“Ignorante, apaga el flash”, se escuchó en la sala cuando
cerraba uno de los más hermosos espectáculos del Teatro Negro de Praga en su
noche inaugural, presentación que permitía el uso de cámaras fotográficas y de
videos, porque estaban los medios de comunicación social invitados. Ese
instante iluminado desnudó la escena invisible y fue una sola exclamación de
desaliento lo que vibró entre el público antes del grito.
Pero ya saben aquellos que vayan a ir en los próximos días. No están permitidas las cámaras y si quieren preservar uno de esos momentos, ni se le ocurra robar con su luz la magia del momento. La sombra es el lenguaje de estos artistas.
Hace muchísimos años, tantos que ya no recuerdo cuántos, fui
con mis padres y hermanas a ver el
Teatro Negro de Praga. Para un niño es un acto de ilusionista ver como objetos
inanimados se mueven y dialogan en su movimiento con los actores. Por eso, al
asistir a esta premier, no pude evitar detenerme a escuchar las risas suaves de
los niños que estaban entre el público, e incluso la voz de uno preguntándole a
su padre, ¿cómo lo hacen? ¿Hay alguien escondido en la oscuridad?
Me parece que lo mejor es la sencillez de cada escena. Unos
actores altísimos, unas actrices que bailan como bailarinas sin las zapatillas
de rigor, tramas de amor y de humor.
No había vuelto a ver el Teatro Negro de Praga desde aquella
primera vez que fui una niña. ¿O acaso mi memoria me traiciona y lo vi ya
adulta pero con corazón de niña? No lo sé, pero me río como esos pequeños que
se hacen cómplices del actor que compite por tener el equipaje más grande, qué viven los infortunios de La Lavandera, o
los amores de Pierrot, o comparten las visiones de un borracho que se le
multiplican Los Faroles. También en esa oscuridad bombardeada de colores vivos, El Mago hace juegos con su
sombrero, así como un El Violinista desespera con sus impericias. Un nombre
curioso para una de las escenas La Pescada, al principio pensé que era un error
de traducción, pero basta ver el sueño del personaje dentro de un fondo marino
para encontrarle sentido a ese título. Las risas no sólo fueron de los niños, sino de todos, cuando ya
se acercaba el cierre con El Caballo, yo sentía que las horas fueron segundos y
que todo estaba terminando muy rápido. Quizás sea porque dentro de lo sencillo de cada
acto está la riqueza del drama y la comedia que en segundos se refleja sin necesidad
de luz, o más bien gracias a la ausencia de ella, o su tímida aparición para revelar la historia colorida y fosforescente que emerge y se esconde.
(Las fotos que acompañan esta nota fueron tomadas sin flash, tratando de
evitar que la pantalla no perturbara a mi vecino de atrás. Pero hubiera
preferido no tomar fotos, para no perderme ni un segundo del movimiento sobre las
tablas)
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