martes, 18 de junio de 2013

Caracas

En el colegio Rondalera, donde mi hija Elvira Isabel estudia, me preguntaron si podía dar una charla sobre Caracas y mis referentes. La visión de una ciudadana. Es parte de las actividades de trabajo de campo que están realizando para documentar todo de la ciudad. Cada año, durante una semana, Rondalera realiza una visita a un estado de Venezuela, y los muchachos entrevistan a cronistas, artesanos, artistas, personajes destacados de la zona, visitan museos, parques, emisoras de radio, locales emblemáticos, y finalmente, cierran con una exposición que anuncia el fin del año escolar.

Siempre se iban lejos, pero esta vez, la incertidumbre los dejó en Caracas, y no porque no hubiese un plan para viajar a otro lugar.

Los profesores guías me sorprendieron con esta solicitud. Inmediatamente comencé a pensar en tantas personas que se han dedicado a trabajar sobre Caracas, que hacen vida en ella para tenerla, para que no les escape entre tanto bullicio y caos. Pensé en Alberto Rojas, que tiene un fusíl de imágenes cotidianas de esta ciudad en su blog, Caracas Shots, o su hermano y mi colega, Andrés. En Ángela Bonadies y tantos otros fotógrafos que la han descubierto desde curiosas y diferentes miradas. Pensé en Cheo Carvajal y sus rutas en bicicletas y ahora su proyecto Caracas a pie + Ciudad para los Niños. Pensé en la reciente actividad de graffiteros en el Municipio Chacao, arte en santamarías. Sabía que irían a Petare y me pareció que Miguel Von Dangel debía ser uno de los interlocutores para estos chicos. Incluso se me pasó por la cabeza Faitha Nahmens y su programa Caracas vuelta y vuelta, en la Emisora Cultural de Caracas. En Mariveni Rodríguez y La BBría  y otros encuentros, en Plátano Verde y por El medio de la calle, en Aliana González y sus crónicas...

Yo lo que único que he hecho es vivir Caracas, y tomar fotos de aficionada, y escribirle un par de poemas.
La UCV y su gente, por Pedro León Zapata. (foto: Inger Pedreáñez)

Pero si tuviera que hablar de la ciudad donde nací, debería comenzar por hablar del tiempo de mi niñez que pasé apostada en el balcón de una quinta en El Paraiso, frente al Estadio Nacional Brígido Iriarte, y los graffitis políticos de finales de los sesenta y que yo no entendía.  En aquella época los padres no le hablaban a sus hijos sobre política. Hacia ese mismo balcón corrí muchas veces para ver el camión que limpiaba las calles, me gustaba ver como esos gigantescos cepillos giraban y soltaban agua para cambiarle la cara a los caminos. O desde la Quinta Ingrid bajábamos mis hermanas y yo a la calle, con nuestra mamá, para esperar el coche de paseo a caballo, donde una cantidad de niños desconocidos nos encontrábamos para darle la vuelta al estadio.  Por El Paraíso se encuentra la iglesia de la Virgen de la Coromoto, bella en su colorido y a donde me llevaba mi abuela a rezar. Yo, que no sabía ninguna oración, simulaba con los labios. Lo mejor era que en el recorrido entre ésta y mi casa quedaba una heladería Crema Paraiso, y yo pedía mi cono con dos bolas, una de chocolate y otra de limón.

En ese balcón y luego en nuestra casa en La Mariposa, por El Cují,  a las afueras de la ciudad, canté a Conny Mendez, "Yo soy venezolana", y me creí haber nacido en la esquina de El Conde, porque mi mamá nos llevaba por esos lares para comprar sus telas; o al Pasaje Zingg (la obra arquitectónica que tuvo la primera escalera mecánica de Caracas, hecha de madera) para buscar las cuerdas de mandolinas, cuatros y guitarras que teníamos en casa, y además para buscar los repuestos de las plumas Parker. No existían centros comerciales monumentales en ese entonces, los mercados de Guaicaipuro, Chacao, y Coche los lugares para las compras mayores.

Luego pasé gran parte de mi adolescencia en Las Veredas de Coche (*). Una urbanización sencilla y simétrica, de casas amables y muchos árboles. En aquellos años, los fines de semana solía montar bicicleta con amigos y vecinos. Tomar hacia La Rinconada vía La Mariposa, o por el contrario llegar hasta Bello Monte o un poquito más alla. Y viajábamos por esas calles felices. A esa casa de Coche (y también en la de La Mariposa) llegaban los muchachos a cantar serenatas en la noche, dedicadas a mis hermanas, mayores que yo. Lamentablemente, nadie me llevó a mi una serenata, pero cómo disfruté las de ellas, bien por escucharlas o bien porque llegué a correr de casa a unos cuantos.

Fue el poeta argentino Jorge Luis Borges quien escribió de Buenos Aires: "Esta ciudad me enseñó, Paraiso e Infierno pueden ser una ciudad, para los desvalidos el Paraíso es un Infierno". Cada vez que pienso en Caracas, recuerdo a Borges, también con otra frase:  "No nos une el amor, sino en espanto, sera por eso que la quiero tanto". Pero el poeta que inmediatamente resalta en la ciudad de techos rojos es Aquiles Nazoa, quien nació en el barrio El Guarataro y adornó con su sencillez nuestras calles y la dibujó en letras de humor y también de tragedias. Aquiles suena a tranvías (algo que ya perdimos). Fue un crítico de la ciudad, tanto en su libro "Caracas física y espiritual" (1966), como en  "Las cosas más sencillas" (nombre que también le puso a su programa de televisión, de los años 70). En ese libro, el poeta Nazoa escribió:

"Ahora una de las ciudades más violentas de Hispanoamérica, nuestra dura, afeada y ruidosa Caracas, produce el milagro de disponer de una de sus zonas más concurridas para que el arte de sus niños le imprima aquel toque de espiritual frescura que no supo darle la insensibilidad de sus arrogantes ductores estéticos (…) una cuadrilla de muchachos orientados por el pintor y poeta boliviano Luis Luksic, ha cumplido el prodigio de edificar, en pleno corazón estremecido de la ciudad, un pequeño mundo de ensueño, un mágico carrousel de colores, por el que la dura Caracas de las autopistas, la Caracas envilecida por la televisión, parece abrirse una iluminada ventana hacia lo puro, hacia lo diáfano de la existencia..."  


Esto me hizo pensar en que aquella Caracas era el paraíso de mis recuerdos, aunque ya Nazoa la llamaba dura, afeada y ruidosa. Y sin embargo, hoy día también vemos a tantos otros que buscan darle una nueva humanidad a sus calles y esquinas. La artista plástica Natalya Critchley está haciendo algo similar con los niños de La Charneca.

Vista de Caracas, desde San Agustín
En estos días, donde el espanto me une tanto a esta ciudad más que al amor, donde uno reza y ya con la oración de memoria  para que no le pase nada a un hijo, a una hija, a un esposo, a un sobrino, a una hermana, a tantos que ya estamos en las estadísticas de la inseguridad, yo me resisto a negarme mi ciudad.

No la niego, cuando voy rumbo a la Cota Mil y veo la montaña de verdes y morados. Radiante. Y me pongo unos lentes HD para exaltar cada detalle. El Avila, el Guaraira Repano, la montaña que detuvo la ola, es mi dosis, que me desconecta unos momentos a los problemas y me hace feliz ajena de todo. Me enamoran las lilas de los árboles de San Bernardino, la Flor de la Reina, los Caobos, los Apamates, las Ceibas. Por el lado de Terrazas de El Avila, hay una parte de la montaña que desde donde se mira parece el pezón de una mujer. Desde entonces me hice la idea de que Caracas es una mujer.
El Pico Naiguatá. Foto Elvira Prieto

Por no negarme a Caracas, fuimos una vez toda la familia a comer comida árabe en Catia. No lo hemos repetido, salvo un par de veces más. Pero les recomiendo el restaurant Rosalinda. Uno de mis tíos vivió en Ciudad Tablitas, y se sabe que la Calle Colombia es famosa por sus restaurantes de comida árabe. Por negarme a dejar mi Caracas, he subido el Metro Cable de San Agustín dos veces, la primera vez, ví a un vecino del barrio disfrutar de la vista de la ciudad desde la platabanda de su rancho, en una silla de cables, y una cerveza al lado, pensativo, tranquilo y solo. Y quise volver, esta vez con una cámara, para llevarme un poquito de su privilegio.

Una amiga de Barcelona, España, Mireia Sallares, vino a Caracas para colocar monumentos de un proyecto cultural. Seleccionó zonas emblemáticas, y se dispuso a pegar con cemento el mármol tallado que decía. "A la verdad.  Se escapó desnuda". Puso sus lápidas en el Metro Cable, en el elevado cercano a la Torre de David, en la Avenida Baralt, cerca de la sede del Miss Venezuela, en una quebrada en El Avila, en la Corte Malandra, del Cementerio General del Sur...Ya casi no quedan...se los han ido llevando, y uno de los pocos que permanece es el de San Agustín del Sur. Por lo visto, la verdad se sigue escapando de estas aceras, sin que nadie se de cuenta.

Caracas no es de permanencias, y mucho menos en estos días. Está siempre cambiando, destruimos monumentos y creamos otros, la condensamos en viviendas de emergencia, la ciudad cambia sorpresivamente. En un momento que perdí de mi vista una de esas casas antiguas que tanto me gustaba, sin aviso y sin protesto, fue que decidí tomarle fotos a las calles de mi ciudad. Las que acompañan esta nota, y las que le ofrezco a quienes sienten nostalgia por la urbe que tuvieron que dejar.


Puedo decir que he vivido Caracas de Oeste a Este y Sur a Norte. Mi adolescencia la pasé en Las Veredas de Coche, con paseos en bicicleta hasta Los Ilustres y Los Próceres.  Mi formación gozó del paisaje de la Universidad Central de Venezuela, gracias al legado de Carlos Raúl Villanueva, quien también nos dejó las torres del 23 de enero. Trabajo en el Centro, y para ver a mi familia debo ir hacia el Noreste o hacia el Sureste. Y lo que le hace falta a Caracas son más conexiones viales de Norte a Sur.

Sería injusto si dejara de mencionar también al arquitecto Tomás José Sanabria, y el turístico e inhabitable Hotel Humboldt. Una vez lo entrevisté y me habló del sueño que tenía de desarrollar el pasaje del Centro de Caracas, con amplias caminerías para los peatones, y una distribución arquitectónica que permitiera que las corrientes de vientos que bajaban del oeste de la montaña al valle corrieran tranquilas. Aún hoy se puede ver esa neblina caer en la tarde, por la parroquia Altagracia, y es mágica. Hace unos cuantos años, cuando se sucedía uno de los más famosos eclipses de sol, bajé de mi oficina a presenciar ese momento en la Av Urdaneta. Con la oscuridad que se vino en el momento, también se arrastró la bruma que corrió calles abajo, buscando el espacio para disiparse.

Hay muchos lugares desde los cuales apreciar la ciudad. En Altamira y Santa Eduvigis, hay muchos de ellos que buscan la visión 360. Esta ciudad es de verdes, y sus tonalidades apaciguan a los deportistas cuando van al Parque de Este, o si hablamos de otra latitud, Los Próceres. Entre uno y otro paisaje, las guacamayas se pasean libremente.

Debo decir, que mientras tomaba ideas para esa presentación que debía hacer para Rondalera, mi esposo, Hugo Prieto, me comenta que hable de su libro Avenida Baralt y otros cuentos...No se me habría ocurrido, porque he vivido Caracas más que por sus ficciones por sus  notas periodísticas. Cuando iba a dar a luz a mi hija Elvira, debíamos salir a la clínica, y él aún escribía erizado sobre la despedida que le hacían los feligreses al padre Matías Camuñas, de la iglesia de Petare. Años antes, yo también había estado en el cabildo de esa parroquia, escuchando de los "curas rebeldes", para una nota que debí publicar en un diario de circulación nacional.

Hablar de Caracas es hablar de sus personajes. Los lugares los hacen las personas. Y cada uno de nosotros es partícipe de la ciudad que tenemos. No hay ciudad sin su gente. No la abandonemos.


(*) Debo reconocer que el párrafo de este asterisco fue escrito recientemente, ante la observación de mi amiga Mariveni Rodríguez (una de las ciclistas) quien me recordó que cuando fue a visitar a su mamá, quien todavía vive en Coche, se puso a observar las calles con detenimiento, recordando esta entrada en mi blog...sólo en ese momento me dí cuenta de que había omitido una parte importante de mi vida.

9 comentarios:

  1. Hermosisimo Inger! me he transportado a esa ciudad a la cual " no me une el amor, sino el espanto, sera por eso que la quiero tanto..."
    Lagrimas han brotado porque me niego a volver, pero se que soy parte de ella y ella es parte de mi, naci en su Maternidad Concepcion Palacios y pase mi infancia en Casalta! Que te puedo decir, feliz y nostalgica de leer tan hermosas palabras!
    Ah La foto del pico Naiguata es impresionante! cuantas veces no he notado tanta belleza y en la distancia te agradezco este momento.
    Un abrazo!
    C Alexandra

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  2. Gracias, Carmen. Un abrazo fuerte para tí también.

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  3. Muy bello texto, gracias Inger!. Inmerecida mi mención, pues casi ya no escribo sobre la ciudad, aunque la llevo en mi corazón

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  4. Buen día, qué tal es el colegio de tu hija? Estoy buscándole a mi hijo de 3 años :)

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    1. Hola, Nikitza. Rondalera es un colegio de aula abierta, con principios muy particulares, donde se busca enseñar a los niños el respeto a los demás y ser responsable de sus propias decisiones y actuaciones. Mi hija se gradúa este año, mi hijo mayor ya está en la universidad, y aunque no te niego que muchas veces tuve mis dudas en la escogencia de este colegio (va a depender también del entorno en que se desenvuelva el niño y sus compañeros de estudio), puedo decirte que el balance es positivo. Para tener tu propia idea, deberás ir al colegio.

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  5. Nunca podré expresar con suficiente vehemencia, cuánto te admiro y respeto, muchacha! Excelente crónica.
    - Fernando Luna
    http://testigopresencial.tumblr.com/

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  7. Hola Inger. Me gustó tu texto. Gracias por compartir tus vivencias. Un detalle: la foto del Avila, que acompaña,  no es del Pico Naiguatá. Es de lo que mucha gente toma por el Pico Oriental.  En realidad lo que se ve con forma de pezón es mas precisamente el pequeño morro o roca en las cercanías de la Cruz de los Palmeros.  Mucha gente toma esa cumbre como el Pico Oriental, pero no es correcto. El Pico Oriental, propiamente dicho, queda unos 500 metros mas atrás y 100 metros mas arriba.  Lo que pasa es que desde el Este, ese morro se ve mas alto que el verdadero Pico Oriental, por un asunto de perspectiva.

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  8. Buscando mas información, me entero que el citado morro es llamado Peñón Diamante.

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