Veo en las
noticias que el 2 de abril es el Día de la Literatura Infantil, pero además es
el Día Mundial sobre la Conciencia del Autismo. Inmediatamente me viene a la
mente un libro que me prestó mi amigo Luis Bellorín. Se llama El
curioso incidente del perro a la medianoche, escrito por Mark Haddon.
¿Por qué lo recuerdo? Porque me pareció una buena novela de suspenso,
detectivesca, y que perfectamente encajaba en un público juvenil, pero además,
porque su personaje principal tiene el Síndrome
de Asperger, y es además el narrador de la novela. Los dos temas del día de
hoy.
La
historia, escrita como un diario, nos permite desde la ficción entrar en la
mente de un chico sumamente inteligente, con una lógica envidiable (excelente
dominio de las matemáticas), pero con evidentes problemas de comunicación. No
les recomiendo que vayan a Wikipedia a buscar la síntesis de esta novela. Es
mejor leerla y decantar las claves que se suceden capítulo a capítulo. En todo
caso, sin anticipar desenlaces, la trama se desarrolla cuando el perro de una
vecina aparece muerto atravesado por horquillas de jardín, en el patio de su
casa. Como los vecinos sospechan de
Christopher, él se dedica a investigar los hechos para limpiar su nombre, y mientras
reúne sus pistas, nuevas revelaciones cambiarán su vida y le demostrarán cuán
lejos es capaz de llegar.
La novela
es realmente inspiradora. Por tres años consecutivos recibió diversos premios:
Libro del Año Withbread (2003), Mejor primer libro en el premio para escritores
de la Commonwealth (2004), y Mejor Primer Libro para jóvenes lectores (2005).
La mejor lectura
Que un
adulto lea libros escrito para jóvenes y niños es realmente refrescante. Así
también recorrí las páginas de El
Mundo de Sofía, de Jostein Gaarder. Una manera muy particular de introducir la filosofía a temprana edad.
Y así como
existen estas historias, también hay que reconocer que la gama de libros
infantiles existentes y sus autores nos muestran que muchas veces la realidad
fantástica y maravillosa que se dibuja en lindos colores, muestra un entramado
de sórdida realidad. Lejos de cuestionarlos, agradezco haberlos leido en mi
niñez.
Desde los más crueles cuentos recopilados en la obra de Hans Christian Andersen
(El
traje nuevo del Emperador, uno de mis favoritos y menos crudo. La
versión original de La sirenita sí que era una historia fuerte); Alicia
en el país de las maravillas, de Lewis Carrol (y habría que conocer la vida entre escritor y
su musa), y hasta incluso Los cuentos de Tío Tigre y Tío Conejo,
de Antonio Arraiz. Por cierto, con estos últimos siempre pensé que sus páginas dibujaban nuestra
idiosincrasia y los niños las leíamos como grandes
proezas: vencer por la fuerza y el poder del miedo (el tigre) o vencer por la
astucia picaresca (el conejo)…pero ya de esa trama ha escrito muy bien Axel
Capriles.
La crianza
de mis hijos fue la oportunidad para divertirme a mis anchas con la literatura
infantil. Tuve la oportunidad de conocer la pluma de la maravillosa Verónica
Uribe, a quien pude conocer en su casa, en Santiago de Chile, por un simple
azar (y estuve a punto de no conocerla) y autora de dos encantadores libros: Diego
y los limones mágicos, y Diego y el barco pirata.
Disfrutaba
con mis niños, haciendo sonidos especiales con la rima que sus páginas ofrecían.
Estando en Chile por un evento de la Cepal, mi compañero de viaje me informa
que tendríamos una cena con una amiga de él, a quien conoció en el Banco del
Libro. Llegada la hora de salir, me excusé, porque no me sentía bien. Pero
minutos después cambié de opinión y lo llamé para que me esperara. Al llegar a
su casa, había un ventanal desde donde vi venir a la anfitriona bajando unas escaleras
para abrir la puerta. Era la representación exacta en carne y hueso de la abuela
del Diego ilustrada en sus cuentos. “¡No me digas que la cena es con Verónica
Uribe!”, no cabía en mi asombro. Y ella, al final de la velada, me regaló otro
de sus cuentos, El mosquito Zumbador. Creo
que se sorprendió de que yo dijera de memoria versos completos de su autoría.
Igualmente
el escritor británico Anthony Browne cautivó mi interés en la literatura
infantil, toda su serie con el chimpancé Willy (mis hijos siempre me pedían que
repitiera con mi voz afectada el dialogo entre Willy y Millie, en Willy,
el tímido: “Oh, Willy/ Qué
Milly/Eres mi héroe, Willy/Oh, Millie”,
o sus hermosamente dibujadas anécdotas de gorilas, El trabajo en colaboración de El libro de los cerdos; dos hermanos "rivales" que se unen ante la adversidad en El
túnel, y las distintas miradas de un mismo momento, o una historia de percepciones en Voces en el parque, son tramas que merecen el tiempo de verlas y narrarlas.
El árbol generoso, de Shel Silverstein, es otra
lectura que recomiendo. Un libro dibujado con líneas sencillas, en blanco y
negro, que cuenta la relación entre un niño y un árbol, un trayecto de vida
juntos, y la bondad de la naturaleza.
Para los
bebés, las coloridas presentaciones tactiles del ilustrador japonés Taro Gomi,
tengo especial inclinación por uno de fondo negro. Se llama Mira lo que tengo.
Una lectura
siempre será vehículo de comunicación eterna, y alas para la imaginación. En
esta fecha no puedo dejar de pensar en Vicente, un niño con síndrome de Asperger,
con el que siento que establecí comunicación a través de las orcas, su tema
predilecto. Un día, le mostré mi poema Guillermo de tierra, Cacao de mar,
intentando descifrar si le gustaba, si le aburría, si la historia podía
funcionar hasta que él conociera el final. Esperaba que en cualquier momento se
levantaría y se iría sin decir nada. En esa rima no había orcas, ni
tiburones. Entonces, él interrumpía a cada instante preguntando por su
mascota preferida. Recuerdo improvisar un verso mientras Vicente dibujaba peces y
ballenas en los espacios en blanco. Y yo sentí, que así, esa historia (que podría ser un retrato añejo de este día) estaba
completa.
A falta de El Principito, es interesante leer este artículo
ResponderEliminarhttp://www.revistaenie.clarin.com/literatura/El-Principito-cumplio-70-anos_0_894510754.html