Oswaldo es un niño de seis años que comienza a conversar
conmigo mientras su mamá está a su lado viendo las fotografías de Jorge Luis
Santos, en la Galería Tresy3, el día que se inaugura la exposición “Pido, prometo y pago”.
-- Ella es mi mamá. Son sus primeras palabras a manera de presentación.
Y entonces yo le pregunto ¿Cuál foto te gusta más?
Allí comenzó nuestra afinidad, porque él señala la imagen que a mí también me llamó la atención por
sobre las demás. Es una mano cubierta de cera, apretando el pequeño muñón de vela que queda, aún
encendida, derritiéndose en esa piel que soporta la penitencia. Sólo que para
Oswaldo las formas viajan más rápido en su imaginación. “Es como si a la mano
se le estuviera formando un guante, con la cera de la vela”, y su clara
explicación cobró la importancia de quien no teme a los hechos que a los adultos
sorprenden. Así que tomé sus palabras como ciertas y creí, tanto como él, que esa
mano podía ser la de un superhéroe transmutado,
empuñando su fe.
Sólo que en los personajes de Santos lo que predominan son
carencias y penas, nada de heroísmos.
Oswaldo se emociona con la conversación y entonces continúa
explicando las fotos que están a ras de su mirada. "Me gusta ésta, porque parece
que el hombre estuviera diciendo, ¡estoy ciego, estoy ciego!", y agita sus
manos. "Y también esta otra, porque el señor suda y suda…".
-¿ Y estas que están acá no te gustan?
--No, porque están borrosas.
--Esa es una técnica fotográfica, le explico, pero no
termino de convencerlo. Días después, Jorge Luis me habla de esas dos imágenes de
los hombres arrastrándose en el suelo. “Ahí hay mucha tensión, yo debo también
lanzarme al piso, estar con ellos con la cámara muy cerca de sus cuerpos, y hay
otras personas que te rozan, que se tropiezan, no es fácil captar ese momento”.
En esta foto que abre la exposición de Jorge Luis Santos, la textura de los pies se mimetiza con la textura del pantalón. Otra de mis preferidas |
Las fotografías a blanco y negro que ahora se exhiben en Las Mercedes, fueron tomadas en un lapso
de siete años (entre 2009 y 2016) en procesiones del Santo Sepulcro, que se celebra
en Villa de Cura (Aragua), Tinaquillo (Cojedes), Chacao (Miranda) y la parroquia
de Santa Teresa (Distrito Capital). Pero algunas de estas fotos, no todas, hablan
más que de un encuentro entre feligreses.
En una hilera hombres con el torso desnudo, pantalones
blancos, y con las manos atadas a la espalda, inclinan su cabeza sobre el
pavimento, rodeados de otras personas que los observan. Allí hay reos que cumplieron condenas,
culpables que se han escapado de la justicia, e incluso convictos… Ese día nadie
les puede tocar. Ellos están pagando su penitencia, todos saben quiénes son. El
fotógrafo debe ganarse la confianza, explicar el propósito de sus fotos. El respeto siempre abre puertas.
Son muy pocas las localidades en Venezuela donde aún se dan
estas manifestaciones con personas que se encuentran al margen de la Ley. La
investigación de Santos partió de un evento similar en Brasil. Al ser países
vecinos, algo debía de haber en común.
La diferencia es que los penitentes brasileros incluso se flagelan.
Estas fotos son a blanco y negro, porque el color habría
sido una fuente de distracción. “Lo que me interesa es la forma”, explica Jorge
Luis Santos. El blanco y negro es como
un silencio que permite concentrarse en el fervor religioso. No hay una flor ni
una orquídea, ni traje de Nazareno que
destaque sobre el sudor, la fruición, el dolor que los penitentes.
La exposición, que está dedicada a la memoria de Luis Brito ("mi maestro desde la observación", dice Jorge Luis Santos), contó con la curaduría de Ricardo Jiménez y la museografía de Alberto Asprino. "Antes del montaje yo presenté mi propio guión de las fotografías, pero Alberto dispuso todas las fotos en el piso. Tomó ésta (una mujer arrodillada en plegaria, vestida como monja) y la puso al centro, luego fueron llegando las otras. Respeto su trabajo. Sólo le pedí que el tríptico fuera tal como lo pensé", dice Santos.
La historia del personaje del tríptico ya ha sido explicada en otros medios. La mujer sólo le dijo estas palabras: "Mi hijo es malo. Tengo muchos años que no lo veo". El perfil en primerísimo plano, las manos en otras proporciones de encuadre, y sus pies descalzos, fueron diferentes tomas a lo largo de esa jornada. No fueron planificadas. Al ver resultado, allí había un todo.
La disposición de las fotos también manejan un lenguaje que
minimiza el tiempo y el lugar como hilo conductor, para que la mirada siga
quizás el trazo de la cruz, arriba podrían estar las plegarias al cielo; abajo,
el cuerpo clama a la tierra. Al final lo que cuenta es la religiosidad.
Los close up bastante cerrados, los pies descalzos a ras de
la tierra, los detalles de las manos entrelazadas, se mezclan con los planos
abiertos, como es el tumulto de las procesiones. Lo que sí queda claro es que a
las personas retratadas poco les importa la presencia del fotógrafo. Están
dentro de su fe, si acaso una de las pocas ancianas que mira directo a la
cámara, muestra la complicidad, con una leve sonrisa. Y esos ojos solo
transmiten la paz que habita en ella.
La exposición estará abierta al público hasta el 15 de mayo. Las 28 obras expuestas están a la venta, y quien las adquiera será mencionado como mecenas en el libro que está produciendo el fotógrafo sobre el mismo tema. El agradecimiento también incluye uno de los 100 ejemplares numerados con sello seco y firmado.
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