No hay mejor sabiduría que la que se origina de nuestros antepasados. Generaciones ancestrales que provienen de distintas culturas y naciones. Desde lejanas tierras y diferentes geografías el hombre se va conectando con civilizaciones distantes.
Es un deleite reconocer en la cosmogonía algunas
creencias que siguen vigentes. Que se adaptan y se siguen observando, a veces
como algo curioso, otras como un signo que sobrepasa los tiempos.
Los viajes siempre han amalgamado a las culturas.
Los holandeses, por ejemplo, tomaron la idea de las culturas orientales para
pintar con estaño sus famosas vajillas de azul cobalto. Con las cerámicas de Delf crearon una industria y una tradición que hoy día es copiada masivamente por
los chinos para satisfacer el mercado turístico. Fue el mar el que llevó a los países
bajos todo ese conocimiento, así como Marco Polo extendió el puente culinario,
ida y vuelta, entre Europa y América.
Quedémonos en este continente, tan vasto y
diverso, para aprender de los aborígenes. En el ártico canadiense, habita el
pueblo de los inuit, que no son más que los esquimales. Inuit significa “el pueblo”, casi que una determinación tan
sólida como el “ana karina rote” de los indios caribes (sólo nosotros somos
hombres). Desde esas heladas tierras, y debido al éxodo familiar, los inuit ya
no me fueron tan distantes.
Hace unos años, mi cuñado Miguel, residente en Montreal, vino a Caracas para
atender asuntos familiares. Entre sus recuerdos de estadía le trajo a mi hija
Elvira un pendiente con una figura de un
Inukshuk. Primera vez que veíamos esa
imagen, que refiere a monumentos de piedra que los inuit erigen en señal
de bienvenida a los cazadores, para orientar la ruta de desplazamiento del
caribú, señalar un lago con abundancia de peces, o indicar pasajes para los
exploradores en tierras prácticamente vírgenes. La tarjeta que
acompañaba la prenda indicaba que ese monumento era la síntesis de un
mensaje: “Alguien ha estado aquí”, o
también “vas por buen camino”. Para una referencia más popular, el Inukshuk fue inspiración del
logo de los Juegos Olímpicos de Vancouver 2010.
Años
después, en una playa del estado Vargas,
fuimos recibidos una mañana, por unos pilares de piedra que unos niños habían erigido en la
arena. Inmediatamente, me transporté a Canadá y comencé a levantar un
hombrecito de piedra al mejor estilo inuit. Lo hice con los recuerdos
compartidos en mi primer viaje al hogar canadiense. Estaba dejando constancia
de haber estado allí, de estar también en esta costa. Estaba señalando también
caminos, frente a las azules olas que rompían fuertemente anunciando corrientes
que se arrastraban desde otras tierras hasta esta orilla. Con el mar en la
distancia de los quereres, cada piedra era un gesto de paciencia y equilibrio, de
hermandad en mi pilar espiritual…
Por
aquí estuvimos, en esas arenas blancas, bajo este cielo azul, extendiendo
culturas, alimentando esperanzas, abrigando afectos.
(Publico
esta nota, luego de conocer la noticia de que la Embajada de Canadá
cerró su departamento de visas en Caracas,
transfiriendo este servicio a su embajada en Ciudad de México).
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