miércoles, 26 de octubre de 2016

Precariedad, de la artista Xiomara Jiménez

Uno la tiene allí cerquita, nos vemos en reuniones, hablamos generalidades, nos preguntamos por la salud, y de pronto se revela un personaje.  La artista Xiomara Jiménez, nos sorprende con una exposición virtual, desde las redes sociales, con una serie de obras y un texto, que vale la pena compartirlo en este espacio.

Estas son las obras y las palabras que me motivan esta nota:






Precariedad
Xiomara Jiménez

Camino sobre cartones, camino quebrada. Con este proyecto, por momentos, me he sentido casi como una “recogedora de latas”, trato de realizar algo que parece estar en medio del basurero. No sé muy bien qué sentido tiene este hacer que no tendrá destino, o peor, cuyo destino podría ser su desaparición. Lo efímero de este material es tremendo; su posible pérdida, su descomposición, y con estos el tiempo, mi tiempo. Pero, sin embargo, digo, tratando de recuperar dirección, pienso que es necesario hablar − pensar, elaborar, juzgar o preguntarse por una cultura de la pobreza− hacerse una imagen o una invención desde el lugar de la fragilidad y del deterioro, no en balde en medio de ellos vivimos.


A veces cuando estoy pintando sobre estas malditas cajas siento repudio y descubro unas ciertas zonas de agobio, el proyecto se me torna repetitivo, cansón. La caja se ha convertido en soporte y en argumento. Por momentos me entusiasma el “hallazgo”, pero no deja de tirarme para atrás. Pobreza, precariedad, deterioro, suciedad, basura, mugre. Un mundo asfixiante que tiene un poder tan expansivo que todo lo arropa, los elementos comienzan a repetirse y se reducen. He pensado si no será éste un proyecto demasiado realista, figurativo, ilustrativo, un calco extremadamente evidente de realidad, y entonces trato de mirar con distancia apelando tal vez al extrañamiento como buscando la idea de que “en los bordes hay un verdadero espesor”. Se cruza también otra idea: componer −sobre, desde, en medio de − una estética de lo inestable.

 Una mañana recordé un programa de televisión en el que un presentador hablaba sobre “la fuerza de agarre”, el asunto discurría mas o menos así; en las manos está nuestro principal instrumento de sujeción a la vida, y en la medida en que las fortalezcamos mayor será el poder para sujetarnos. Se daban una serie de consejos, ejercicios y demostraciones de cómo tener más fuerza en las manos, sostenernos podría salvarnos de un resbalón o una caída peligrosa. Fui de inmediato y se lo conté a mi mamá −que con los años va perdiendo habilidades para aferrase y a veces luce un desprendimiento casi santo− previniéndola frente al riesgo de una caída. Sostenerse al bajar o subir escaleras, asirse, le aconsejé. También recordé a nuestra amiga Michaelle Ascencio, cuando nos decía que en la madurez uno debía tener algo a lo que sujetarse.

Pero luego, a solas con mis objetos me pregunto ¿qué ocurre cuando aquello que sostiene − ata, amarra, sujeta, aferra − es demasiado frágil? El trabajo que voy desarrollando −y que está en proceso porque sé que falta un nudo más allá de lo evidente− tal vez está sometido a soportes tan vulnerables que corro el riego de que se corrompan tempranamente, y esto es muy terrible porque un artista tiene el sueño de producir obras que perduren en el tiempo para dialogar, intercambiar, o simplemente demarcar un propósito. Asuntos que me confrontan por partida doble con otra cuestión: la incertidumbre.


Mi esposo me ha dicho mientras desayunábamos (nuestra mesa del pequeño comedor, debo aclarar, está llena de estos objetos con los que compartimos de manera cotidiana) que esta obra es como un descenso (¿Un tránsito hacia el infierno?). Hay una tensión entre algo que intenta sostener − yo sello con tirros, cintas pegantes y otro tipo de implementos para embalaje y trato de resolver los problemas plásticos que van surgiendo agarrada de la idea de una “estética de lo sucio” − pero el material continuamente tensa la cuerda de su delgado equilibrio rebajándolo hacia la dirección contraria, y juega a desbaratar lo que he logrado alzar.



En el año 2000 la artista Xiomara Jiménez recibió el Premio Fama de la Fundación Polar por un proyecto artístico para “estudiar” desde las artes plásticas temas como la pérdida, el duelo y el drama de mujeres víctimas de abuso policial y militar.

Desde 2007,  estuvo trabajando con adolescentes de Antímano y áreas vecinas, en un proyecto de la UCAB  para brindar espacios de reflexión y creación artística en estas comunidades. Primero trabajó con la identidad a partir de los retratos, y que cerró con la muestra "Soñadores. Retratos de Contacto" (2009). 

En 2012 se realizó también en la UCAB la exposición "Hallazgos. Vestigios del presente", como un ejercicio mordaz y lleno de ironía sobre la condición precaria que está presente en la acumulación de objetos y "tesoros" muchas veces inútiles.

Estas cajas, son la manifestación de su propia inquietud. Sus palabras lo dicen todo.


Y desde Panamá...

Una mudanza también puede ser el catalizador del arte.

Venimos de una familia que ha seguido las manifestaciones artísticas en todas sus disciplinas: desde la música, la pintura, mi padre en las letras, mi madre en el diseño. Incluso en la jardinería y el cultivo de sus rosas.

Pero mi hermana Chally nunca estudió pintura. Aunque cada vez que íbamos juntas a las exposiciones de la Feria Iberoamericana de Arte (FIA) ella me decía, mira esta obra, tán fácil de hacer...

Un nuevo hogar, en otro destino, le ofreció el tiempo para transformar las cajas de mudanza ya vacías en aquello que le permitiera construir sus nuevos días. Esa identidad visual fue marcando terreno en paredes que inauguraban otra cotidianidad... (y ahora que lo pienso, en sus propias distancias y partidas, mi hermana Alba también canalizó su soledad en el estudio de la pintura y mi hermana Marjory en los ikebana, la jardinería y los origami).

Son historias totalmente diferentes, nada de esto tiene que ver con el proceso estudiado de una artista como Xiomara Jiménez, pero desde el afecto uno encuentra que su expresión artística, realizada de manera empírica, también dice algo más allá que una intención de decorar las nuevas paredes vacías.




sábado, 22 de octubre de 2016

Carta a Malena

Este texto lo comencé el jueves, mientras chateaba con Malena, pero lo concluí hoy a manera epistolar.

Querida, Malena:


Esta noche tuvimos de invitado en el Taller de Poesía a Alberto Márquez. Igor Barreto tuvo la idea de llamar a este ciclo Retrato de un amigo, y la presencia de Alberto para hablar de Juan Sánchez Peláez nos promete que cada encuentro será inspirador.

Ojalá pudieras haber estado con nosotros, Malena. Alberto contó cómo conoció a Sánchez Peláez cuando visitó su casa por un taller que había tomado en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, Celarg. A pesar de la diferencia de edades, 18 años Alberto, cerca de 50 Juan, se hicieron grandes amigos.  Qué manera de dirigirse a sus recuerdos para vaciarlos en esta pequeña reunión de poetas.

"Cómo puedo empezar...decir que Juan Sánchez Peláez es inclasificable. Surrealista. Su último libro Aire sobre aire era una suerte de neosimbolismo...Hay una carta de Álvaro Mutis que creo yo que él nunca supo de ella, en donde el escritor decía que lo más importante que le había ocurrido a la poesía colombiana era que hubieran designado a Juan Sánchez Peláez agregado cultural de la Embajada de Venezuela en Colombia...Cada vez escribía con más síntesis, con menos palabras".

El coloquio comenzó por hablar de su escritura. El primer poema que leyó fue Profundidad del amor. 


Y tendrías que haberlo escuchado recitar el que está dedicado a ti, Malena. Nunca sentí tanto amor en la entonación, tan bien cuidada la pronunciación y el ritmo. 

"Juan era un hombre muy contradictorio. Era una lengua totalmente libre. Juan decía (y Alberto cambia el tono de su voz, como si fuera el amigo quien habla) 'Uno tiene siempre que estar detrás del espíritu, Alberto". También le decía que para ser un poeta hay que cultivarse, y así despojarse de los estereotipos. "La verdadera conquista del ser es ir quitándose cosas, despojarse. El convertía su debilidad en una fuerza".

Se dice que Sánchez Peláez fue el primer poeta urbano del país. "No teníamos literatura urbana porque no teníamos ciudad", enfatiza.

No podría resumirte todo, Malena, pero me encantó saber que él se refería a pequeños saltos esquizofrénicos, cuando quería pasar de un tema a otro.

"Siempre ponía la vida en una dimensión diferente para deslastrarse del pensamiento convencional y ver el mundo con mirada inocente, con transparencia verdadera, sin juicio moral sobre las cosas".

Mientras Alberto hablaba, me hizo pensar en la cantidad de poetas que han surgido en Venezuela, tantos que pocos conocemos, a quienes no le hemos hecho un justo reconocimiento. 

Este encuentro también tuvo sus anécdotas para hacernos reír, como aquella vez que lo llamó por teléfono  y le dijo:

-¿Tú me puedes sacar del hospital?
-Pero, Juan, tú debes quedarte en el hospital para que te recuperes...
- No te estoy pidiendo consejo, te estoy preguntando si me puedes hacer el favor de sacarme de aquí.
Y él llegó a cumplir con el amigo, para convencer a un camillero que lo ayudara a trasladarlo hasta el carro donde tú lo esperabas para emprender la huida.

O cuando robaron su casa y él te decía "Malena, mis poemas, se robaron mis poemas, los dejé sobre la mesa".

Juan Sánchez Peláez, el hombre con un gran sentido de lo femenino, admirador de todas las mujeres, el gran traductor de Mark Strand, tu compañero de vida, el diplomático, quien en su cabecera tenía un libro de Herman Hesse, también le dijo en el 2001 una terrible sentencia a Alberto: "Este país se va a volver un pequeño país, lleno de pobreza, tú lo vas a ver, y no lo vamos a superar porque tendremos primero que superarnos moralmente".

Si esto no es un retrato a un amigo, ¿dime qué otro nombre puede llevar? 

Hace un par de años escribí sobre Juan Sánchez Peláez a través de tu voz. Ahora lo hago a través del amigo, y de qué manera cobra vida en nosotros.

"Juan tenía mucho miedo de morir. un día me dijo que había algo que le preocupaba mucho. Qué es, Juan, le pregunté. y me dijo: ¿Cuánto tiempo vamos a estar muertos?".