jueves, 25 de septiembre de 2014

Un paseo en la piragua del poeta


Igor Barreto  invitó a su taller de poesía a Malena Coelho, compañera de vida del poeta venezolano Juan Sánchez Peláez (1922-2003),  Premio Nacional de Literatura 1975. Barreto realiza una introducción sobre la corriente surrealista en la que estaba inmerso el poeta, su participación en el grupo Mandrágora (Chile), y hace una comparación con el poeta ruso Osip Mandelshtam, miembro de la corriente acmeista. Antes de iniciar el diálogo la voz de Sánchez Peláez, recitando sus poemas, creaba el ambiente para las preguntas.

- Malena, ¿podrías hacernos un retrato de Juan Sánchez Peláez? ¿Cómo era el poeta?, preguntó Igor.

- ¿Por qué no comenzamos primero viendo sus fotos?, respondió Malena.

Foto: Ricardo Jiménez
Era necesario. Una serie de fotografías que seleccionó Vasco Szinetar, eran más contundentes que mil palabras: el poeta en su hamaca, el poeta abrazado con Malena, el poeta  en su tierra, el poeta con afición por las armas, el poeta y sus amigos, el poeta y las tertulias bohemias, un grupo en el Gran Café, en la Casa de Bello, la vida en cualquier parte. Lo vemos con Eugenio Montejo, con Fausto Masó, con Ben Ami Fihman, con Luis Alberto Crespo,  con Yolanda Pantin, con una muy joven Tania Sarabia… Pero aún las fotos, el gesto, el momento, no tenían sentido sin los relatos de Malena.

- ¿Cuál era la disciplina de Sánchez Peláez para escribir?

- Era normal, a veces comenzaba a caminar y se llevaba la mano en forma de cuenco al oído, y  decía, “me están llegando cosas”…  Luego se ponía a escribir. Todo el tiempo escribía…

Malena habla suave y todos debemos acercarnos para escucharla bien. Desliza entre sus dedos una pulsera de cuentas, como un rosario. Es tan perceptiva que me explica que necesita concentrarse en ese movimiento para controlar sus deseos de fumar. Parece que me hubiera estado leyendo la mente. Ella viene también del mundo editorial, trabajó como correctora en Venezuela.

- ¿Alguna vez le corregiste un poema al poeta? ¿Le sugeriste que una palabra iba mejor que otra?  (Su gesto es casi de espanto, como si fuera a decirme “¡Vade retro, Satanás!”).


Foto: Ricardo Jiménez
- ¿Yo? ¿A Juan? ¡Jamás!  Era él quien buscaba siempre nuevas palabras. Recuerda que cuando ella le ayudaba a traducir a otros escritores, él podía pasarse mucho tiempo buscando la palabra precisa en español para darle a la traducción el correcto sentido poético, y le decía, “esos diccionarios no sirven de nada”. Entonces, Malena iba alimentando su diccionario con las definiciones y expresiones que le surgían a Sánchez Peláez.

“Conocí a Juan en Nueva York, y con él me vine a Venezuela, lugar al que pertenezco”, lo dice en su acento argentino, con la fuerza de quien se encariña con estas tierras, con los amigos, con la misma convicción que le permite cada vez que puede volver a este país, en largas estancias.

- ¿Qué nos puedes decir sobre el ego, o la vanidad, que un poeta como Juan podía tener, como suele ser con todo escritor?.

Malena niega la existencia de vanidad con una licencia sublime: “Juan estaba muy seguro de lo que él era. El creía en lo que hacía”. Será quizás por eso mismo, que le advirtió a su esposa que estaba prohibido publicar cualquier manuscrito que él no hubiera concluido. “¿Pero tienes poemas inéditos del poeta?”, le pregunto. “Son borradores”, responde.

El proceso de edición de un poemario era una tarea muy bien pensada. “Él los tomaba en el mismo orden cronológico en el que los escribía”. Alguna vez un amigo seleccionó un poema que él no consideraba que estaba listo, trató de insistirle a Sánchez Peláez que debía incluirlo en el libro. Él se lo arrebató  y lo rompió para así evitar que su voluntad no fuera cumplida.

- ¿Existe algún poema que tu sientas que te escribió para ti, que eras tú la que estaba en esos versos?, pregunta Igor.

- Bueno, eso es muy difícil saberlo, pero sí hay un poema que me dedicó.

- ¿Te lo sabes?

- Yo no soy hombre ni mujer… hay algunas palabras que se me pueden olvidar... Alguien acerca uno de sus libros, pero en ese momento su voz es más ronca. Le pide a Igor que lea el poema porque no le gusta cómo se escucha en su tono argentino.

A Malena
Yo no soy hombre ni mujer
yo sólo tengo resplandor propio
cuando no pierdo el curso del río
Foto: Ricardo Jiménez
cuando no pierdo su verdadero sol
y puedo alejarme libre, girar, bogar,
navegar dentro de lo absoluto y el
mar blanco

entonces sí soy
el hombre rojo lleno de sangre

y sí soy la mujer: una flor límpida, un
lirio grande

y también soy el alma

y clarean los valles hondos
en nuestro mudo abrazo eterno,
amor frío

-- y qué más
qué más por ahora
piragua azul
piragüita.

 “A veces Juan me miraba fijamente, yo me quedaba esperando como si estuviera a punto de decirme algo.  Entonces me daba cuenta de que realmente no me miraba, quizás ni sabía que me encontraba allí… Estaba pensando un poema”.




Obra de Juan Sánchez Peláez (Altagracia de Orituco, 1922 - Caracas, 2003)
Elena y los elementos (1951)
Animal de costumbre (1959)
Filiación oscura (1966)
Lo huidizo y permanente (1969)
Rasgos comunes (1975)
Por cuál causa o nostalgia (1981)
Aire sobre el aire (1989)
Obra poética (2004)



Paréntesis de despedida
El poeta Alfredo Herrera también estuvo en este encuentro,  venía a contar sus anécdotas, pero no lo hizo. En la salida de la Galería TRESy3 lo abordo buscando una respuesta: “Realmente esta conversación estaba llena de vida del poeta, y no quise cerrarla con un recuerdo de su muerte”. Yo insisto en que me lo diga. “Estábamos allí con él convalesciente, cuando se llevó la mano al cuello y dijo, tengo el poema... Fueron sus últimas palabras”.

Tenía el poema en su garganta.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Sabores que se cotizan alto

Si algo heredó el país, y la ciudad de Caracas en particular, de la inmigración proveniente de todos los continentes fue la diversidad culinaria que nos acerca a diferentes culturas. Y sin entrar en todos los detalles, pues cada país podría merecer una nota aparte, esta entrada está dedicada a uno de esos platos que se pueden degustar en Caracas con la certeza de que nos traslada al Magreb.

El couscous tiene una preparación que parece laboriosa, generalmente servida en vasijas artesanales de barro que ya es un gusto observarlas.

Es posible que haya otros restaurantes marroquíes que tengan como oferta principal el couscous. Yo sólo lo he probado en Le St. Tropez, un pequeño lugar especializado en cocina marroquí con un toque francés. Sólo los viernes y los sábados, son los días exclusivos para brillar en la pizarra del menú. Se debe hacer reserva, pues su fama es conocida entre los comensales.

Yo tuve suerte. Me arriesgué a ir un lunes. Aún se conservaba un poco de la cocción, que estoy segura de que por su reposo podía resultar más sabrosa. Les confieso que no fue algo premeditado, no sabía que "la joya de la corona" se sentaba en esas diminutas mesas circulares del café sólo dos días a la semana. Busqué en el menú, no aparecía. Me arriesgué a preguntar: ¿Tienen couscous con Cordero?,  la chica me respondió, corrigiéndome, sí hay cordero en couscous.

El couscous, es el plato nacional de Marruecos, Túnez y Argelia. Una rápida búsqueda en internet nos explica que los franceses lo descubrieron durante la conquista de Argelia, en la época de Carlos X. La primera referencia a esta receta se encuentra en el "Libro de la cocina del Magreb y Al-Andalus", que data del siglo XIII. "Apareció en Turquía en el siglo XVI y se abrió paso a través de Oriente Medio, para finalmente llegar a los países occidentales. En origen, se utilizaban granos de cebada o mijo para elaborarlo, pero hoy en día en los países occidentales, la sémola de trigo es la más utilizada", indican la mayoría de las páginas web que se ponen a disposición del buscador de Google.

Me senté a esperar el manjar, que no es nada económico, pero el antojo lo vale. Primero me sirvieron una entrada con berenjenas asadas, crema de garbanzo, ahuyama cocida en cuadritos y remolacha. Cuatro nortes que untados con el pan de pita ayudaron a abrir el apetito por el manjar esperado, que no tardó en llegar.

En la primera impresión, el couscous no se ve, arropado por el cordero, los garbanzos, la zanahoria, las coles de Bruselas, la ahuyama, calabacines y la chayota...El caldo espera en su propio envase a ser vertido sobre toda la mixtura.

Disfruté de cada bocado. Los otros comensales preguntaban por el mismo plato. pero era el único... Fue un golpe de suerte, no siempre queda para el día después.

Foto tomada a baja resolución con un celular
Aquí les dejo una foto de ese momento, con los sabores árabes intactos en una ciudad que acogió a tantos viajeros que alguna vez vieron en estas tierras la oportunidad de vivir y progresar. Nos quedaron sus sabores, esperemos que esta herencia se mantenga.


Le St. Tropez, está ubicado en La Florida, en una esquina de difícil conexión, con poco espacio para estacionar. Como tiene el diseño de un café parisino, sus mesas alcanzan para cuatro acompañantes bien juntos, pero es preferible dos personas por mesa. Creo que el espacio se reduce a diez mesas o menos. El precio de este plato (actualizado para la fecha de publicación de esta nota: Bs.750...No fue lo que pagué yo, por cierto, lo que lo convierte en casi un lujo, o un gusto culposo)




Inspiraciones sobre el couscous

En el año 2007 se rodó en Francia un largometraje que se llamó La graine et le mulet, que en español se tradujo como La gran cena y en algunos países como Cuscús, o Cous cous. Dirigida por Abdel Kechiche y merecedora de 18 premios internacionales, además de otro tanto de nominaciones. Destacó con el Gran premio del Jurado en el Festival de Venecia (2007) y  arrasó con los premios César en 2008 (de la academia de cine francesa).

Trata de la vida de un inmigrante tunecino que al perder su trabajo a sus 60 años, es impulsado por su hijastra a emprender un proyecto de un restaurant en un barco abandonado y prácticamente derruido. Su ex esposa es una gran cocinera del couscous, razón fundamental para ofrecer una alternativa culinaria que pone a los demás empresarios a la expectativa de un proyecto que se muestra con una gran humildad, pero que no deja de crear recelos. Los amigos le brindan su apoyo, y las dos familias enfrentadas deben lidiar con ese gran día de la inauguración. La adversidad parte de las diferencias filiares, pero el desenlace no merece ser contado.