Decía Julio Ortega
editor de la edición francesa de Rayuela y profesor de literatura de la
Universidad de Brown, (cita reseñada en el diario La Nación, del 7 de marzo de
2004) que en 1963, en pleno furor de Rayuela "todas las muchachas de la Facultad querían ser la Maga,
y todos los hombres querían buscar su Maga, la fantasía masculina de la mujer
enigmática que se relaciona con las fuerzas más intuitivas con una sabiduría
inocente".
Veinte años después, esa fantasía persistía en muchas adolescentes y yo
era una de ellas. La Maga es un personaje que trasciende al romanticismo y a la
necesidad de ser espontánea y libre. Julio Cortázar dibujó con pinceladas finas
a quien le daría sentido al azar y al surrealismo en su emblemática novela.
Pero todo parece que se diluye cuando se exhibe un rostro real para ese
personaje, y mucho más cuando su historia se revela.
Miguel Herráez, en Julio Cortázar, una biografía revisada, afirma
que “La Maga no deja de ser una entelequia, a quien se le ha querido dar rostro
preciso, con nombre y apellidos, por esa insistencia que suele tener el lector
en buscar elementos de causa efecto entre realidad y ficción”.
Pero aún así, es
imposible desconocer que Edith Arón inspiró la Maga. “De padres alemanes, y de
adopción argentina hablaba francés, inglés y alemán. Con ella anduvo por París
y con ella descubrió las primeras claves (no las determinantes, que son del
siguiente viaje) de la ciudad. Escuchó a Bach y vio un eclipse de luna desde
Notre-Dame y botó un barquito de papel en el Sena… ”. (Herráez, pág. 134).
Mario Goloboff, en Julio Cortázar, La Biografía también
describe con exactitud ese encuentro: “En el Conte Biancamano, que zarpó del puerto de Buenos Aires el día de
Reyes de 1950, también se embarcó la que con los años habría de ser uno de los
personajes más célebres de la obra de Cortázar (…) vislumbró a Edith (cuyo
apellido siempre prefirieron ocultar)… se gustaron de lejos, durante la
travesía apenas si intercambiaron saludos y algunas frases de ocasión. Sólo
después, ya en París, con esa propiedad que tenía Cortázar de convocar al
destino, dio con ella en una librería del Boulevard de Saint Germain, y más
tarde, también casualmente, en la cola de un cine (…) Pero como para seguir el
ritual no se dieron ninguna cita. Sabían que iban a encontrarse (…). La vez
siguiente fue en los Jardines de Luxemburgo, una tarde en la que el frío los
obligó a buscar refugio en un café donde charlaron durante horas, y desde
entonces quedaron profundamente vinculados”. (pág. 92)
Pero lo cierto es que
Julio Cortázar cometió un grave error que Edith Arón no le perdonaría: excluirla
como traductora de sus cuentos al alemán, casi que llamándola ignorante en
carta a su editor. Este episodio de la vida real abre el abismo entre la musa y
el personaje. Ciertamente, el destino a veces juega esas volteretas en las que
una amistad que se sostiene en el idilio se trastorna en eterno silencio. Y
aunque muchas mujeres quisieron, como yo, ser la Maga, ninguna desearía vivir
la decepción de Edith Arón, que le costó por un tiempo la reputación en su
carrera.
Pero la ilusión
supera estos hechos terrenales y seguiremos los lectores suspirando por el
capítulo 7 de Rayuela, y yo seguiré recordando, casi que como un leiv motiv, el final del primer párrafo del
capítulo 1: “...Y era tan natural cruzar la
calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme
a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro
casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas
precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta
desde abajo el tubo del dentífrico”.
Debo confesarte que la única obra que conozco de Cortazar es No se Culpe a nadie, y quedé maravillado de esa obra. Su forma tan mágica de mantener al lector pegado a la lectura hasta el desenlace de la historia. Hace uno años tuvimos un programa por radio que se llamó CONCIERTO TOQUE DESNUDO. Teníamos un invitado, cantante o músico casi siempre, al que entrevistábamos y cantaba en vivo acompañado de una plantilla de tres músicos. Piano bajo y bateria. Investigábamos en la Biblioteca nacional detalles del día de nacimiento del artista, precios, noticias de la prensa del día, música que estaba sonado en las emisoras, horóscopo, etc. Invitamos a Orlando Urdaneta y se me ocurrió que leyera esa obra dándole un poco de actuación a la lectura. Imaginarás el partido que le sacó Orlando a la situación que sucede y la calidad de su expresión. Maravilloso!! Un abrazo!!
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