miércoles, 25 de diciembre de 2013

Caligrafías Navideñas

Para tomar una buena foto de fuegos artificiales es preciso usar un trípode y tener correcto el tiempo de exposición que permita la nitidez para capturar un preciso momento de luz.

Pero qué puede pasar si el error se convierte en un experimento, y el movimiento se transforma en caligrafía para leer una noche de Navidad.

Este es el resultado de la lectura de luces, en la madrugada del 25 de diciembre de 2013, como para los maestros del cinetismo: el movimiento hace la imagen, el lenguaje.



















miércoles, 11 de diciembre de 2013

Algo diferente


Apostar a una voz nueva no siempre es fácil. Pero en este caso, no se trata de una voz tan nueva, si se conoce de su trayectoria como trompetista, y más si le robó el aliento al público que la escuchó cantar y tocar, simultáneamente, Qué vale más y Tonada del Tormento, de Simón Díaz, cuando se realizó el I Festival Caracas en Contratiempo, en julio pasado, organizado por Ernesto Rangel y Aquiles Báez, bajo el sello de Guataca Producciones.

Esta vez, Linda Briceño volvió al escenario para bautizar su primer disco (curiosamente se llama Tiempo) y la sala prácticamente llena auguraba por sí misma el éxito de la noche.
El disco está compuesto por nueve canciones de su autoría, una de ellas compuesta cuando apenas tenía 11 años,  y tres temas que han atraído la atención hacia ella por su particular interpretación, uno de ellos ya citado, Tonada del Tormento, Vengo de esta Tierra, de Aquiles Báez y el bonus track, Bésame Mucho.

Le acompañaron esa noche excelentes músicos, comenzando con el recién galardonado con el Grammy Latino, el Negro Diego Álvarez, en la percusión y también en el dúo del tema “Sueño latino” (en el disco la acompaña con Águilas). Al momento de presentar a Diego, quien además heredó de su madre Morella Muñoz la pasión y el talento por la música, Linda no evita los detalles de la amistad que los une: “Me acompañó todo el día en los trámites para sacarme el pasaporte…”. Y así como elogia a su percusionista, lo hace con cada uno de los músicos que la acompañan esa noche, Adolfo Herrera, en la batería; Rodner Padilla, en el bajo; Gabriel Chakarji, en el piano, Pablo Gil, en el saxo; Jorge Glenn, en el cuatro, Noel Mijares y Armando Lovera. En el coro, Carmela Ramírez, Marianni y Hana Kobayasi. En la dirección, David Wilolo, entre otros cuyos nombres se me escapan. Menos el de Leonard, un músico de Valencia, estado Carabobo, a quien conoció a través de las redes sociales, con quien también hizo dúo.

Linda empacó maletas no hace mucho. Se fue a continuar su  formación musical en Nueva York, al obtener una beca de estudios en la New School of Music  

Y para quién no conozca a esta artista, les hago un resumen de mis referencias:  

Es hija de Andrés Briceño, el primer baterista que elevó el jazz con la mezcla de los ritmos afrovenezolanos, y también descendiente de muchos músicos (su abuelo y sus tíos…). Siendo aún muy pequeña asustó a su padre una tarde, cuando tomó su trompeta mientras él dormía  y el fuerte sonido del instrumento le hizo creer que había un ladrón en casa. Desde entonces, la trompeta es casi que una extensión de sus brazos. Pero además, Linda toca muy bien el piano y también la guitarra…No me extrañaría que también tenga dotes de percusionista. A sus 24 años, ya se le conoce por dirigir la “Simón Bolívar Big Band Jazz”,  agrupación que ha permitido compartir con maestros de este género como Duke Ellington, Ella Fitzgerald, Dizzy Gillespie, Tito Puente, Arturo Sandoval, Juan Luis Guerra y una larga lista de figuras emblemáticas de la música. Tocar junto al gran trompetista, compositor y arreglista estadounidense de jazz, Wynton Marsalis, le abrió las puertas a nuevos escenarios internacionales .También vale decir que en el año 2011 fue nombrada “Líder Juvenil Mundial” por el Foro Económico Mundial de Davos, por su labor como músico y el desarrollo de estrategias para el emprendimiento en los  jóvenes. 

“A través de la música tengo un mensaje importante que dar. Muchas personas se preparan durante toda su vida, van a la universidad, se casan, compran un perro, y todavía no saben qué quieren. Yo solamente tengo un mensaje que dar y es sólo a través de la música. La música es ese escenario  que tienen acceso a muchas personas, incluso los políticos envidian el escenario que tenemos los músicos… “, así explicaba Linda Briceño la confianza que tiene en su talento, durante una entrevista a CNN.  Y de esa conversación vale otra sentencia:  “Estoy esperando a que la oportunidad se consiga con la preparación... Tenemos que empezar a prepararnos y en ese camino uno se consigue con la oportunidad, el mundo necesita de jóvenes preparados, necesita de mejores programas de educación, nunca sobra el arte, es totalmente necesario el arte hoy en día”.


Y coherente con esa inspiración, uno de sus composiciones tararea  “Dame una oportunidad”. 

Linda se fue a Nueva York para dar el gran salto en su carrera, pero regresó a Caracas, para dejar su primer disco como solista, entregada al público que la vió crecer. El mejor gesto de la noche agradecer a cada uno de los que fueron a celebrar su música, obsequiándoles el disco. “Lo único que les pido es que si les gusta, no lo copien o lo quemen, sino que salgan a comprar otro y se lo regalan a un amigo o a un familiar en Navidad”.

Escuche una de las presentaciones de esa noche: Linda con Diego Álvarez: Sueño Latino

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Una lectura pendiente

Le tiemblan las manos. Cuando habla suele mirar hacia el suelo, por unos segundos busca un interlocutor entre el público, o mantiene la vista en Willy Mckey,  su par en este coloquio. Pero al poco tiempo, vuelve a bajar la mirada o busca un punto muerto en el aire. Al fondo, las fotografías de los talleristas de la escuela de Roberto Mata ilustran un párrafo de Liubliana. Detrás de él, un close up de alguien que grita.  Eduardo Sánchez Rugeles, el autor de esta novela conversa con mucho humor, incluso tararea alguna canción de referencia en el libro. Con toda su expresión de alguien sencillo y sin poses, confiesa su timidez, como si nadie la hubiera notado aún.

La conversación descubre uno de los secretos del éxito de sus novelas. La timidez ha sido su escudo para ser un gran observador y escucha.  Y con sus rasgos de muchachito pasa desapercibido. En realidad, debo reconocer que imaginé al escritor con otra fisonomía, incluso más viejo de lo que es. Pero además, ese silencio exterior que todos ven fue un grito interior de las ideas que le hicieron merecer el Premio Iberoamericano de Novela Arturo Uslar Pietri, en el año 2010 por Blue Label/ Etiqueta azul.

Llegamos a buen tiempo, apenas alcanzamos a tomar casi que los dos últimos puestos de unas sillas que incorporaron a última hora en la Galería Tresy3, un nuevo espacio para la cultura y la fotografía, ubicada en Las Mercedes.  Cuando se sentó el presentador, la sala siguió llenándose. La gente de pie, algunos quedaron apostados en las puertas de acceso.

Sánchez Rugeles cuenta de sus primeras aproximaciones al trabajo fotográfico, hasta que Roberto Mata le dijo, “mejor dedícate a la literatura”. Y también narra su experiencia como profesor de adolescentes, en el Colegio San Ignacio de Loyola, y la motivación de escribir inspirado en ellos...

Y esta intención de escribir de este encuentro se debe justamente a la forma como este venezolano atrapó con su pluma la atención de una adolescente, mi hija de 16 años, quien debía leer Liubliana para una de sus asignaciones del liceo, pero mientras esperaba a encontrar el libro (en las librerías donde busqué ya se había agotado), se dedicó a leer  Blue Label/Etiqueta azul.

Yo la escuchaba reír, asombrarse, abstraerse hasta en la hora del almuerzo.  Ella me decía “mami, escucha esta frase”, y una tarde suelta un grito de lamento.  Corro hacia su cuarto y le pregunto  asustada ¿qué pasa?  Ella me responde, es que ya me quedan unas pocas páginas del libro y no quiero que termine…

No es la primera vez que mi hija se lee un libro sin el peso del compromiso académico. Pero en este caso, si debo decir con propiedad que es la primera vez que mi hija lee una novela con tanta emoción, y qué bueno que sea una novela escrita por un venezolano.

Durante el acto, Mckey leyó los peomas de Sánchez Rugeles, un complemento que se incluye en la nueva edición de Blue Label/Etiqueta Azul. Al fondo, la música de Alvaro Paiva, el mismo que junto con su equipo de la Movida Acústica Urbana grabó el disco de Rock& MAU –maravilloso por cierto.  Escucho por primera vez  el soundtrack de Liubliana, (esta historia está mejor contada por ESR, en su blog, de allí el enlace).

Estaba presenciando en ese momento  la complicidad de las imágenes, el sonido y las letras venezolanas. ¿Una hora, dos horas de nuestros días? Puede ser suficiente como un salvavidas en este mar de país, al que me aferro, donde algunos, incluso allende a nuestras tierras, dejan huella de la ciudad que ellos ven, perciben y sueñan;  construyen su vida desde su propia fé individual y la multiplican en sinergias.  En un largo etcétera de los rincones culturales como éste es donde me quiero quedar.


Otros premios de Eduardo Sánchez Rugeles

  • Primer Lugar. Mención Novela. Certamen Internacional de Literatura, Letras del Bicentenario, Sor Juana Inés de la Cruz por: Liubliana. (México, 2011).
  • Premio de la Crítica a la Novela del Año por: Liubliana. (Venezuela, 2012).

Un paréntesis en el etcétera

Jueves, 21 de noviembre,  una nueva cita con el escritor en la Librería Lugar Común, en Altamira. Otra vez a sala llena. Le acompaña el director de cine Alejandro Bellame, cuya obra "El rumor de las piedras" mereció el reconocimiento del 7mo Festival de Cine Venezolano (2011) de Mejor Película.

Siguen las convergencias de creadores venezolanos uniéndose en proyectos que los apasiona. El anuncio es que apuestan a la versión filmográfica de Etiqueta Azul/Blue Label. Y entre las anécdotas de cómo llegaron a trabajar juntos vale el reconocimiento a una lectora, la esposa de Alejandro Bellame, Elsy,  quien visualizó en la novela la futura película del cineasta.

Lo que más me sorprende es la fé de Eduardo Sánchez Rugeles en los jóvenes. Rechazó a dos directores anteriores porque quería que la película la produjeran sus alumnos. Hizo un intento de guión con ellos, pero los jóvenes (al fin y al cabo es una condición de los años) estaban a su propio ritmo. Finalmente Sánchez Rugeles terminó trabajando en conjunto con Bellame Palacios...

Lo que más me conmovió de la noche fue escuchar a ESR contar cómo en una cita pendiente a una entrevista de radio no pudo evitar desviarse y entrar al Colegio San Ignacio -que le quedaba en la vía- y recorrer sus espacios, mientras pensaba, "por esto me gustaría regresar a mi país, para dar clases a los muchachos, me gusta educar"...

Yo sólo volteo a ver a dos niñas adolescentes que fueron a escucharlo con entusiasmo, Natalia y Elvira, con la esperanza en el futuro en sus miradas.

viernes, 4 de octubre de 2013

Snapshot de una amistad: Lo que Enrique ve

Tengo un amigo de muchísimos años, de más años que encuentros. Una ocasión, un viaje a la Gran Sabana, en el estado Bolívar, fue la causa para que ambos nos conociéramos, en una escuelita del pueblo de Paraitepuy que servía de dormitorio a un grupo de estudiantes de la Universidad Central de Venezuela, que llegamos allí para hacer labor social y ecológica.

En realidad mi presencia era casi de observadora, porque estaba documentando una parte de mi tesis de grado en periodismo (Comunicación Social), basada en la experiencia de convivir en una tierra tan frágil y milenaria, promoviendo el turismo, pero al mismo tiempo generando conciencia de preservación del ambiente. La tesis trataba de buscar un punto de encuentro entre la minería, el turismo y la necesidad de mantener al Parque Nacional Canaima, y en específico a la Gran Sabana, como una joya que no podía ser vulnerada.

Enrique Díaz estaba allí como estudiante de geología  y como parte del Grupo de Ingeniería de Arborización (GIDA) que organizaba la actividad de convivencia con los pobladores pemones. Virgilio (a secas) era nuestro guía y quien lideraba el equipo que llevaba juguetes para los niños de la comunidad (era diciembre). Estaríamos a la falda del Roraima, con recomendaciones a los visitantes para que no dejaran desperdicios en el trayecto y evitaran fogatas o cualquier acción que pudiera afectar la vegetación del lugar.

En casi 26 años que han pasado de esa historia, si acaso he visto a Enrique cinco veces. Pero esta amistad se conserva sin muchas palabras y a través de imágenes. Tengo en la repisa de una biblioteca una fotografía que él me tomó en un gran peñón que se ubicaba en una cima, desde donde se podía divisar el pequeño pueblo indígena, la tomó con mi propia cámara fotográfica, una Zenit que aún conservo como una reliquia.

También tengo en una pared de la sala de estar  una fotografía de la Gran Sabana, imagen que el logró durante el amanecer, antes de que las nubes ocultaran el Roraima y el Kukenán. Una foto que salió de su propia cámara y se reveló a la luz de los químicos del laboratorio que armó en su casa, porque éste era su gran pasatiempo. Apenas él me mostró la foto, yo quedé atrapada en el cuadro. La soledad del paisaje, la profundidad, el misterio que arropa la escena como el total silencio que nos envolvía cada día. Esa copia quedó en mis manos como un regalo.

Paraitepuy, Gran Sabana, Edo Bolívar. Venezuela (1987) Al fondo se ven los tepuyes, esta es la última localidad a la que se llega antes de escalar el Roraima.
Siempre pensé que Enrique sería un gran fotógrafo. Antes de yo saber nada del oficio de la imagen (confieso que sigo sin saber mucho) ya conversábamos de Robert Mapplethorpe, Cartier-Bresson y  Robert Capa... También me comentaba cómo trataba de lograr los efectos de luz de sus paisajes. Una vez me contó que llegar a esas fotos era un trabajo arduo pero placentero. Eran años de estudio, de mirar muchas fotografías, de estudiar a los profesionales en este oficio, el empeño para lograr lo que esperaba y sobre todo inspiración y estar enamorado de lo que hacía...

Hoy día, Enrique sería uno de esos fotógrafos que aún preservan la magia de ver salir la foto desde un cuarto oscuro. No edita sus fotos en formato digital, no ha tenido tiempo de usar el photoshop o el Lightroom. No le produce la pasión que los líquidos en bandeja le deparaban. Así que sus fotos digitales son esencialmente vírgenes, si se pudiera decir de alguna manera.

Enrique prácticamente fue mi vecino cuando me casé y me mudé a mi propio hogar. Al nacer mi primer hijo, me llamó para decirme que le había comprado un regalo al bebé... Y a pesar de que sólo era cruzar una calle en diagonal hasta la mía, nunca supe qué contenía el paquete. De eso, creo que nos reímos ambos. Él siguió en la geología, también se casó y se mudó al Zulia, quién sabe por dónde más anduvo en uno de esos momentos en que cada uno construía sus vidas. Nos volvimos a encontrar. Luego se fue a Brasil, y luego a Vietnam, gracias a su carrera...que no fue la fotografía, aunque siempre tenga una cámara acompañándolo.

Praia do Pecado, Macae, Río de Janeiro, Brasil (2010)

Macae, Rio de Janeiro, Brasil (2010). Esta foto motivó un poema titulado Zen.
Arpoador. Ipanema, Brasil (2010). Esta imagen me da la sensación de que al tocar la pantalla, se siente la rugosidad de las piedras, y las manos se ablandan con la espuma del mar revuelto. 

Mi interés no es escribir sobre esta amistad, mi interés es que todos vean que a pesar de que el destino puede hacer cambiar el rumbo de una vida, por subsistencia o por oportunidades, cuando alguien tiene una pasión debe mantenerla aunque a veces el tiempo no se lo permita. Esta amistad se basa en la convicción del don que él tiene  para dejar, en un instante, el alma del momento. Por creer en él es que soy su amiga. Y es por eso que hoy, como alguna vez se lo prometí, dejo a la luz de todos una parte de esas fotos que él ha compartido conmigo a lo largo de estos años, en honor a esta amistad y al arte que está en su mirada.


Delta de Mekong, Vietnam, 2013 (Por la ampliación de la cocina, el fogón y otros muebles fueron sacados al patio... Y así lo vió Enrique)




sábado, 10 de agosto de 2013

Un piano, muchas historias

De cómo Clara volvió a asociar los apellidos Carreño y Steinway, siglo y medio después


Hace 150 años atrás, una venezolana de 9 años iniciaba su carrera musical como pianista de fama internacional. Teresa Carreño, en una época que subvaluaba la destreza e inteligencia femenina, se ganó los escenarios europeos y de Estados Unidos por su talento. Realizó una presentación para Abraham Lincoln en la Casa Blanca (1863), compartió con famosos compositores como Franz Liszt, quien le propuso ser su maestro, pero el proyecto no cristalizó, porque ella no contaba con los recursos para trasladarse a Roma.

Nueva Zelanda, Australia y África del Sur también fueron sus destinos. Su consagración como pianista internacional llega con la aceptación del exigente público alemán (1889) y por su desempeño como solista para la Orquesta Filarmónica de Berlín. Fallece el 12 de junio de 1917, en los Estados Unidos. Uno de los músicos y colega que llevó a cuestas el féretro para rendir honores a la compositora y pianista, fue Charles Steinway.

Hace 160 años, el inmigrante alemán Henry E. Steinway  fundaba en Manhattan, Nueva York,  la compañía que vendría a revolucionar la fabricación de pianos en el mundo, y que mantiene un sitial de honor entre los pianistas internacionales: Steinway & Sons, con fábricas en Astoria, Nueva York y Hamburgo. Es muy factible que uno de los hijos sea el mismo Charles amigo de Teresa, de hecho, el empresario bautizó a uno de sus hijos con ese nombre.

O podría ser una simple casualidad.

Estos apellidos vuelven a encontrarse siglo y medio después en Venezuela, luego de la tarea encomendada a otra pianista de nuestro país, radicada en Londres, Clara Rodríguez, quien con orgullo cumplió su esfuerzo por traer para la Sala José Félix Ribas del Teatro Teresa Carreño un piano Steinway & Sons, que es definido por ella como “la joya de la corona”.

¿Cómo llegó hasta Clara la misión de buscar el piano? Por la solicitud que le hiciera José Antonio Naranjo, Toñito, actual presidente de la Fundación Compañía Nacional de Música (FCNM) y uno de los hermanos  Naranjo que integra El Cuarteto, ejecutante de la flauta en la agrupación que tiene 34 años difundiendo la música venezolana, junto a Raúl y Miguel Delgado Estévez y Telésforo Naranjo. Clara inmediatamente aceptó la tarea, pues uno de sus mayores sueños era poder tocar en Venezuela con un excelente piano, con la calidad internacional que éste tiene.

Toñito y Clara también tienen un vínculo que hace de esta historia una hermosa trama musical. En el año 2004, El Cuarteto realizó una gira por Europa, y como Londres era uno de los destinos, le solicitaron a la pianista compartir escenario en el Bolívar Hall. Con entradas agotadas y más de 200 personas fuera de sala, les quedó el gusto a los caballeros de volver a incluir a la dama en sus presentaciones. Un viaje de Clara a Venezuela permite que en 2007 repitan la experiencia y dejen el testimonio en un CD.

Pues Clara no sólo cumplió con su deseo de tocar en Venezuela sino que vuelve a repetir el gusto de juntarse con estos maestros. El pasado 9 de agosto, ella estreno el Steinway, ejecutando como primer tema de la noche A Teresita, un pequeño vals que nos dejó de herencia Teresa Carreño, quien aún  con sus breves pasos por este país, y viviendo las vicisitudes ante una sociedad que reprochaba su libertad como mujer, siempre mantuvo su venezolanidad y selló los ritmos propios como el vals y el merengue en su estilo de compositora. El tema se lo dedicó a una de sus hijas que fue bautizada con el mismo nombre.

Junto a El Cuarteto ejecutó Mañanita Pueblerina, de Inocente Carreño, Señor Jou, de Pablo Camacaro, El Cumaco de San Juan, de Francisco Delfín Pacheco,  Carmen Rosa (inspirado en el personaje de Miguel Otero Silva, de Casas Muertas y Oficina Nº1), pieza de Federico Ruíz, que ya anuncia ser grabada en un segundo CD, y El Diablo Suelto con El Alacrán, de Heraclio Fernández /Ulises Acosta.

Imagen tomada de www.venezuelasinfonica.com
“Este es un país de orquestas sinfónicas y los pianistas estamos escondidos viviendo nuestra vida privada de solistas”, dijo Clara Rodríguez, quien no se conformó en traer el piano sino que organizó un festival para la celebración: tres días de conciertos con renombrados pianistas, en presentaciones totalmente gratuitas.

Ayer la acompañó también Guiomar Nárvaez, primero ambas solistas, luego en concierto a cuatro manos. Y nada más ver la lista de 16 pianistas que se suman a la celebración es reiterar nuestra admiración por tanto talento junto en un país: Carlos Pérez Tabares, Jean Carlos Ochoa,  Yohannazaret De la Rosa, Ana Karina Álamo, Alba Acone, Marieva Dávila, Prisca Dávila, Pedro Toro, Sadao Muraki, Carlos Urbaneja, Luisa Cabrelles (a quien le quedó encomendada la afinación del piano, bajo la instrucción del técnico inglés Peter Salisbury, quien vino al país especialmente para calibrar el instrumento y darle el entrenamiento), Marianela Arocha, y el Dúo Sans-Palacios.

Y los pianistas que faltan por nombrar, si habláramos del piano venezolano que vibra en el exterior. Pero esa ya será otra historia…

Referencia:
Hablé muy poco de la Joya de la Corona, la razón de este texto:   fabricado hace 30 años en Hamburgo. Proviene del Royal Hall Festival de Londres, Inglaterra. "Tiene dos máquinas o acciones, una original con teclas de marfil y otra construida especialmente para Venezuela, con teclas de plástico, creado por el técnico inglés Peter Salisbury”.

jueves, 8 de agosto de 2013

Arte en las sombras


“Ignorante, apaga el flash”, se escuchó en la sala cuando cerraba uno de los más hermosos espectáculos del Teatro Negro de Praga en su noche inaugural, presentación que permitía el uso de cámaras fotográficas y de videos, porque estaban los medios de comunicación social invitados. Ese instante iluminado desnudó la escena invisible y fue una sola exclamación de desaliento lo que vibró entre el público antes del grito.

Pero ya saben aquellos que vayan a ir en los próximos días. No están permitidas las cámaras y si quieren preservar uno de esos momentos, ni se le ocurra robar con su luz la magia del momento. La sombra es el lenguaje de estos artistas.

Hace muchísimos años, tantos que ya no recuerdo cuántos, fui con mis padres y hermanas  a ver el Teatro Negro de Praga. Para un niño es un acto de ilusionista ver como objetos inanimados se mueven y dialogan en su movimiento con los actores. Por eso, al asistir a esta premier, no pude evitar detenerme a escuchar las risas suaves de los niños que estaban entre el público, e incluso la voz de uno preguntándole a su padre, ¿cómo lo hacen? ¿Hay alguien escondido en la oscuridad?

Me parece que lo mejor es la sencillez de cada escena. Unos actores altísimos, unas actrices que bailan como bailarinas sin las zapatillas de rigor, tramas de amor y de humor.

No había vuelto a ver el Teatro Negro de Praga desde aquella primera vez que fui una niña. ¿O acaso mi memoria me traiciona y lo vi ya adulta pero con corazón de niña? No lo sé, pero me río como esos pequeños que se hacen cómplices del actor que compite por tener el equipaje más grande,  qué viven los infortunios de La Lavandera, o los amores de Pierrot, o comparten las visiones de un borracho que se le multiplican Los Faroles. También en esa oscuridad bombardeada  de colores vivos, El Mago hace juegos con su sombrero, así como un El Violinista desespera con sus impericias. Un nombre curioso para una de las escenas La Pescada, al principio pensé que era un error de traducción, pero basta ver el sueño del personaje dentro de un fondo marino para encontrarle sentido a ese título. Las risas no sólo fueron de los niños, sino de todos, cuando ya se acercaba el cierre con El Caballo, yo sentía que las horas fueron segundos y que todo estaba terminando muy rápido. Quizás sea porque dentro de lo sencillo de cada acto está la riqueza del drama y la comedia que en segundos se refleja sin necesidad de luz, o más bien gracias a la ausencia de ella, o su tímida aparición para revelar la historia colorida y fosforescente que emerge y se esconde.





(Las fotos que acompañan esta nota fueron tomadas sin flash, tratando de evitar que la pantalla no perturbara a mi vecino de atrás. Pero hubiera preferido no tomar fotos, para no perderme ni un segundo del movimiento sobre las tablas)

Referencias: Contemporánea Producción Artística, en alianza con Grupo Escenario, traen a Venezuela al Teatro Negro de Praga, fundado en el año 1961, bajo la dirección artística Jiří Srnec, quien se mantiene como guionista y director escénico, pero además le acompaña su hijo, Jiří A. Srnec, en la dirección general y Vladimir Kubicek en la dirección artística.  Las funciones se realizarán del 7 al 18 de agosto, en el Teatro de Chacao.


miércoles, 7 de agosto de 2013

En el pasticho melodioso de mis recuerdos

Un lamento africano, un grito musical, el sonido gutural que recuerda lejanías en la sabana, así comienza Laura Guevara una de sus composiciones propias durante el concierto “Los nuevos cantautores. Emprendiendo las canciones venezolanas del siglo XXI”. Ella no sólo canta, baila con un ritmo muy especial, se contonea al ritmo de los instrumentos que la acompañan cuando permanece atenta a sus intervenciones. Tiempo de escapeCorazón fiel son los nombres de sus piezas, con una mezcla de ritmos entre tambores y jazz.

Podríamos pensar que es un nombre como el de cualquier ciudadano de este país. Pero basta que mueva sus manos sinuosamente y module su canto, para saber que no estamos frente a una venezolana más, sino frente a una artista que busca su puesto como cantautora y representante de la cultura venezolana.

Así como ella, con la misma admiración al escucharlos aparecen en la tarima José Alejandro Delgado, Ulises Hadjis, Fabby Olano, Gregorio Yépez, Ana Cecilia Loyo, Alfred Gómez, José Alejandro Paredes… ¿Qué tienen en común todos? Que cantan sus propias canciones. No es la música caraqueña, es la música de un país que busca otros horizontes, respetando los ritmos que son sus raíces y con clara renovación juvenil. Como lo dijo Goyo, “no es música venezolana nueva ni antigua, simplemente es”.

En estos tiempos de querer escapar de todo, José Alejandro Delgado, trata de averiguar qué cosa hay detrás del cantar de los pájaros, cuando el mismo trina Liberen a Prometeo y lo mejor de la noche también viene de su creación: Mejor te vas, casi un monólogo vívido de una despedida, con el drama y el humor que ello representa. Ulises Hadjis, incluye en su composición la calimba, un instrumento de origen africano que cabe en las palmas de las manos, con unas laminas metálicas que por su longitud definen las notas que surgen al pulsarlas. Primero apareció con su guitarra eléctrica, que generó el suspenso de la noche porque no se escuchaba, y en la pausa el público paciente espero en silencio con una decencia sin igual, hasta que finalmente pudo tocar su Música Normal. “La alegría de Caracas vive en Valencia”, dice al introducir a Fabby Olano, y yo ya no sé qué nuevas palabras decir de ella, más que felicitarla por su reciente CD, “Llueven cantos”, su primer tema de la noche fue Tu amor, a ritmo de gaita y en su siguiente aparición Y saluda el tiempo, fue acompañado por el coro de los espectadores "...es la vida al vuelo". Gregorio Yépez, conversador con el público expresa: “Si me concedieran un deseo, pediría cantar y si pudiera pedir otro deseo sería una guitarra y amigos para cantar”. Su primer tema dedicado a las mujeres bellas. Ana Cecilia Loyo se inspira en el Catatumbo, con una energía cálida como el relámpago. Y si Alfred Gómez Jr. habla de amores, Laura vuelve con Fuegos. José Alejandro Paredes canta Contratiempo,  el tema que ha sido el leiv motiv de esta cruzada musical de “Caracas en Contratiempo”, también Los Condenados.

No basta llamar por su nombre a las canciones, cuando poco podemos saber de ellos, pero espacios como el que se genera en esa noche hacen falta para desplegar la identidad nacional. Estos cantautores también se conocieron entre si durante los ensayos para la ocasión. Todos manifiestan su admiración por los músicos acompañantes: la dirección musical de este concierto estuvo a cargo de Gonzalo Teppa, vigilante de todos tras su contrabajo y disfrutando de cada segundo; Nelson González, en el cuatro, Héctor Hernández, en el saxofón, Adolfo Herrera en la batería y Gabriel Chakarji en el piano, este chico sí que promete en sus escasos 20 años.

Son ocho los que vemos ¿y cuántos hay detrás esperando su oportunidad?

Un día antes

Hace seis días que me senté en las butacas del Teatro Chacao para escuchar los “Nuevos ensambles de cámara de música venezolana”. El tiempo me traiciona, ya los detalles se me van perdiendo. Pero hay algo que prevalece de aquella noche: El Nenegro Juan Manuel.

Me llamaba mucho la atención que Aquiles Báez anunciara que se escucharían unas maracas eléctricas, y más fue el interés al saber que quien las tocaría era Manuel Rangel. Esa fue la razón de mi elección en la compra de mis entradas a los conciertos. Lo que no sabía, y también me sorprendió gratamente, es que Manuel Rangel, quien viene de realizar una gira por Portugal, España, Perú y finalmente Estados Unidos, y en este último país con dos grandes embajadores musicales, el pianista Leo Blanco y el violinista Eddy Marcano (por cierto, esperaré por ese concierto en Venezuela), estaba acompañado nada más y nada menos por otros tres inmensos: Carlos Nené Quintero, El negro Álvarez y Juan Rodríguez Berbín.

Me detengo en este grupo, porque uno de sus temas es sublime, desde el primer canto, la voz que emerge desde un equipo electrónico es la de Morella Muñoz, canto sin palabras, un lamento sonoro y dulce, que se va mezclando con la intervención de cada percusionista, la repetición de las maracas al paso de una grabación realizada en el instante, la guitarra también de Manuel Rangel, y finalmente el adhan, el llamado a la oración en la cultura islámica, otro canto que baila por los aires y así como la oración indígena se incluye en este experimento de sonidos, junto con el de cierre, nos hace ver que somos iguales todos, una sola garganta como una esencia.

En honor al contratiempo, paso a hablar del inicio de esta sesión de ensambles. A mis hermanos de Aquiles Báez es un tema que pudiera ser el soundtrack de mi vida, ¿exagerado no? Así será cuánto me gusta. Pues imagínense el agrado de escucharlo en la interpretación de Eduardo Betancourt  y Leonard Jacome en Dos Arpas Cuatro Manos. Esperé con feliz resultado la interpretación de Periquera con seis por derecho, de C4 Trío y esta vez analicé cada movimiento que hacían para irse acercando unos a otros y mezclar sus instrumentos entre sus brazos cruzados, ¿tres cuatros ocho manos?, y así mismo me deleité con Jorge Glem Trío, Quintillo Ensable y Los Chacón (Erick y Chipie), fabulosos en cada presentación.


A propósito de trompetas, y antes de que silencie la memoria, la cita obligada fue la clausura del evento… Linda Briceño brillante en su voz, Mariaca Semprún, Rafael El Pollo Brito, Eddie Marcano, Marcial Isturiz (impactante con Píntame Angelitos Negros),  Roberto Koch, Adolfo Herrera, Yonathan Gavidia, Aquiles Báez, Jorge Glem, Diego Álvarez, Jorge Torres, Grupo Herencia, Gabriel Chakarji, Héctor Hernández, y la presencia de todas esas voces que hicieron tronar las noches en ritmos venezolanos. Que suene un país.


Escuche Mejor que te vas. José Alejandro Delgado 




sábado, 3 de agosto de 2013

En Contratiempo, bajo el aplauso a Simón Díaz

Me duelen las manos. Ciertamente la euforia duele. Pero el alivio pronto se impone en el eco que proviene de mis recuerdos más recientes. Son las 10:45 de la noche. Corro por una calle oscura de una ciudad solitaria, que me huye. Yo también le huyo. En la urgencia que provoca su vacío y desolación la velocidad del carro busca adelantar mi tiempo a puerto seguro.

En el apuro, prefiero retrasar a las tres anteriores horas, cuando estuve en otra ciudad: la que me arrulla y abraza, la que nace repleta e iluminada de las voces y notas musicales del evento “Las nuevas voces interpretan a Simón Díaz”, que formó parte del 1° Festival de Música Contemporánea “Caracas en Contratiempo”, organizado por Guataca Producciones.

Hago el salto hacia esa melodía y me adentro a revivir cada momento desde el principio:

A las 5:45 de la tarde  me encuentro en la Calle Negrín de Sabana Grande, bautizada por mí como zona Beirut por la cantidad de gente que deambula sin ningún control, se atraviesa, interrumpe el paso del semáforo, hábito que permanece aún después de que eliminaran todos los tarantines que impedían el paso de los peatones por las aceras. Mientras me encuentro en ese tráfico detenido, comienza a sonar en la radio una versión de Sabana en remix, de Dr. Muu. La lejanía que me separa de disfrutar del inminete concierto no me arranca el ánimo ni me despierta ansiedad. Pronto escucharé otras voces rindiendo honor a la viva herencia que sigue dejando Tío Simón.

Llego temprano, con el privilegio de entrar entre las primeras al auditorio Fernando Crespo Suñer, de Ciudad Banesco, con un aforo de 316 butacas. En pocos minutos se llena. Abren un espacio alterno, para que los asistentes puedan al menos ver un hecho que será único, a través de sistemas de video. También se copa. Se activa el plan C, para grata sorpresa de los organizadores, Aquiles Báez y Ernesto Rangel, y aún así, hay gente que se quedó fuera.

Trato de analizar qué hace a Simón Díaz tan nuestro. Y me identifico con Bettsimar, su hija, cuando cuenta del desengaño que manifestaba su padre, al asomarse a las ventanas londinenses y no ver sol. “Esta gente vive aquí, porque no conoce Venezuela”…decía. Y recordar con humor como prefería una gira por los llanos venezolanos, en lugar de presentarse en el Carnegie Hall (carne y frijol) aunque se cayera a aplausos la sala, porque  “aqui toiticos si cantan mis canciones”.

Puede que mi memoria me falle, pero creo que el primer tema en abrir el concierto fue Tonada de Luna Llena, en la voz de Rafael Pino, y con una majestuosa trompeta de Linda Briceño. Una vez escuché que Simón Díaz se dedicó a difundir las tonadas, alimentado por un deseo de estimular el campo venezolano frente a la caída de la producción de leche en los años 60 y 70. 

Simón Díaz no sólo compuso y cantó canciones, educó en sus programas de televisión, propició la difusión de la música venezolana y le puso sonido a los textos de poetas venezolanos como Alberto Arvelo Torrealba, Aquiles Nazoa (El loco Juan carabina, por ejemplo), Graterolacho (Tonadas de las espigas), entre otros.

Rafael Pino (con una impactante voz para entonar Pasaje del Olvido), Amanda Querales (Todo este campo es mío), Nana Cadavieco (Cristal y El Alcaraván), Gustavo Briceño (El loco Juan Carabina), Mariaca Semprún (hermosa versión de Mi Querencia y Tonada del Cabestrero, por cierto, esta última la primera tonada que compuso Simón Díaz) , y Linda Briceño, quien se entrega totalmente en sus pulmones al público, entre trompeta y voz cuando canta la Tonada del tormento: “esas ranitas del río, corren debajo del agua, debajo de mis pesares, corren las penas de mi alma…”, e igualmente con Qué vale más, en un arreglo único de guitarra y percusión con cajón. El giro de la noche, la intervención de McKlopedia –nuevamente Sabana en versión de rap, pidiendo permiso a los músicos para mostrar su canto renovado sobre un tema eterno.  Cabe mencionar que también improvisó Bettsimar recordando una canción infantil que su papá le cantaba de niña, El gatito juguetón, compuesta para un personaje de televisión de Charles Barry, que como nunca se grabó nadie le creía a ella que era un tema de nuestro Tío Simón.

Los arreglos de Gustavo Carusí demuestran que siempre es posible romper los patrones establecidos de la música, y que aquellas canciones que le han acompañado a uno a lo largo de su vida, pueden resultar frescas y recientes como un retoño que se abre a nuestros oídos. Supe por comentarios de algunos cantantes que hubo arreglos musicales que apenas se tardó dos días en componer. ¿en qué nota vas a cantar? Eso era todo. Allí estaba la partitura. Los otros músicos que permitieron que estas voces brillaran al máximo fueron Edward Ramírez, en el cuatro, Juan Berbín, en la percusión y Jorge Torres, en la mandolina.

La familia de Simón Díaz, ya en la informalidad de la despedida intervino con sus propias versiones de La vaca mariposa (con un natural sonido de viento producido por las manos de su hijo) y la voz de todos los asistentes a este homenaje cantando Caballo viejo.

Cuando veo a tantos músicos jóvenes, acompañados de otros músicos consagrados tocando juntos, haciendo un país distinto, no puedo dejar de sentirme parte de ellos, aunque esté del lado de las butacas, arrancando los aplausos que me hacen doler las manos, y que siguen palpitando en la noche cuando huyo en esa sabana oscura y tenebrosa de mi ciudad, pensando en Tío Simón y diciéndole desde mi emoción “aquí me quedo contigo, aunque te vayas muy lejos”.

martes, 18 de junio de 2013

Caracas

En el colegio Rondalera, donde mi hija Elvira Isabel estudia, me preguntaron si podía dar una charla sobre Caracas y mis referentes. La visión de una ciudadana. Es parte de las actividades de trabajo de campo que están realizando para documentar todo de la ciudad. Cada año, durante una semana, Rondalera realiza una visita a un estado de Venezuela, y los muchachos entrevistan a cronistas, artesanos, artistas, personajes destacados de la zona, visitan museos, parques, emisoras de radio, locales emblemáticos, y finalmente, cierran con una exposición que anuncia el fin del año escolar.

Siempre se iban lejos, pero esta vez, la incertidumbre los dejó en Caracas, y no porque no hubiese un plan para viajar a otro lugar.

Los profesores guías me sorprendieron con esta solicitud. Inmediatamente comencé a pensar en tantas personas que se han dedicado a trabajar sobre Caracas, que hacen vida en ella para tenerla, para que no les escape entre tanto bullicio y caos. Pensé en Alberto Rojas, que tiene un fusíl de imágenes cotidianas de esta ciudad en su blog, Caracas Shots, o su hermano y mi colega, Andrés. En Ángela Bonadies y tantos otros fotógrafos que la han descubierto desde curiosas y diferentes miradas. Pensé en Cheo Carvajal y sus rutas en bicicletas y ahora su proyecto Caracas a pie + Ciudad para los Niños. Pensé en la reciente actividad de graffiteros en el Municipio Chacao, arte en santamarías. Sabía que irían a Petare y me pareció que Miguel Von Dangel debía ser uno de los interlocutores para estos chicos. Incluso se me pasó por la cabeza Faitha Nahmens y su programa Caracas vuelta y vuelta, en la Emisora Cultural de Caracas. En Mariveni Rodríguez y La BBría  y otros encuentros, en Plátano Verde y por El medio de la calle, en Aliana González y sus crónicas...

Yo lo que único que he hecho es vivir Caracas, y tomar fotos de aficionada, y escribirle un par de poemas.
La UCV y su gente, por Pedro León Zapata. (foto: Inger Pedreáñez)

Pero si tuviera que hablar de la ciudad donde nací, debería comenzar por hablar del tiempo de mi niñez que pasé apostada en el balcón de una quinta en El Paraiso, frente al Estadio Nacional Brígido Iriarte, y los graffitis políticos de finales de los sesenta y que yo no entendía.  En aquella época los padres no le hablaban a sus hijos sobre política. Hacia ese mismo balcón corrí muchas veces para ver el camión que limpiaba las calles, me gustaba ver como esos gigantescos cepillos giraban y soltaban agua para cambiarle la cara a los caminos. O desde la Quinta Ingrid bajábamos mis hermanas y yo a la calle, con nuestra mamá, para esperar el coche de paseo a caballo, donde una cantidad de niños desconocidos nos encontrábamos para darle la vuelta al estadio.  Por El Paraíso se encuentra la iglesia de la Virgen de la Coromoto, bella en su colorido y a donde me llevaba mi abuela a rezar. Yo, que no sabía ninguna oración, simulaba con los labios. Lo mejor era que en el recorrido entre ésta y mi casa quedaba una heladería Crema Paraiso, y yo pedía mi cono con dos bolas, una de chocolate y otra de limón.

En ese balcón y luego en nuestra casa en La Mariposa, por El Cují,  a las afueras de la ciudad, canté a Conny Mendez, "Yo soy venezolana", y me creí haber nacido en la esquina de El Conde, porque mi mamá nos llevaba por esos lares para comprar sus telas; o al Pasaje Zingg (la obra arquitectónica que tuvo la primera escalera mecánica de Caracas, hecha de madera) para buscar las cuerdas de mandolinas, cuatros y guitarras que teníamos en casa, y además para buscar los repuestos de las plumas Parker. No existían centros comerciales monumentales en ese entonces, los mercados de Guaicaipuro, Chacao, y Coche los lugares para las compras mayores.

Luego pasé gran parte de mi adolescencia en Las Veredas de Coche (*). Una urbanización sencilla y simétrica, de casas amables y muchos árboles. En aquellos años, los fines de semana solía montar bicicleta con amigos y vecinos. Tomar hacia La Rinconada vía La Mariposa, o por el contrario llegar hasta Bello Monte o un poquito más alla. Y viajábamos por esas calles felices. A esa casa de Coche (y también en la de La Mariposa) llegaban los muchachos a cantar serenatas en la noche, dedicadas a mis hermanas, mayores que yo. Lamentablemente, nadie me llevó a mi una serenata, pero cómo disfruté las de ellas, bien por escucharlas o bien porque llegué a correr de casa a unos cuantos.

Fue el poeta argentino Jorge Luis Borges quien escribió de Buenos Aires: "Esta ciudad me enseñó, Paraiso e Infierno pueden ser una ciudad, para los desvalidos el Paraíso es un Infierno". Cada vez que pienso en Caracas, recuerdo a Borges, también con otra frase:  "No nos une el amor, sino en espanto, sera por eso que la quiero tanto". Pero el poeta que inmediatamente resalta en la ciudad de techos rojos es Aquiles Nazoa, quien nació en el barrio El Guarataro y adornó con su sencillez nuestras calles y la dibujó en letras de humor y también de tragedias. Aquiles suena a tranvías (algo que ya perdimos). Fue un crítico de la ciudad, tanto en su libro "Caracas física y espiritual" (1966), como en  "Las cosas más sencillas" (nombre que también le puso a su programa de televisión, de los años 70). En ese libro, el poeta Nazoa escribió:

"Ahora una de las ciudades más violentas de Hispanoamérica, nuestra dura, afeada y ruidosa Caracas, produce el milagro de disponer de una de sus zonas más concurridas para que el arte de sus niños le imprima aquel toque de espiritual frescura que no supo darle la insensibilidad de sus arrogantes ductores estéticos (…) una cuadrilla de muchachos orientados por el pintor y poeta boliviano Luis Luksic, ha cumplido el prodigio de edificar, en pleno corazón estremecido de la ciudad, un pequeño mundo de ensueño, un mágico carrousel de colores, por el que la dura Caracas de las autopistas, la Caracas envilecida por la televisión, parece abrirse una iluminada ventana hacia lo puro, hacia lo diáfano de la existencia..."  


Esto me hizo pensar en que aquella Caracas era el paraíso de mis recuerdos, aunque ya Nazoa la llamaba dura, afeada y ruidosa. Y sin embargo, hoy día también vemos a tantos otros que buscan darle una nueva humanidad a sus calles y esquinas. La artista plástica Natalya Critchley está haciendo algo similar con los niños de La Charneca.

Vista de Caracas, desde San Agustín
En estos días, donde el espanto me une tanto a esta ciudad más que al amor, donde uno reza y ya con la oración de memoria  para que no le pase nada a un hijo, a una hija, a un esposo, a un sobrino, a una hermana, a tantos que ya estamos en las estadísticas de la inseguridad, yo me resisto a negarme mi ciudad.

No la niego, cuando voy rumbo a la Cota Mil y veo la montaña de verdes y morados. Radiante. Y me pongo unos lentes HD para exaltar cada detalle. El Avila, el Guaraira Repano, la montaña que detuvo la ola, es mi dosis, que me desconecta unos momentos a los problemas y me hace feliz ajena de todo. Me enamoran las lilas de los árboles de San Bernardino, la Flor de la Reina, los Caobos, los Apamates, las Ceibas. Por el lado de Terrazas de El Avila, hay una parte de la montaña que desde donde se mira parece el pezón de una mujer. Desde entonces me hice la idea de que Caracas es una mujer.
El Pico Naiguatá. Foto Elvira Prieto

Por no negarme a Caracas, fuimos una vez toda la familia a comer comida árabe en Catia. No lo hemos repetido, salvo un par de veces más. Pero les recomiendo el restaurant Rosalinda. Uno de mis tíos vivió en Ciudad Tablitas, y se sabe que la Calle Colombia es famosa por sus restaurantes de comida árabe. Por negarme a dejar mi Caracas, he subido el Metro Cable de San Agustín dos veces, la primera vez, ví a un vecino del barrio disfrutar de la vista de la ciudad desde la platabanda de su rancho, en una silla de cables, y una cerveza al lado, pensativo, tranquilo y solo. Y quise volver, esta vez con una cámara, para llevarme un poquito de su privilegio.

Una amiga de Barcelona, España, Mireia Sallares, vino a Caracas para colocar monumentos de un proyecto cultural. Seleccionó zonas emblemáticas, y se dispuso a pegar con cemento el mármol tallado que decía. "A la verdad.  Se escapó desnuda". Puso sus lápidas en el Metro Cable, en el elevado cercano a la Torre de David, en la Avenida Baralt, cerca de la sede del Miss Venezuela, en una quebrada en El Avila, en la Corte Malandra, del Cementerio General del Sur...Ya casi no quedan...se los han ido llevando, y uno de los pocos que permanece es el de San Agustín del Sur. Por lo visto, la verdad se sigue escapando de estas aceras, sin que nadie se de cuenta.

Caracas no es de permanencias, y mucho menos en estos días. Está siempre cambiando, destruimos monumentos y creamos otros, la condensamos en viviendas de emergencia, la ciudad cambia sorpresivamente. En un momento que perdí de mi vista una de esas casas antiguas que tanto me gustaba, sin aviso y sin protesto, fue que decidí tomarle fotos a las calles de mi ciudad. Las que acompañan esta nota, y las que le ofrezco a quienes sienten nostalgia por la urbe que tuvieron que dejar.


Puedo decir que he vivido Caracas de Oeste a Este y Sur a Norte. Mi adolescencia la pasé en Las Veredas de Coche, con paseos en bicicleta hasta Los Ilustres y Los Próceres.  Mi formación gozó del paisaje de la Universidad Central de Venezuela, gracias al legado de Carlos Raúl Villanueva, quien también nos dejó las torres del 23 de enero. Trabajo en el Centro, y para ver a mi familia debo ir hacia el Noreste o hacia el Sureste. Y lo que le hace falta a Caracas son más conexiones viales de Norte a Sur.

Sería injusto si dejara de mencionar también al arquitecto Tomás José Sanabria, y el turístico e inhabitable Hotel Humboldt. Una vez lo entrevisté y me habló del sueño que tenía de desarrollar el pasaje del Centro de Caracas, con amplias caminerías para los peatones, y una distribución arquitectónica que permitiera que las corrientes de vientos que bajaban del oeste de la montaña al valle corrieran tranquilas. Aún hoy se puede ver esa neblina caer en la tarde, por la parroquia Altagracia, y es mágica. Hace unos cuantos años, cuando se sucedía uno de los más famosos eclipses de sol, bajé de mi oficina a presenciar ese momento en la Av Urdaneta. Con la oscuridad que se vino en el momento, también se arrastró la bruma que corrió calles abajo, buscando el espacio para disiparse.

Hay muchos lugares desde los cuales apreciar la ciudad. En Altamira y Santa Eduvigis, hay muchos de ellos que buscan la visión 360. Esta ciudad es de verdes, y sus tonalidades apaciguan a los deportistas cuando van al Parque de Este, o si hablamos de otra latitud, Los Próceres. Entre uno y otro paisaje, las guacamayas se pasean libremente.

Debo decir, que mientras tomaba ideas para esa presentación que debía hacer para Rondalera, mi esposo, Hugo Prieto, me comenta que hable de su libro Avenida Baralt y otros cuentos...No se me habría ocurrido, porque he vivido Caracas más que por sus ficciones por sus  notas periodísticas. Cuando iba a dar a luz a mi hija Elvira, debíamos salir a la clínica, y él aún escribía erizado sobre la despedida que le hacían los feligreses al padre Matías Camuñas, de la iglesia de Petare. Años antes, yo también había estado en el cabildo de esa parroquia, escuchando de los "curas rebeldes", para una nota que debí publicar en un diario de circulación nacional.

Hablar de Caracas es hablar de sus personajes. Los lugares los hacen las personas. Y cada uno de nosotros es partícipe de la ciudad que tenemos. No hay ciudad sin su gente. No la abandonemos.


(*) Debo reconocer que el párrafo de este asterisco fue escrito recientemente, ante la observación de mi amiga Mariveni Rodríguez (una de las ciclistas) quien me recordó que cuando fue a visitar a su mamá, quien todavía vive en Coche, se puso a observar las calles con detenimiento, recordando esta entrada en mi blog...sólo en ese momento me dí cuenta de que había omitido una parte importante de mi vida.

sábado, 27 de abril de 2013

La sombra de un instante



"Fotografiamos para preservar el andamiaje de nuestra mitología personal".
 Joan Fontcuberta


 


La imagen es tan subjetiva como el ángulo del perceptor. No es la realidad misma lo que el fotógrafo perpetúa en una foto, sino la proyección de su mirada en un instante.
Joan Fontcuberta explica en “El beso de Judas”, que la fotografía es el recurso que nos restriega la realidad sin ocultamientos. Es un tipo de escritura, una forma de lenguaje.  Y a mi entender, esos signos pueden ser interpretados por quien enfoca la lente y dispara el obturador.

Esta lectura de “El beso de Judas” se la debo a Gala Garrido, quien al ritmo de mostrar imágenes de destacados fotógrafos transmitió en los talleres Básico Digital I y Básico Digital II los fundamentos para convertir el movimiento, el reflejo, la luz, la sombra, la geometría, el constructivismo y el retrato en un lenguaje particular. 

Estos son algunos ejercicios de ambos cursos.