Durante la celebración de un taller de fotografía en la
Organización Nelson Garrido, en el año 2007, Alberto García-Alix sufrió un
accidente. Una lámpara se cayó, golpeándole la cabeza. Profesores y alumnos con
cierta angustia trataban de auxiliarle mientras la sangre le brotaba por el
rostro. Él llamó al orden: “Primero tomen la foto”. Al parecer, según me
contaron, quien le asistió en ese autorretrato fue Andreína Mujica.
El nexo de
García-Alix con la ONG se ha mantenido vivo desde esos años. Por eso, el
fotógrafo le envió recientemente a Gala Garrido, directora de este espacio
contracultural, un correo electrónico en el cual manifiesta sus plácemes por
ser uno de los artistas que integran la exposición Photopirata, junto con Francesca Woodman y Pierre Molinier, que se
inauguró el 15 de noviembre en las salas de la quinta Carmencita, en Los
Rosales, y que se podrá visitar hasta el 13 de diciembre. "Piratéame cuando quieras, para mí es un honor”, dijo, palabras más,
palabras menos.
García-Alix es el único que puede opinar sobre esta nueva
incursión rebelde de Gala Garrido. Woodman y Molinier no pueden hablar desde sus
tumbas, pero sí dicen mucho de su estilo a través de las imágenes seleccionadas,
en el que la irreverencia, una erótica sin límites e incluso la sordidez, reta
la realidad y convierte la psique en objeto imaginado.
Definido como un espacio para los que no tienen espacio, la
Organización Nelson Garrido surge de la necesidad de compartir conocimientos,
experiencias, ideas sobre el proceso creativo, y en ese espectro, la fotografía
es uno de sus pilares fundamentales. En sus talleres combinan la práctica con
la teoría, y desde esta última, afinan el ojo y el conocimiento de sus alumnos
con la trayectoria de grandes fotógrafos. De allí que una trilogía de autores
expuestos arbitrariamente en esta muestra Photopirata,
que amenaza con ser la primera de muchas otras, viene a complementar la
enseñanza y la discusión sobre el proceso fotográfico. La selección es de
autores radicales que rompen a través de la imagen, y del autorretrato, con las
normas establecidas.
Pierre Molinier
(1900-1976), comenzó estudiando pintura con la natural evolución del realismo y
del impresionismo a la abstracción. La cima de su obra se identificó con el
surrealismo. En los años 40 se inició como retratista y en 1955 entró en contacto con el líder
surrealista André Breton, quien lo apoyó para exponer su obra en París. Sus
autorretratos eran un elaborado montaje que para la época de la era analógica ya
se consideraba una vanguardia al mezclar diferentes imágenes y posiciones de su
propio cuerpo. Con la ayuda de un interruptor se presentaba como dominatrix, en
escenas con cuerpos de múltiples extremidades, algunas veces apoyado por
muñecas o modelos femeninas, además de la presencia de objetos fálicos, vestuarios
“fetiche” de medias, corsé, ligueros, máscaras, con los que definía el
propósito de su arte como: "mi propia estimulación". Los desnudos de
Molinier, trasvesti o andrógino, lo ubican como precursor del body art, pero a
pesar de los años transcurridos y la evolución de la imagen, no puede evadir el
margen que cruza entre la erótica y lo pornográfico. El artista abogó por cruzar las barreras
entre lo masculino y lo femenino, la ambigüedad y el mestizaje de los sexos. Su
obra fue inspiración para otros grandes fotógrafos como Robert Mapplethorpe y
Cindy Sherman. Molinier se suicidió con un arma de fuego a los 76 años, cumpliendo
quizás la sentencia que ideó veinte años antes cuando se fotografió acostado en
una cruz con el siguiente epitafio: Aquí yace Pierre Molinier,
nacido el 13 de Abril de 1900, muerto hacia 1950. Fue un hombre sin moralidad.
Inútil llorar por él.
Francesca Woodman
(1958-1981) se convirtió en un mito de la fotografía del siglo XX, cuando sus
padres, los artistas plásticos George y Betty Woodman, dieron a conocer un
legado de 800 imágenes, años después de que ella se suicidara, lanzándose al
vacío en Manhattan. Su primer autorretrato lo realizó a los 13 años con una
cámara instantánea. El estilo de su obra poco tiene que ver con el de Molinier,
aunque guarda similitud – también con Alberto García-Alix – al recurrir a su propio
cuerpo y forma de vida como expresión del arte. Su obra también está cargada de
surrealismo, interpretando la identidad diluida, la desolación y un sentido fantasmal.
La figura humana se mimetiza con el objeto, se quiebra ante la fuerza de las
líneas del entorno. La melancolía se reinterpreta desde el
enfoque de una
mirada hasta el detalle del espejo que
oculta. La obra de Woodman fue una constante experimentación, curiosamente, en el año que
falleció Molinier se realizó su primera exposición fotográfica (1976), cuando
tenía 18 años. La mayoría de su producción fotográfica fue el resultado de
experimentar con luz, tiempo de exposición, combinar espacios vacíos y
derruidos con su antipresencia, fundirse en la naturaleza. Fueron los
ejercicios que concentraban sus estudios en Rhode Island School of Design, en
Providence, y también en el Palazzo Cenci, en Roma, donde fue aceptada en el
Programa de Honores que le permitió vivir por un año en esas instalaciones. Creció
rodeada de artistas e intelectuales, diseñó libros con sus fotografías y uno de
ellos se publicó en 1981: Algunas geometrías interiores desordenadas. El
surrealismo de Woodman está cargado de sensualidad y misterio. Diez años
bastaron para eternizar su nombre en blanco y negro, a través de imágenes que
amenazaban con la ausencia. "Mi vida en este punto es como un sedimento
muy viejo en una taza de café y preferiría morir joven dejando varias
realizaciones, en vez de ir borrando atropelladamente todas estas cosas
delicadas…", escribió en estado de depresión. No llegó a cumplir los 23
años.
Alberto García-Alix (1956-) Premio Nacional de Fotografía (España, 1999) es de los tres fotógrafos expuestos, el único con
tres originales que cuelgan en las paredes de la ONG, uno de ellos es un retrato a Nelson Garrido. Otro dato curioso, en 1981, mismo año del suicidio de Francesca Woodman, García-Alix exponía por primera vez su obra, en la galería Buades, de Madrid. Se trató de una selección de fotos realizadas entre 1976 y 1981, que llevó a la galería el poeta y crítico de arte Francisco Rivas (1953-2008), con quien comenzaba a trabajar en El País Semanal.
Las drogas, los tatuajes (una rosa con la leyenda "Don' t follow me. I'm
lost" fue su primer tatuaje), los trajes de cuero, las motos Harley
Davidson, la calle, las noches irreverentes, son una constante en su trabajo
porque refleja su propia experiencia de vida, como un protagonista de la Movida
madrileña, en los años setenta y ochenta. También tiene una experiencia como editor: la primera en el año 1977, Cascorro Factory, para la edición y venta de prensa marginal, además de piratear comics americanos; en 1989 funda el colectivo y la revista El Canto de la Tripulación y en 2011 funda junto a Frederique Bangerter la editorial Cabeza de Chorlito. Se mantiene fiel al blanco y negro y al uso de la fotografía
analógica porque considera que la fotografía digital le roba la fe y falsifica
las emociones. En su página web escribe el fotógrafo: “El alma de la fotografía es el encuentro/…Si ayer fotografiaba
silencios, hoy fotografío mi propia voz/… Hoy tengo la conciencia de que una
forma de ver es una forma de ser/…La fotografía es un poderoso médium./ Nos
lleva al otro lado de la vida./ Y allí, atrapados en su mundo de luces y
sombras/, siendo sólo presencia, también vivimos./ Inmutables. Sin penas. Redimidos nuestros
pecados./ Por fin domesticados… Congelados./ Al otro lado de la vida de donde
no se vuelve”.
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