Varias negativas tuve de mis hijos cuando les pedí que me
acompañaran al concierto en homenaje a Vytas Brenner. Pero a última hora se
decidieron y yo estaba feliz de que ellos disfrutaran conmigo la sorpresa de
descubrir y redescubrir gratamente los temas del músico venezolano (nacido en
Alemania, pero que se vino a los dos años a este país para crecer con sus
ritmos y la visión de esta hermosa naturaleza que nos cobija).
Vytas Brenner fue un visionario, y decirlo treinta años
después es fácil. Su música sigue siendo contemporánea, actual, quiéranlo
llamar neofolklore, o rock venezolano, tecnomusic, fusión. Jóvenes músicos,
agrupaciones de hoy y los maestros que compartieron escenarios con Brenner se
unieron en esta ofrenda con un reducido público que no llenó el Teresa Carreño,
pero que triplicó la energía y el entusiasmo de una sala llena, al revivir
temas que el autor bautizó con una clara idiosincrasia que enaltece a
Venezuela. Cada nombre es tan nuestro, aunque también exista en otras
latitudes. El amor por la naturaleza y el paisaje también fueron su fuente de
inspiración.
“Araguaney”, “Tragavenado”,
“Guacamaya”, “Agua clara”, “Morrocoy”, “Catatumbo”, “Frailejón”, “Oro Negro”, “San
Agustín”, “Caracas para locos”… ¡Quién podría apostar que posiblemente en 2015,
si Vytas Brenner estuviera vivo no habría compuesto una nueva versión musical
bajo el nombre “Caracas para motos”!
Vale decir que Vytas Brenner se estrenó como compositor al
realizar por encargo de la entonces Primera Dama, Alicia Pietri de Caldera, un
documental sobre los niños de Mérida, en el año 1972. La pieza era "Frailejón" (una de mis preferidas), fue su primer hit y el sello que marcaría su estilo
musical. Así era como desde la Fundación del Niño, se le daba rostro a la
juventud venezolana en esas décadas.
Mis mayores aplausos
Épico. Esa fue la palabra que se me vino a la mente cuando
escuché “El Tren del Encanto”, el sonido claro del movimiento de los motores en
el andén, el paseo musical en sí. En esta pieza participó el cuarteto Backhand,
de rock progresivo, que continuó con otra versión de “Catatumbo”, que ya había
sido ejecutada minutos antes por el grupo Compases.
Fotografía de Emilio Ramón Méndez (emindez@hotmail.com) |
El maestro Alí Agüero estuvo a cargo del cuatro solista en "Guacamaya", con una chaqueta amarilla al mejor estilo de los años setenta, hizo
vibrar las cuerdas de nuestro instrumento nacional con las tonalidades que
hicieron crecer la energía y el entusiasmo. Pero no puedo dejar atrás, sino
mano a mano al cuatrista de toda la noche, Miguel Siso, retumbando la caja
sonora con nuestros ritmos.
Y como esta nota no tiene orden cronológico, sino como se me
viene a la mente, una semana después del concierto, tampoco se pueden obviar
las maracas de Manuel Rangel, quien además recibió al público desde uno de los
balcones laterales, tocando junto al tecladista Miguel Noya.
Gaélica recurrió a la gaita escocesa y el violín para
hacernos recordar el tema “Araguaney”. Huáscar Barradas se lució con “Morrocoy”.
Hay un momento, en que aparece en uno de los videos el percusionista Felipe “Mandingo”
Rengifo. Habla del don de gente de su amigo. "Un día de mi cumpleaños me vino a buscar a la casa y me invitó con toda mi familia a ir a la suya. Cuando llegamos me tenía organizada tremenda fiesta de cumpleaños". Al músico se le quiebra la voz, "esto era Vytas", dice mientras toma el cuatro y hace vibrar una melodía, el sonido del cuatro salta de la pantalla hasta el escenario, se proyecta en el cuatro de Miguel Siso y la magia de la noche continúa.
Y la Orquesta Sinfónica de Venezuela, con sus 85 años de
trayectoria reconocida, ofreció luego del intermedio las magistrales piezas “Oro
Negro” y “San Agustín”, bajo la dirección de Alfredo Rugeles, el mismo que
estrenó en 1989 junto con Vytas Brenner la Sinfonía Oro Negro. Y para quienes
no sucumbieron al ansia de retirarse por la hora, los músicos complacieron un
bis con “Canchunchú Florido”.
Cito la página de la OSV sobre “Oro Negro”:
“Esta obra sinfónica,
fundamentalmente descriptiva, consta originalmente de tres movimientos y pinta
musicalmente a Venezuela en tres distintas etapas de su historia. Podría ser
descrita como poema sinfónico. El primer movimiento simboliza al aborigen
venezolano. Más adelante se hace presente el conquistador. Flautas, tambores y
trompetas conforman los encuentros bélicos y presentan la lucha en
forma de contrapunto. Finaliza este movimiento con la consolidación de la
conquista. Con fanfarria militar se inicia el segundo movimiento, afirmando la
presencia del conquistador; una batalla musical simboliza la lucha
por la libertad. Finaliza con la victoria libertadora. El movimiento industrial llega
a Venezuela. Así comienza el tercer movimiento. El
país despierta de largas décadas de letargo. La música se
hace eco de la fuerza arrolladora de nuestros
inicios industriales. Este movimiento reafirma las posibilidades
de la Venezuela de hoy y de confianza en el futuro”.
Bravo a
todos
La idea de rendir esta ofrenda a Vytas Brenner corrió por
cuenta de los músicos Pedro López y Santos Palazzi (director musical). Además de la
voluntad de tantos músicos sumados en este encuentro: Además de los ya citados, Alfredo Naranjo, Gerry Weil (el único que interpretó
un tema de su autoría dedicado a su amigo “Vytas”), Julio Alcocer, Jorge Spiteri, Alexis Rossell (en el arpa),
Jorge Torres, José Ignacio Lares, Carlos Acosta, Ezequiel Serrano, Roldan Peña,
Gerardo López, Adolfo Herrera, Yonathan Gavidia, en las voces Biella Da Costa,
Sergio Pérez, entre otros.
Arpas, cuatro, maracas,
sumados a teclados, bajos... Es la mezcla de la polirritmia venezolana, el
joropo, el merengue, los ritmos afroamericanos, con la tecnología de la música
electrónica lo que generó esta vertiente de música venezolana, aún vigente hoy.
Vytas Brenner fue además, el primer artista que hizo un LP con música en vivo,
de dos discos, en Venezuela.
Estar esa noche en el Teatro
Teresa Carreño me hizo recordar los sonidos que salían de la radio cuando
regresaba del liceo, en medio de la cola, y creía que las cornetas de los autos
se sumaban a la melodía de "Caracas para locos", o de “San Agustín”, y convertía el caos de la ciudad en
un ritmo elíptico que me transportaba a otro mundo. Es esa misma sinfonía la que
aún resuena con emoción en mi memoria.