jueves, 11 de junio de 2015

Señales de la ausencia

“Uno cree que la realidad crea las imágenes y es todo lo contrario, 
las imágenes crean la realidad”.  
Javier Cercas.   
Anatomía de un instante    


No existe fecha precisa del inicio de la serie fotográfica que Violeta Ramírez Villamizar expone como parte de una trayectoria como observadora del mundo. Quizás medien unos 10 años, desde aquella primera vez que el insomnio y la nostalgia por los ritos no cumplidos durante un paseo fugaz por tierras nuevas la hizo dejar el testimonio de la primera impresión, en medio del jet lag.

Así fue como bautizó su exposición: “Jet Lag”.  La fotógrafa estableció una constante que le permitiera mantener algo coherente en ese itinerario que su profesión trazó por el mundo. Decidió reservar una habitación en el tercer piso de los hoteles céntricos, con vista a la calle principal. Desde allí, observaba el paisaje hasta encontrar aquello que le parecía diferente, curioso, que le quitara el aliento, incluso, que la hiciera olvidar los mareos o desvelos.

“Como no tenía mucho tiempo para visitar los lugares turísticos, esto se transformó en un rito de despedida a la ciudad que no podía recorrer.  Me llevaba de recuerdo la primera impresión del viaje”, relata Ramírez Villamizar.

Todo comenzó una madrugada, tras su arribo a Amsterdam. Desde su ventana observaba a una pareja haciendo semicírculos en una bicicleta, ella sobre el manubrio, en un estrecho callejón rodeado de pequeños cafés en vías de cerrar.  La noche y las sombras que se proyectan en el pavimento despiertan en ella una lectura poética, es la despedida de los amantes, la prolongación de una separación que aún quieren posponer en la madrugada. Ella les regala en la cámara el  eterno encuentro. La vida circular. Queda inmortalizado el momento; para siempre, los ciclistas permanecen unidos en un viaje a ninguna parte. Una sola sombra, bajo la luz de los faroles del callejón, fundida en un personaje bifronte sobre la silueta de los grandes rines distorsionados en la proyección de la luz…

Violeta finalmente ve al caballero alejarse, mientras ella se recoge en uno de los locales,  pero eso no está en el registro de su cámara. La historia que Violeta Ramírez pudo continuar desde su propia experiencia no existe en la sala de exposiciones. Sólo su testimonio da fe de ello. Lo único que ha sido, finalmente,  es aquello que la cámara contuvo entre pixeles, y que el visitante interpreta desde su propia subjetividad.

A veces, la fotógrafa cambia el encuadre de su objetivo de caza, sólo porque la presa del momento se le aparece en plena vía pública.  Así sucede en la foto de un turista que fotografía a un grupo de estudiantes de arte que realizan sus bocetos del Aya Sofía en Estambul. Los dibujantes, sentados en los bancos de los turistas, hacen cada uno sus bocetos particulares de la otrora catedral y actualmente mezquita y museo. El turista se detiene frente a ellos, y desde ese ángulo alcanza a retratarlos de espaldas, más interesado en el edificio patrimonial que en los artistas, pero la foto de Violeta Ramírez, alcanza a dibujar una diagonal entre el Aya Sofía, los dibujantes, sus bocetos, y el camarógrafo concentrado en su propia foto. El espectador sigue formando parte de esa secuencia cíclica de alguien que observa a alguien observado.

En cada imagen, aparece el gentilicio de los pobladores. En las fotografías de Violeta, el momento adquiere una sedimentación en el espacio, el que acaba de conocer, y se detiene para hacer suponer al espectador una historia, un continuo suspendido en la memoria y que sólo la imaginación deshace para seguir transitando a las suposiciones de quien mira los retratos.

El viaje 

Curiosamente, la fotógrafa no es protagonista en sus imágenes, ella es quien activa el parpadeo del obturador, que perpetúa la circunstancia.  El ojo de la cámara se pasea por las calles de Bogotá, D.F. en México, Buenos Aires, Estambul, Canadá, Amsterdam, Marruecos, España, Roma, Praga, Frankfurt, y otras ciudades se reducen en el tiempo, y es el paso del tiempo el verdadero viaje de esas imágenes.

La verdadera nostalgia, o efecto “jet lag” que se imprime en la forma es el recordatorio de que allí hay algo que ya no será más. Pero la narración visual y la reafirmación de la continua desaparición del momento, seguirá existiendo desde la conciencia del que observa la foto, en su pensamiento, y hasta puede encontrar en ella elementos familiares; o todo lo contrario, descubre algo jamás visto.

En la secuencia no hay una historia subyacente, ni siquiera importa si se recoge la cronología de los destinos que fueron señalados. Apenas se reconcilia el momento con la trascendencia en el tiempo, y es así que la existencia de la imagen no se limite a ser una representación de la realidad, sino que se manifiesta más allá de la recreación, o la creación de una situación, o de una circunstancia que ante el observador va naciendo como una suerte de conciencia o  discurso analítico, que toma de sus propios recuerdos para construir individualmente el significado.

Un mexicano, vestido con su traje de charro, carga en cada brazo sendas macetas de rosas. Más adelante, una mujer parece esperarle en la puerta. Ella descansa en el rellano, observándolo, de brazos cruzados, él simplemente camina haciendo equilibrio con las plantas, una de rosas rojas, otra de rosas blancas. Se rompe en esta imagen la cultura del macho mexicano, que separa abismalmente el rol del hombre del de la mujer. Es una visión del mundo, donde a veces la belleza queda escondida. La verdad del instante prevalece sobre lo estético.

En Bogotá, cerca del palacio de Justicia, la diagonal que percibe la fotógrafa desde su hotel, es una calle repleta de caballeros con sombreros oscuros, todos con traje oscuro, todos con corbatas de tonos oscuros y todos con camisas blancas, parecen diputados o abogados cercanos a un tribunal, esperando su turno para ser llamados a la sala. Una dama camina en sentido contrario, por la calle del medio. Los caballeros parecen estar en una convención callejera, manipulan legajos de papeles, fuman, se reúnen en semicírculos. Ella también lleva traje oscuro, y un portafolio de ejecutiva. Apenas uno de ellos, gira la mirada furtivamente hacia ella.  Los rostros de los demás, quedan ocultos entre las alas de los sombreros y su posición de espaldas.

Ese gesto no lo había detectado Ramírez Villamizar al momento de tomar la foto. En aquel preciso instante, lo que a ella le llamaba la atención era el todo, la actividad grupal, la cotidianidad de esta urbe, que le hizo alguna referencia con la cultura de los muiscas. Aún así, la imagen que prevalece cobra su real existencia por el instante que le fue revelado, por la discreta irrupción del obturador, como el simulado interés por la extraña que también irrumpe en el grupo. Ése es el punctum de la imagen.

La fotógrafa no crea la situación, más sí deja aparecer la imagen que está buscando, desde la cultura visual que ha desarrollado en cada viaje. Y hasta de la nada hace una lectura. Es así que el cierre de la serie sea una calle caraqueña nocturna, subyugada por las ausencias,  no hay transeúntes, solo fachadas apenas  iluminadas, como si albergaran los fantasmas de todas las demás fotografías; como si en la carencia de personajes se reflejará el todo; como si el silencio se manifestara en los objetos; como si la nada expresara el rito final de soledad de Ramírez Villamizar, quien se encuentra siempre, con cada postal, en una constante partida.

Inger Pedreáñez

Nota: Este texto es el resultado de un taller con Erik del Búfalo sobre Filosofía en la Fotografía, en la Organización Nelson Garrido. Realmente la experiencia de compartir con tantos fotógrafos (profesionales, amateurs, aprendices, amantes de la fotografía) y escuchar sus propios escritos sobre una crítica o reseña imaginaria, sólo me dejó la conclusión del talento y la dedicación que muchas personas están poniendo adelante para hacer su entorno diferente a lo que carcome cotidianamente. 

Efectivamente, todo lo que leyeron es ficción. Realmente lo escribí como si fuera un cuento. Espero que no sientan que les hice perder el tiempo con lo que nunca ha ocurrido para hablar del hecho fotográfico. Ojalá la imaginación siga siendo para todos el vuelo de liberación.

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