a través de las redes sociales entre gente que transforma la descripción irreverente de Roberto en una foto hecha bajo presión. Cada día uno entra a internet para ver el reto, y se dispara el cronómetro hasta el otro día con la meta de enviar por correo electrónico el trabajo creativo.

Pero al entrar a la sala de exposiciones se abrió a mis ojos una serie de fotografías realizada por José Fernándes, y que lleva por título Hombre sin @. Apenas unas breves palabras de Roberto Mata explican que el autor de esas fotos se promulgó repitiente del Digital 3, con todo el resquemor que eso le pudiera dar al profesor y no se pierde una asignación de Larga Distancia, trayecto que tiene como resultado estas historias en blanco y negro.

Al calor del vino y la vibración del celular, recorrí las fotos varias veces. En algún momento creo ver un conocido… “Disculpe, ¿Es usted xxxx…?”… “No”, dice con una sonrisa amable… “Ah, disculpe, es que creí que era un amigo de Facebook, pero a quien sólo he visto en fotos”. Vuelvo al mundo bidimensional. Y comienza mi monólogo interior. La vida es toda ella poesía. La textura de un río, una rima… La instantánea es a la memoria lo que al descubrimiento, el misterio…Un trazo que rompe la geometría y la sugiere en la invisibilidad de las formas…La hoja iluminada de la uva de playa está más presente que el hombre que escapa en la luz…La herrumbe de un tractor tan simple y magnética... Esa mirada intensa sabe ocultar la desnudez de la piel morena… ¡Cómo brilla ese charco en la aridez del terreno!... El revés famélico de un caballo ¿o un burro? No lo sabremos porque está escondido entre el follaje…No seas necia, claro que es un caballo. Atribúyele la duda al vino, o mejor me pongo los lentes...Viajar tan lejos para encontrarse un basurero y en el terreno baldío, la actitud temerosa y defensiva de un perro que es puro hueso, como díría Otilio Galíndez.

Escucho las conversaciones ajenas, sin prestar mucha atención, salvo una por discrepar de su punto de vista. “Ahí hay varias fotos: la niña sola es una foto, el niño es otra foto, las aves, si las aíslas también… ¡Mira todo lo que sale de ese cuadro!”…Es cierto, se puede decantar, pero el lenguaje que logra el conjunto es la valía de ese momento capturado. La niña mira de frente al fotógrafo desde una ventana, el niño mira de frente la chica, las aves de por medio no se inmutan. Vuelvo a mi celular o mejor voy por el segundo vaso de vino.

Fernándes toma el micrófono. Agradecido, admite su sorpresa porque nunca se imaginó tener su propia exposición y explica el título que lleva: “Es un encuentro con personas que permitieron acercarme sin ningún tipo de miedo, que me recibieron con los brazos abiertos, sin conocernos… El hombre sin @  es el que saluda con la mirada franca, la sinceridad del abrazo. Estas fotos expresan el ser honestos con nosotros mismos y con el otro…El hombre sin @  nos invita a su espacio. Ese es el mensaje que la arroba no nos arrope, que la arroba no nos aleje… La provincia me dio tanto, espero que ustedes puedan compartir eso conmigo”.

Hago un nuevo paneo por las fotos. Yo lo que encuentro es soledad. Ni siquiera cuando hay más de un personaje la interacción existe. Me presento al autor, lo saludo con un beso y él me responde como si fuéramos amigos de toda la vida. Y lo confronto con mi pregunta.

--No hay ninguna respuesta complicada. Yo a la gente la veo que está conectada consigo misma. Está sembrando, está en un deporte...No está aislada frente a un computador. Todas esas personas se reconocen a sí mismas en un entorno, y reconocen a los demás.

No fui a la sede de Roberto Mata Taller de Fotografía con la intención de escribir este texto. Pero viéndome frente al computador tratando de traducir esta experiencia, así como ustedes que en este preciso momento leen el mensaje críptico, entiendo cuán atados estamos a una red social, sólo hasta el límite que le permitimos para volver a poner pies en tierra, y estar atentos a lo tangible, con la humanidad en carne y hueso. El acto individual no es un acto de soledad, si la persona está consciente del entorno, conectada con la vida. Tal como ocurrió en esas pocas horas que estuve en una multitud y no fui más que un punto, un ser humano entre muchos (*), acompañada de personajes en blanco y negro, hablando con fotografías. Apenas ellas y yo.

Y mi vaso de vino. 

(*) Como el texto final de La bendición de la Tierra, de Knut Hamsum
 _________________________
 Datos adicionales de la exposición
(Nota de prensa de RMTF)
 
Hombre sin @ se desarrolló bajo la curaduría de los fotógrafos Leo Álvarez y Roberto Mata y forma parte de la programación especial del Mes de la fotografía, iniciativa organizada por la Embajada de Francia en Venezuela y la Alianza Francesa. La exposición se mantendrá hasta el 20 de diciembre en la sala principal de RMTF. El público podrá visitarla de lunes a viernes, de 9:00am a 7:00 am, y sábado, de 8:00am a 12:00 del mediodía.
José Fernandes (Portugal, 1963) alterna su trabajo como gerente de Ventas y Mercadeo en el sector industrial y alimentos con la fotografía. En 2010 comienza sus estudios en la escuela de Roberto Mata donde, además de la etapa básica, realiza talleres especializados en Retrato, Paisajismo, Documentalismo e Iluminación; también toma cursos en Avecofa, y Fotoarte y participa en numerosas expediciones fotográficas organizadas por Larga Distancia. Como fotógrafo ha colaborado en proyectos como una publicación de Fundación Venezuela en Positivo (2013) y un programa educativo de la Gobernación de Miranda expuesto en la FIA 2014. Es cofundador de las cuentas @instavenezuela e @instabw_ve en Instagram.


jueves, 25 de septiembre de 2014

Un paseo en la piragua del poeta


Igor Barreto  invitó a su taller de poesía a Malena Coelho, compañera de vida del poeta venezolano Juan Sánchez Peláez (1922-2003),  Premio Nacional de Literatura 1975. Barreto realiza una introducción sobre la corriente surrealista en la que estaba inmerso el poeta, su participación en el grupo Mandrágora (Chile), y hace una comparación con el poeta ruso Osip Mandelshtam, miembro de la corriente acmeista. Antes de iniciar el diálogo la voz de Sánchez Peláez, recitando sus poemas, creaba el ambiente para las preguntas.

- Malena, ¿podrías hacernos un retrato de Juan Sánchez Peláez? ¿Cómo era el poeta?, preguntó Igor.

- ¿Por qué no comenzamos primero viendo sus fotos?, respondió Malena.

Foto: Ricardo Jiménez
Era necesario. Una serie de fotografías que seleccionó Vasco Szinetar, eran más contundentes que mil palabras: el poeta en su hamaca, el poeta abrazado con Malena, el poeta  en su tierra, el poeta con afición por las armas, el poeta y sus amigos, el poeta y las tertulias bohemias, un grupo en el Gran Café, en la Casa de Bello, la vida en cualquier parte. Lo vemos con Eugenio Montejo, con Fausto Masó, con Ben Ami Fihman, con Luis Alberto Crespo,  con Yolanda Pantin, con una muy joven Tania Sarabia… Pero aún las fotos, el gesto, el momento, no tenían sentido sin los relatos de Malena.

- ¿Cuál era la disciplina de Sánchez Peláez para escribir?

- Era normal, a veces comenzaba a caminar y se llevaba la mano en forma de cuenco al oído, y  decía, “me están llegando cosas”…  Luego se ponía a escribir. Todo el tiempo escribía…

Malena habla suave y todos debemos acercarnos para escucharla bien. Desliza entre sus dedos una pulsera de cuentas, como un rosario. Es tan perceptiva que me explica que necesita concentrarse en ese movimiento para controlar sus deseos de fumar. Parece que me hubiera estado leyendo la mente. Ella viene también del mundo editorial, trabajó como correctora en Venezuela.

- ¿Alguna vez le corregiste un poema al poeta? ¿Le sugeriste que una palabra iba mejor que otra?  (Su gesto es casi de espanto, como si fuera a decirme “¡Vade retro, Satanás!”).


Foto: Ricardo Jiménez
- ¿Yo? ¿A Juan? ¡Jamás!  Era él quien buscaba siempre nuevas palabras. Recuerda que cuando ella le ayudaba a traducir a otros escritores, él podía pasarse mucho tiempo buscando la palabra precisa en español para darle a la traducción el correcto sentido poético, y le decía, “esos diccionarios no sirven de nada”. Entonces, Malena iba alimentando su diccionario con las definiciones y expresiones que le surgían a Sánchez Peláez.

“Conocí a Juan en Nueva York, y con él me vine a Venezuela, lugar al que pertenezco”, lo dice en su acento argentino, con la fuerza de quien se encariña con estas tierras, con los amigos, con la misma convicción que le permite cada vez que puede volver a este país, en largas estancias.

- ¿Qué nos puedes decir sobre el ego, o la vanidad, que un poeta como Juan podía tener, como suele ser con todo escritor?.

Malena niega la existencia de vanidad con una licencia sublime: “Juan estaba muy seguro de lo que él era. El creía en lo que hacía”. Será quizás por eso mismo, que le advirtió a su esposa que estaba prohibido publicar cualquier manuscrito que él no hubiera concluido. “¿Pero tienes poemas inéditos del poeta?”, le pregunto. “Son borradores”, responde.

El proceso de edición de un poemario era una tarea muy bien pensada. “Él los tomaba en el mismo orden cronológico en el que los escribía”. Alguna vez un amigo seleccionó un poema que él no consideraba que estaba listo, trató de insistirle a Sánchez Peláez que debía incluirlo en el libro. Él se lo arrebató  y lo rompió para así evitar que su voluntad no fuera cumplida.

- ¿Existe algún poema que tu sientas que te escribió para ti, que eras tú la que estaba en esos versos?, pregunta Igor.

- Bueno, eso es muy difícil saberlo, pero sí hay un poema que me dedicó.

- ¿Te lo sabes?

- Yo no soy hombre ni mujer… hay algunas palabras que se me pueden olvidar... Alguien acerca uno de sus libros, pero en ese momento su voz es más ronca. Le pide a Igor que lea el poema porque no le gusta cómo se escucha en su tono argentino.

A Malena
Yo no soy hombre ni mujer
yo sólo tengo resplandor propio
cuando no pierdo el curso del río
Foto: Ricardo Jiménez
cuando no pierdo su verdadero sol
y puedo alejarme libre, girar, bogar,
navegar dentro de lo absoluto y el
mar blanco

entonces sí soy
el hombre rojo lleno de sangre

y sí soy la mujer: una flor límpida, un
lirio grande

y también soy el alma

y clarean los valles hondos
en nuestro mudo abrazo eterno,
amor frío

-- y qué más
qué más por ahora
piragua azul
piragüita.

 “A veces Juan me miraba fijamente, yo me quedaba esperando como si estuviera a punto de decirme algo.  Entonces me daba cuenta de que realmente no me miraba, quizás ni sabía que me encontraba allí… Estaba pensando un poema”.




Obra de Juan Sánchez Peláez (Altagracia de Orituco, 1922 - Caracas, 2003)
Elena y los elementos (1951)
Animal de costumbre (1959)
Filiación oscura (1966)
Lo huidizo y permanente (1969)
Rasgos comunes (1975)
Por cuál causa o nostalgia (1981)
Aire sobre el aire (1989)
Obra poética (2004)



Paréntesis de despedida
El poeta Alfredo Herrera también estuvo en este encuentro,  venía a contar sus anécdotas, pero no lo hizo. En la salida de la Galería TRESy3 lo abordo buscando una respuesta: “Realmente esta conversación estaba llena de vida del poeta, y no quise cerrarla con un recuerdo de su muerte”. Yo insisto en que me lo diga. “Estábamos allí con él convalesciente, cuando se llevó la mano al cuello y dijo, tengo el poema... Fueron sus últimas palabras”.

Tenía el poema en su garganta.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Sabores que se cotizan alto

Si algo heredó el país, y la ciudad de Caracas en particular, de la inmigración proveniente de todos los continentes fue la diversidad culinaria que nos acerca a diferentes culturas. Y sin entrar en todos los detalles, pues cada país podría merecer una nota aparte, esta entrada está dedicada a uno de esos platos que se pueden degustar en Caracas con la certeza de que nos traslada al Magreb.

El couscous tiene una preparación que parece laboriosa, generalmente servida en vasijas artesanales de barro que ya es un gusto observarlas.

Es posible que haya otros restaurantes marroquíes que tengan como oferta principal el couscous. Yo sólo lo he probado en Le St. Tropez, un pequeño lugar especializado en cocina marroquí con un toque francés. Sólo los viernes y los sábados, son los días exclusivos para brillar en la pizarra del menú. Se debe hacer reserva, pues su fama es conocida entre los comensales.

Yo tuve suerte. Me arriesgué a ir un lunes. Aún se conservaba un poco de la cocción, que estoy segura de que por su reposo podía resultar más sabrosa. Les confieso que no fue algo premeditado, no sabía que "la joya de la corona" se sentaba en esas diminutas mesas circulares del café sólo dos días a la semana. Busqué en el menú, no aparecía. Me arriesgué a preguntar: ¿Tienen couscous con Cordero?,  la chica me respondió, corrigiéndome, sí hay cordero en couscous.

El couscous, es el plato nacional de Marruecos, Túnez y Argelia. Una rápida búsqueda en internet nos explica que los franceses lo descubrieron durante la conquista de Argelia, en la época de Carlos X. La primera referencia a esta receta se encuentra en el "Libro de la cocina del Magreb y Al-Andalus", que data del siglo XIII. "Apareció en Turquía en el siglo XVI y se abrió paso a través de Oriente Medio, para finalmente llegar a los países occidentales. En origen, se utilizaban granos de cebada o mijo para elaborarlo, pero hoy en día en los países occidentales, la sémola de trigo es la más utilizada", indican la mayoría de las páginas web que se ponen a disposición del buscador de Google.

Me senté a esperar el manjar, que no es nada económico, pero el antojo lo vale. Primero me sirvieron una entrada con berenjenas asadas, crema de garbanzo, ahuyama cocida en cuadritos y remolacha. Cuatro nortes que untados con el pan de pita ayudaron a abrir el apetito por el manjar esperado, que no tardó en llegar.

En la primera impresión, el couscous no se ve, arropado por el cordero, los garbanzos, la zanahoria, las coles de Bruselas, la ahuyama, calabacines y la chayota...El caldo espera en su propio envase a ser vertido sobre toda la mixtura.

Disfruté de cada bocado. Los otros comensales preguntaban por el mismo plato. pero era el único... Fue un golpe de suerte, no siempre queda para el día después.

Foto tomada a baja resolución con un celular
Aquí les dejo una foto de ese momento, con los sabores árabes intactos en una ciudad que acogió a tantos viajeros que alguna vez vieron en estas tierras la oportunidad de vivir y progresar. Nos quedaron sus sabores, esperemos que esta herencia se mantenga.


Le St. Tropez, está ubicado en La Florida, en una esquina de difícil conexión, con poco espacio para estacionar. Como tiene el diseño de un café parisino, sus mesas alcanzan para cuatro acompañantes bien juntos, pero es preferible dos personas por mesa. Creo que el espacio se reduce a diez mesas o menos. El precio de este plato (actualizado para la fecha de publicación de esta nota: Bs.750...No fue lo que pagué yo, por cierto, lo que lo convierte en casi un lujo, o un gusto culposo)




Inspiraciones sobre el couscous

En el año 2007 se rodó en Francia un largometraje que se llamó La graine et le mulet, que en español se tradujo como La gran cena y en algunos países como Cuscús, o Cous cous. Dirigida por Abdel Kechiche y merecedora de 18 premios internacionales, además de otro tanto de nominaciones. Destacó con el Gran premio del Jurado en el Festival de Venecia (2007) y  arrasó con los premios César en 2008 (de la academia de cine francesa).

Trata de la vida de un inmigrante tunecino que al perder su trabajo a sus 60 años, es impulsado por su hijastra a emprender un proyecto de un restaurant en un barco abandonado y prácticamente derruido. Su ex esposa es una gran cocinera del couscous, razón fundamental para ofrecer una alternativa culinaria que pone a los demás empresarios a la expectativa de un proyecto que se muestra con una gran humildad, pero que no deja de crear recelos. Los amigos le brindan su apoyo, y las dos familias enfrentadas deben lidiar con ese gran día de la inauguración. La adversidad parte de las diferencias filiares, pero el desenlace no merece ser contado.

jueves, 21 de agosto de 2014

Fragmento amargo de una imagen

La vida moderna se ha reducido a una síntesis. Como lectores, pretendemos enterarnos de todo lo que pasa en 140 caracteres. Los acontecimientos son tan efímeros como el nuevo que se produce. Como sí la brevedad encerrara en sí misma la cornucopia del conocimiento. En tiempos de convulsiones sociales y políticas, todo parece indicar que los argumentos también se limitan a una frase, un gesto para llegar a la mayor cantidad de redes posibles.

Clausura el 20-S
Comparar esa brevedad con el instante que se perpetúa a través del lente de una cámara no tendría mucho sentido si no es para encontrar en esa percepción un extenso discurso que nos cuestiona. Una fotografía puede momificar una sensación, un arrebato, una injusticia o una lucha. Una imagen, aunque breve, se hace eterna, quizás porque el mensaje no es explícito, sino que el mensaje se origina desde la interpretación y la reflexión de quién la mira. Esa brevedad latente es la que se despierta en la más reciente exposición de Juan Toro, que fue inaugurada en los espacios de Roberto Mata Taller de Fotografía, bajo una simple palabra: Fragmentos.

Juan Toro fue recogiendo piezas de batalla en una ciudad que no sabe cómo medir sus conflictos. Ese resto que ya casi está olvidado, vuelve como obra de exhibición con una historia que no nos está dado ser contada. A veces la imaginamos, como la esfera azul que nos dibuja un territorio de violencia con sus trozos de piel y sangre como herrumbre de las contradicciones. Del juego infantil de las metras ya ni los colores son ingenuos. Están abolladas de odio y represión, de prisa por doblegar el ímpetu. Y quizás por su colorido, la elipsis que encierra la imagen, en tan breve símbolo, se reconstruye en este silencio que suspende al espectador en un pasado ignorado o en la amenaza de un futuro.

Los otros objetos quedan también suspendidos como un muro de lamentaciones: latas, bombas lacrimógenas, artefactos construidos a base de clavos, botellas rotas, y entre todos, un rosario que nos habla de la fé de alguien que nunca sabremos a dónde fue a terminar. 

También en esta oportunidad Juan Toro muestra sus fotografías de etiquetas de la morgue. La muerte se vuelve un número, un mes, un año... No está escrita por ningún lado la palabra masacre, aunque la suma de los días golpee con ese latigazo. Esta serie que se incluye a sus nuevas imágenes ya la conocía de una exposición anterior en la Organización Nelson Garrido, pero cabe destacar que en el impacto de la primera vez y el de ahora insiste la reiteración de lo efímera que es también la vida. Un detalle de los curadores en esta oportunidad:   el cuarto oscuro y frío como debe ser una morgue, encerrado como las sepulturas. Un número 38 que se hace infinito en la etiqueta de El Rodeo, del año 2011, la evidencia de una mentira oficial. La curaduría de la exposición de Juan Toro la realizaron los investigadores Salvatore Elefante y Luca Pagliari. La sala de exposiciones está ubicada en la Avenida Trieste con Avenida Madrid, de la California Sur.

"Esta exposición es algo tétrica", comenta uno de los asistentes a la inauguración. "Tan tétrica como la realidad que vivimos", le responde su interlocutor. Las imágenes, como los ensayos, permiten mostrar la voz íntima de un país, aunque en estos fragmentos esa voz se escuche entrecortada.


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