Vemos la piel erizada, las formas firmes, las curvas que describen, entre sombras, la unión de un ser a otro. De lo micro al plano abierto. Los cuerpos, los gestos, el conjunto de masas... Esta descripción no podría estar completa si se omite la verdadera esencia de las imágenes que trato de explicar: el desnudo masculino a través de la cámara de Felipe Rotjes.
Foto: Inger Pedreáñez |
El desnudo masculino no es común en la fotografía, menos en
Venezuela. Dar explicaciones de ello nos haría redundantes en el tema del
tabú. Dice uno de los textos en sala que “la estética realista que se ampara del arte
occidental durante el siglo XIX trastorna la representación de la desnudez
masculina. En un contexto donde develar un cuerpo vulnera el pudor (en la
sociedad del siglo XIX en la que reina la dominación masculina, el hombre
desnudo parece todavía más obsceno y chocante que la mujer), el desnudo
masculino pasa a ser gradualmente todavía más escaso; proliferan las figuras
femeninas”... En el libro de ensayos de D.H. Laurence y
Henry Miller Pornografía y obscenidad, se establece claramente la diferencia
entre ambos conceptos y el erotismo: "El erotismo siempre está ligado al
amor, y como antagonista de la obscenidad, mientras que la pornografía se
encuentra asociado a la belleza. Un falso erotismo sin amor constituye la base
de la pornografía".
Apreciar la belleza del cuerpo masculino es tan natural como apreciar el buen gusto de los desnudos femeninos, y quizás hasta el atractivo sea mayor, por lo que ha faltado explorar, por el lenguaje, la fuerza que esas formas representan. En esta muestra, si bien la balanza se inclina a lo más inexplorado, también se aprecian propuestas al desnudo femenino.
- ¿Felipe, por qué en la foto de los hombres que forman un abanico
preferiste los ojos cerrados?
- Si te soy sincero tomé las fotos de las dos maneras. Y la de
los ojos cerrados me da una sensación de flote y conexión que no era la tensión
que me dejaba la imagen de los ojos abiertos, porque la mirada marcaba un
registro del sitio. Los ojos cerrados conmueven y genera sensación de cohesión
entre esos cuerpos.
Corpóreo. Felipe Rotjes |
Yo hice una dinámica de grupo antes del registro con mucha
ayuda de ejercicios de artes escénicas que me sugirieron y que los intérpretes,
en su mayoría actores de teatro, pudieron desarrollar.
- Los ojos podían haber competido con los cuerpos.
Establecer otro lenguaje diferente.
- Exacto. Funcionan cuando en específico se marca un
sentimiento. Pero acá no hay teatralidad, solo sobriedad y emulaciones del
instante.
Como parte de la programación para la difusión de esta exposición, la ONG tiene preparado un conversatorio con Felipe Rotjes el sábado 16 de abril. Igualmente los viernes 8 y 22 de abril se realizarán visitas guiadas en horario de 2:00 pm a 5:00 pm. La ONG se encuentra ubicada en la Av María Teresa del Toro, entre calle Cuba y Centroamérica. Res. Carmencita. Las Acacias. Acérquese a la sede de La ONG en Caracas y disfrute de su programación y sus espacios, en donde además cuentan con la Biblioteca Ricardo Armas, quizás la más amplia en fotografía en Caracas (Horario de lunes a viernes de 10:00 am a 6:00 pm y sábados de 11:00 am a 6:00 pm), pero igual puede ver una muestra importante de este fotógrafo y comunicador visual en este enlace: Felipe Rotjes.
A continuación, los textos de sala, cortesía para este blog.
Bio:
Felipe Rotjes (Caracas-Venezuela) es un fotógrafo y comunicador audiovisual (USM) que ha venido desarrollando su investigación artística en el área de la fotografía experimental. Los cursos de formación impartidos por la escuela de fotografía de la Organización Nelson Garrido han representado un aporte fundamental en su estudio del hecho artístico y fotográfico. Para Rotjes las características biológicas muchas veces no son capaces de contener la percepción que el hombre tiene de sí, por lo que su trabajo artístico se extiende hacia el mundo de la identidad sexual en la psique humana, que en variados casos no coincide con la identidad biológica o genética de los individuos, generando un estado de desasosiego evolutivo.
Desmontar fronteras de lo homoerótico, desarticular y desafiar herencias ideológicas y culturales respecto a los patrones de comportamiento de la figura masculina son propósitos que el artista explora desde el uso de la fotografía en blanco y negro. Rotjes encuentra un camino para jugar con los matices del no-deseo, de lo erótico atenuado por el propio cuerpo desnudo, en solitario o en interacción con otros cuerpos. Pero la exploración fotográfica del artista visual también indica una investigación antropológica orientada a generar composiciones de una potencia sutil. El resultado fotográfico resalta dentro de una característica que Rotjes nombra como existencialismo prefabricado, donde el uso del artificio y el juego con las composiciones enfatizan las reminiscencias de la existencia humana.
Por: Joe Justiniano
A continuación, los textos de sala, cortesía para este blog.
"El desnudo no representa simplemente el
cuerpo, sino también lo relaciona por analogía con todas las estructuras que se
han convertido en parte de nuestra experiencia imaginativa"
Kenneth Clark.
El cuerpo sortea los bancos y los rápidos de un
tema cargado de implicaciones estéticas, ideológicas y culturales. Se las
arregla, no solo para llegar a un buen puerto sino también para esclarecer de
manera sustancial el modo en que los fotógrafos se han servido de la figura humana
para los más variados propósitos gráficos a lo largo de más de ciento cincuenta
años.
Actualmente el desnudo
suele orientarse en mayor medida hacia mostrar al cuerpo femenino, esto como
herencia de una tradición que lo resalta y convierte en objeto de un deseo
viril asumido. Sin embargo, anteriormente el cuerpo femenino estaba menos
valorizado respecto a su homólogo masculino, visualmente más estructurado y
musculoso. En su gran mayoría hombres, los artistas encuentran en el desnudo
masculino un yo ideal, espejo magnificado y narcisista de ellos mismos.
Hasta mediados del siglo XX el órgano sexual masculino se habia transformado en
un aspecto generador de cierto pudor, por lo que en sus representaciónes
aparece atrofiado o disimulado bajo cualquier drapeado, correa o funda de
espada sutilmente colocada.
Sin embargo, durante el periodo del
Renacimiento europeo el desnudo masculino se había beneficiado de la primacía:
el hombre como ser universal se confundía en el hombre mismo; el culto a lo
masculino, a su cuerpo, se alzaba como norma del género humano. Pero esto no es
del todo novedoso, porque en el caso del arte grecorromano el culto a lo
masculino también estuvo acentuado; inclusive en el fondo cultural
judeocristiano occidental abunda la idea de que Adán preexiste a Eva, que no es
más que su copia, origen del pecado.
Durante mucho tiempo
el cuerpo masculino en el arte ha sido el objeto de una llamada objetivación
(la admiración sin límites por la perfección de los desnudos grecorromanos,
pura reconstrucción intelectual de un cuerpo convertido en canon) que ha hecho
que su lectura sea acorde con los llamados buenos modales; incluso en
aquella del artista Winckelmann que conlleva una fuerte carga erótica. Se
muestra entonces una lucha entre el pudor masculino y la necesidad de mostrar
su cuerpo y sus posibilidades de representaciones estéticas en diversos
contextos.
¿Por qué no se había
dedicado nunca ninguna exposición al desnudo masculino hasta Nackte Männer, en
el Leopold Museum de Viena, el pasado año? Ante todo cabe distinguir la
desnudez del desnudo: un simple cuerpo sin ropa que genera molestia debido a la
falta de pudor difiere de la visión realizada de un cuerpo remodelado e
idealizado por el artista.
Aunque los círculos
academicistas fomenten naturalmente el desnudo en la gran pintura de la
historia, algunos temas nos dispersaban de toda su sensualidad y ambigüedad. En
el giro del siglo XIX las reflexiones sobre los caracteres propios de cada sexo
y sus fronteras nutren un interés por los amores bisexuales de Júpiter o de
Apolo, y la fórmula de un joven héroe muriendo en los brazos de su amante tiene
un éxito particular.
La estética realista
que se ampara del arte occidental durante el siglo XIX trastorna la
representación de la desnudez masculina. En un contexto donde desvelar un
cuerpo vulnera el pudor (en la sociedad del siglo XIX en la que reina la
dominación masculina, el hombre desnudo parece todavía más obsceno y chocante
que la mujer), el desnudo masculino pasa a ser gradualmente todavía más escaso;
proliferan las figuras femeninas.
Ante todas estas
contradicciones de la cultura, la tradición y las necesidades humanas, la
sensualidad y la erotización considerada como propias del cuerpo femenino a lo
largo del siglo XIX afectan seriamente la virilidad tradicional del desnudo
masculino; sin embargo este golpe no es fatal, ya que este tipo de desnudo está
muy lejos de desaparecer en el siglo XX donde la liberación de las prácticas
sexuales afirma alto y claro una voluptuosidad que envuelve de una carga sexual
al cuerpo del hombre, mostrandose ahora, cada vez más a menudo, con pocas
reservas.
Goya
La orquídea tiene la
imagen y el color de la avispa hembra, atrae a la avispa macho para poder
reproducirse. El mismo rito se cumple entre el trébol rojo y la abeja. Estos
ejemplos muestran que la realidad es dispersión de máquinas. El aparato
reproductor de estas plantas, o parte de sus aparatos reproductores, son
máquinas que se acoplan y desacoplan más allá de cualquier individualidad. No
hay estructuras, hay flujos. No hay causas hay solo efectos que surgen desde
entrenados de sentidos que, a su vez, producen más sentido. Es una suerte de
practicidad del instinto.
Las máquinas molares
son sociales, técnicas y orgánicas. Las moleculares, deseantes. El sujeto se
constituye en las conexiones de lo molar y lo molecular. La líbido es la
energía de las máquinas deseantes. Aquí no hay sublimación en sentido freudiano,
hay producción. La intensidad desea circular por todas partes. La sexualidad
parece ser una codificación social del deseo.
En esencia, el deseo
no tiene sexo, no reconoce sexo. Es la sociedad la que obliga al deseo a
sexualizarse: Se habla de que los soldados nazis solían tener erecciones
durante los discursos de Hitler. Tambien se habla de que las mujeres italianas
le suplicaban a Mussolini que las embarazara. Esto muestra, por un lado, lo errático del deseo y, por otro, su codificación
en objetos determinados.
Inicialmente el deseo
no tiene por objeto a personas o cosas, aunque en la práctica se acumula en un
sujeto o en un objeto determinado. Surgen las llamadas zonas de saturación
del deseo, que están establecidas para el control social. Hay solo dos
sexos, dice el discurso oficial en un intento de ponerle etiquetas
identificatorias a una masa amorfa de necesidades a las que Marx denominó sexo
no humano. Es decir, deseo descodificado que finalmente aflora en los
sujetos. ¿Cómo podrían manejarnos si amáramos a un hombre y, de pronto, a una
mujer, y ocasionalmente, a un animal, y así sucesivamente?
El deseo es nómada en
sí mismo. Se alimenta con fragmentos libidinosos, se potencia, se agiganta.
Cuanto más inconsciente, más gigante. Pero la líbido no pasa a la conciencia
sino cuando está en relación con objetos, cuerpos o personas determinadas. Se
trata de puntos de conexión: son los puntos en los que (con los que) hacemos
habitualmente el amor. Creemos que hacemos el amor con uno, pero en realidad
hacemos el amor con muchos. Hacer el amor con una sola persona es posible por
toda la potencia que se nos ha cargado a través de miradas, roces, pensamientos,
lecturas, sueños y la infinita variedad de estímulos que recibe cualquier ser
vivo.
Hacemos el amor con
las infinitas máquinas que potenciaron nuestro deseo proveniente de múltiples
personas, animales y objetos. Máquinas ojo-ojo, gesto-mirada, roce-escalofrío,
máquinas miembro-miembro, labios-pelo, mano-nalga… La pareja es una miniatura
del instintivo y multidireccional impulso del deseo. La pareja se establece en
una multiplicidad de circulaciones y cortes, aunque haya algo en nuestro amor
que casi siempre se conecta con un solo partenaire.
Se dice que el retrato capta los ojos, es decir, la
mirada, el alma. Por eso, entre otras cosas, existe el objeto fotográfico. Se
habla de que la mirada es lo que un sujeto no puede ver de sí mismo: cuando nos
miramos en un espejo nos vemos siendo vistos o viendo, pero no las dos cosas a
la vez.
Un ejemplo: ustedes me
ven hablando y me fotografían, pero con una mirada que yo no puedo ver;
entonces, cuando yo le entrego a alguien mi mirada (el doble fotografiado de mi
mirada), contradictoriamente le estoy dando algo que yo veo pero que no puedo
ver. Hay una situación de heteronomía: yo me doy al otro ahí donde yo no puedo
darme a mí mismo, viéndome ver. No me puedo ver ni percibirme dando. Puedo
verme siendo visto, pero no puedo verme viendo. Es una experiencia de ceder lo
que no puede volver a mí. Evidentemente, en este don y en esta heteronomía no
puede faltar una escalada infinita en el narcisismo, en cualquier caso
teóricamente determinable como ausente: mírame, he aquí mi imagen, éste es mi
cuerpo, etc.
Pero
ese narcisismo regala en la medida en que lo que da ya no vuelve, se pierde
porque se entrega, se fuerza a una escalada infinita en la que no puede
decidirse entre la renuncia y la prometida reapropiación. Dar una fotografía
puede ser un gesto grave: yo doy como si me diera mí mismo, como si entregara
incluso a mi narcisismo imposible, a los ojos que no pueden verse; o que ven y
reconocen que no pueden verse.
Se
trata de una erótica de la mirada, la mirada intercambiada: una escena erótica
suele iniciar por una interacción de miradas que se cruzan en el punto en el
que cada una de ellas no pueden reapropiarse y se entregan desarmadas. Es un
gesto que, en ciertas ocasiones, puede ser más expuesto, más oferente y más
intenso que hacer el amor.
En Ausencia
la mirada está desnuda, sin poder verse. Expuesta y sobreexpuesta, como la
desnudez. Ocurre algo similar a lo que Georges Bataille señala como los pasos
para que se consume el hecho erótico: primero algo te seduce, por medio de la
seducción te rapta y una vez raptado se hace su esclavo.
En Aislamiento la disociación
entre la palabra y la mirada queda suspendida hasta el final para plantear, de
forma subyacente, una rivalidad casi fraternal, materializada en el
protagonista y su entorno, entre el realismo de la imagen fotográfica y la
pintura no-figurativa. Nace una obsesión por encontrar una verdad oculta en la
imagen, donde se centra, casi de forma exclusiva, en la fotografía. La serie
busca ampliar hasta límites insospechados (casi hasta la transfiguración
de la imagen) al aislamiento..
A partir de esta
confrontación de lo figurativo y lo prefigurativo en fotografía, en esta serie
se desarrolla un relato donde, mediante un final abierto, no hay certeza sobre
aquello que el protagonista ve y aquello que la imagen o la imaginación
propicia.
La clásica dicotomía cuerpo/espíritu
encuentra en Aislamiento la visión particular del artista. Es
una secuencia en la que se narra el proceso por el cual la materia se desprende
del sistema y se incorpora a un estado de inhibición vulnerable, donde los
estímulos se mitigan entre lo esencial y la calma. El orden de la serie es
difuso; las transformaciones carecen de cambio y en su núcleo se genera un
confort incesante, incalculable, aislando a la fuerza y dominando la confusión
y la paranoia.
Está formada por cinco
fotografías introducidas por un título que funciona como una confirmación que
el artista hace sobre un tema muy conocido por el espectador. Desde la primera
imagen aparece el personaje, un hombre que yace desnudo sobre una superficie en
la que encuentra cierto ímpetu, desde la calma y el desasosiego.
No hay en las imágenes
ni en el título ningún dato del personaje ni de la habitación que permitan
identificarlo, así como tampoco aparecen elementos que ayuden a situar el
momento en que transcurre la historia. Tampoco hay ningún dato visual que nos
paute el paso del tiempo, ni siquiera hay cambios significativos en la luz;
esto para poder establecer la duración del proceso. La escases de las
coordenadas espacio-temporales permiten la búsqueda de la universalidad de la
historia.
La
secuencia se cierra con una escenificación en la cual la palabra queda al
margen, involucrando al fotógrafo no sólo en la observación sino en la
participación: el límite es frágil, el protagonista desempeña cada uno de sus
papeles con naturalidad; allí la acción de recorrer un espacio ficticio es
determinante: el giro de tuerca necesario para propiciar la apertura del final.
(Textos de salas realizados entre Felipe Rotjes y Joe Justiniano)
Impropio. Felipe Rotjes |
Felipe Rotjes (Caracas-Venezuela) es un fotógrafo y comunicador audiovisual (USM) que ha venido desarrollando su investigación artística en el área de la fotografía experimental. Los cursos de formación impartidos por la escuela de fotografía de la Organización Nelson Garrido han representado un aporte fundamental en su estudio del hecho artístico y fotográfico. Para Rotjes las características biológicas muchas veces no son capaces de contener la percepción que el hombre tiene de sí, por lo que su trabajo artístico se extiende hacia el mundo de la identidad sexual en la psique humana, que en variados casos no coincide con la identidad biológica o genética de los individuos, generando un estado de desasosiego evolutivo.
Desmontar fronteras de lo homoerótico, desarticular y desafiar herencias ideológicas y culturales respecto a los patrones de comportamiento de la figura masculina son propósitos que el artista explora desde el uso de la fotografía en blanco y negro. Rotjes encuentra un camino para jugar con los matices del no-deseo, de lo erótico atenuado por el propio cuerpo desnudo, en solitario o en interacción con otros cuerpos. Pero la exploración fotográfica del artista visual también indica una investigación antropológica orientada a generar composiciones de una potencia sutil. El resultado fotográfico resalta dentro de una característica que Rotjes nombra como existencialismo prefabricado, donde el uso del artificio y el juego con las composiciones enfatizan las reminiscencias de la existencia humana.
Por: Joe Justiniano